Elecciones en Estados Unidos
El tupé de Trump
Eso de tener alguien a mano a quien echarle la culpa de todo, desde el cambio climático a las hipotecas, debe ser macanudo. Ésa es una de las ventajas que tiene Donald Trump, pero no la única. Otro de los chollos es que permite al personal, sin diferencias de sexo, condición o ideología, ahorrar palabras. Nuestros políticos, tertulianos e intelectuales de plantilla no tendrán que hacer esfuerzo verbal alguno: a la hora de zaherir al adversario les basta equipararlo a Trump, como sinónimo de lo malo. Es la ley del péndulo. Hace ocho años, no había majadero que no intentase ser Obama y ahora nadie quiere que lo asocien ni remotamente con Trump, el paradigma de todo lo nefasto. Que no les tomen el pelo. A mí no me gusta el personaje. Me hubiera encantado en la Casa Blanca alguien como el senador McCain, condecorado con el Corazón de Púrpura por su valor en combate, capaz de aguantar cinco atroces años en una mazmorra vietnamita y magnánimo tanto en la derrota como en la victoria, pero no llueve siempre a gusto de todos. Trump puede ser muchas cosas, varias de ellas malas, pero ni es fascista, ni es antidemócrata, ni es más misógino que Pablo Iglesias, que sueña con dar azotes en el culo a Mariló hasta hacer sangre. Con el de la coleta, el del tupé zanahoria comparte haber surgido de la televisión, de mezclar política y espectáculo, y de proyectarse ante una sociedad cansada como una especie de mesías de un nuevo orden a construir sobre las cenizas del viejo. Muchas de sus promesas y recetas también son falsas e impracticables, pero ahí concluyen las similitudes. Para empezar y en contra del cliché, porque Trump es listísimo. Caso contrario no hubiera llegado a la Presidencia de EE UU enfrentado al aparato del Partido Republicano, arrasando en el camino a personajes como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, con la inmensa mayoría de los medios de comunicación en contra, pagando todo de su bolsillo y rebasando a Hillary Clinton en la recta final. No es un liberal ni un conservador al modo europeo; tampoco un hombre de creencias respetuosas ni de reglas morales serias. Es un gran oportunista, al que muchos norteamericanos han votado por nostalgia, porque añoran un tiempo pasado sin globalización en que el empleo estaba garantizado y el sueldo era seguro. No va a ser ni la mitad de malo que lo que predicen los ahora lacrimógenos progres, pero no se fíen ni se alegren mucho, porque nos va a costar dinero. Y algún disgusto.
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