Casa Real
La Corona en la diana
Hay «buenismos» que de tanto dar la espalda a la realidad acaban siendo cómplices de todo tipo de aberraciones políticas, por mucho que estas provengan de las urnas en su fase de crecimiento y maduración. Quienes afirmaban –porque verdaderamente lo creían– que Donald Trump suavizaría las posiciones extremas que mantuvo antes de llegar a la Casa Blanca y acabaría entrando en el pragmatismo institucional a medida que aterrizaba en la realidad del poder, estaban tan equivocados como quienes en este otro lado del Atlántico tardaron más de lo deseable en tomar conciencia de la amenaza de los populismos extremos o quienes en el caso de nuestro país todavía mantienen que el paulatino acceso de Podemos a las instituciones y a los resortes del poder acabarán por «domesticar» a la bestia antisistema.
Por si alguien todavía no ha caído en la cuenta, el objetivo podemita de asalto a los cielos no está tan alejado de los parámetros de acoso y derribo a los principales pilares del estado, léase la puesta en cuestión de la unidad territorial, el desprecio hacia una transición a la que se pretende enterrar cuando lo que probablemente toca es renovar y actualizar sus valores cuarenta años después y como no podía ser de otra manera el situar a la corona en el punto de mira como clave de bóveda que es del estado. Que Pablo Iglesias arremeta contra el discurso del Rey Felipe VI en el acto aniversario de las primeras elecciones la semana pasada en el Congreso no responde únicamente a un nuevo gesto de oportunismo del líder podemita, sobre todo porque si algo lleva haciendo el Rey en sus tres primeros años es mostrar en palabras y hechos sensibilidad con los problemas de los españoles, pero sí responde sobre todo a un guión perfectamente marcado en el que la Monarquía no casa con la marcha de las brigadas moradas hacia su edén de vírgenes y ríos de miel. Iglesias está llevando con toda fidelidad a su partido por la senda marcada en «Vistalegre 2» y ahí el algodón no engaña, ni siquiera en la estrategia de hacer bailar al PSOE al son de la música podemita en un claro intento de alejar a los socialistas del consenso constitucional con la consiguiente defunción de un partido con 140 años de existencia y el correspondiente quebranto a la solidez institucional.
El populismo y el independentismo coinciden en su objetivo de horadar la soberanía nacional y en consecuencia coinciden en situar al símbolo de la misma, a la Corona, en el centro de la diana. Razones suficientes para que la ingenuidad buenista comience a reparar en que no es anecdótico que grupos políticos pidan en Gerona declarar persona «non grata» a Felipe VI que ya lo es en Sitges, en Areyns de Munt, en Torello, en Esparreguera o en Cervera. Para justificar su razón de ser necesitan enemigos de dictadura aún estando en democracia y harán lo indecible por confundir a la ciudadanía con los recurrentes argumentarios y medias verdades. Subestimarles sería un inmenso error.