Partidos Políticos
Carroñeros y «yayaflautas»
Como en el Serengueti cuando llega la sequía, crisis institucionales como la abierta por el desbocado separatismo golpista catalán sacan a pasear lo más abyecto de su fauna. Buitres a la espera de engordar a costa de previsibles cadáveres tras la batalla política, hienas dispuestas a despedazar cualquier intento de cordura y ofidios agazapados esperando saborear su tardío momento de gloria al paso de una presa debilitada. Es el momento soñado por personajes como la «yaya» de las banderas del Parlament que en circunstancias normales jamás habrían salido de la más absoluta irrelevancia pero que ahora nos interpretan su barato numerito revanchista de repetición de la batalla del Ebro por «alineación indebida».
También es el momento de otras alimañas. Todas las ocasiones en las que se ha pretendido poner en jaque a un Estado desafiando la legalidad y los principios democráticos han coincidido con una situación de debilidad institucional. Desde luego que no somos ni el primer ni el último país con un Gobierno apoyado por una escuálida mayoría minoritaria, cosas que ya saben, de la tan cacareada pluralidad parlamentaria, solo que ocurre que en eso que llamamos naciones de nuestro entorno las diferencias entre partidos se ciñen exclusivamente al ámbito ideológico izquierda-derecha sin que nadie ponga en cuestión ni la integridad territorial, ni los símbolos que les unen. Tiene razón el presidente Rajoy cuando recuerda al secesionismo catalán que no debería subestimar la fuerza de la democracia española y la contundencia del apoyo de Sánchez y de Rivera refuerzan esa afirmación, pero seamos realistas, hoy existe una nada despreciable porción del abanico parlamentario, reflejada en 71 escaños y cinco millones de votos, instalada en la equidistancia y la laxitud frente a un desafío independentista ante el que, más allá de la gravedad de su órdago, únicamente parece echar cuentas para recoger nueces electorales tras la agitación del árbol desde el más miserable de los tacticismos.
Podemos y sus franquicias, desde los «Kichi» del sur, pasando por las Carmenas y sus «Carmenietas» del ayuntamiento madrileño, despreciando la bandera nacional o apoyando actos en favor del «1-O», hasta los dominios de la lideresa Colau al frente de «en Comu», instalados en el manoseado mantra del derecho a decidir y sobre todo en la búsqueda del rédito fácil que siempre supone señalar al Partido Popular y a Rajoy como responsables del desaguisado, acaban por conformar esa fauna que sólo parece buscar la carroña producto de la debilidad de un Estado agitado. El partido de Iglesias no deja de brindarnos unos curiosos juegos de manos con los que muestra su rechazo a la secesión, pero a la vez su apoyo a una consulta ilegal y siempre, eso sí, sin contravenir a posibles futuros compañeros de cama con los que ya ha habido el conveniente «derecho a roce» bendecido en el domicilio de algún «desinteresado» mecenas. Pase lo que pase –y el riesgo de violencia en la calle es creciente– siempre ganan. Siempre les quedan la Gürtel, el rescate bancario, Rajoy, el «estado corrupto»... se trata de reinar sobre tierra quemada.
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