Barcelona

Dos malagueños hablan

La Razón
La RazónLa Razón

Antonio Banderas y Dani Rovira son malagueños y trabajan para la industria cinematográfica. Ahí terminan las coincidencias, pues ni siquiera cabría encuadrar a ambos en la categoría genérica de actor, siendo el segundo apenas un contador de chistes que hace películas amparado en la fama que le ha procurado la televisión (sería igual que considerar tan escritor a Arguiñano, que firma libros de recetas, como a Vargas Llosa). El caso es que la semana pasada fueron tangencialmente requeridos, porque nadie se sustrae del asunto en la España de hoy, para referirse a la crisis catalana. Comparen las respuestas: «Me avergüenza ser español», dijo el uno. «Sigo creyendo en este proyecto común llamado España, del que unas cosas me gustan más y otras me gustan menos, como me ocurre conmigo mismo», afirmó el otro en ese aquelarre progre-independentista que es el festival de San Sebastián, con un ministro a su vera y con el lazo rojigualda que envolvía el diploma que acababan de entregarle bien visible. Pero la diferencia en las respuestas, a lo peor, no están motivadas por la ideología sino por el grado de libertad que cada cual puede permitirse. Banderas, que donó el importe del Premio Nacional de Cinematografía a la Escuela de Arte Dramático de Málaga, es un figurón internacional que no rinde cuentas a ningún lobby; el trabajo de Rovira depende de su sumisión al comisariado político de las grandes productoras televisivas, la mayoría de las cuales tiene sede en Barcelona y forman parte de la trama en curso para destruir la Constitución de 1978. El triunvirato Junqueras-Iglesias-Roures (gran magnate de la industria audiovisual) figura en la cúspide de la banda golpista y se valen de estos tontos que ni siquiera tienen la conciencia de ser unos lacayos.