César Vidal
China con máscara (I)
Revisitar China siempre constituye una experiencia nueva. Lo conocido ha mutado y continuamente aparece lo desconocido. Esta vez, hay un brote de gripe china y me recomiendan que me cubra el rostro con una máscara. Salvo que me atreva a ducharme, no debería desprenderme de esta protección ni siquiera para comer. La grave epidemia supera por sus consecuencias a sus primas porcina y aviar. Es cierto que con una temperatura de dieciocho grados bajo cero –sí, aquí el calentamiento global también está causando estragos– se agradece esta especie de tapabocas profiláctico. Al mismo tiempo, no puedo evitar pensar que no poco en China queda cubierto por una máscara que, en ocasiones, es oficial y, en otras, es colocada sólo por la barrera lingüística. En cualquiera de los casos, los chinos no dejan de sorprender. Por ejemplo, a China llegó Über. Al igual que en España, hubo reacciones negativas, pero en lugar de exigir su prohibición, los chinos han inventado su propio Über dejando al original fuera del mercado. Debo decir que es muy superior al norteamericano. En cualquier lugar de Beijing se puede solicitar un automóvil de transporte y llega en una media de tres minutos – es decir, todavía más rápido que el modelo copiado – y su precio es más económico. En nuestra bendita nación, se trata no de asumir lo que otros idearon y mejorarlo sino de quebrarle las piernas para mantener los beneficios de algo peor y más caro. Las autoridades no hacen nada positivo al respecto y el usuario es el gran perjudicado. Quizá es que forme parte del ADN español que, de vez en cuando, sufre la erupción de idiotas –en el sentido griego del término– que, por ejemplo, se ponen a cantar las loas de la Inquisición –¡hay que ser cretinos!– o a insistir en que el oro y la gesta americana no tienen absolutamente nada que ver sino que es una mentira fruto de la manía que nos tienen los perversos anglosajones y protestantes. Por lo tanto, como la Inquisición fue beneficiosa que inventen otros y que se mantengan las castas y camarillas del país aunque signifiquen el atraso y el sobrecoste. Los chinos pueden ser nacionalistas furibundos, pero no hasta el extremo de rechazar lo bueno. Todo lo copian, lo mejoran y lo abaratan aunque lo cubran con una máscara.
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