Alfonso Ussía
Cánovas y Sagasta
Presenté la primera novela de Aurora García Mateache, «La Favorita». Los amores de Alfonso XII y Elena Sanz, la gran cantante de Ópera, a la que la autora, siguiendo el camino emprendido por Ricardo De la Cierva, considera hija natural del duque de Sesto, uno de los grandes personajes de la novela. Consideraba Benito Pérez Galdós que Elena Sanz era una belleza, una mujer rebosada de encanto. En mi opinión, fea y fondona, pero me dejo influir por sus fotografías. Don Benito mantuvo una tórrida relación epistolar con Rosalía de Castro que tampoco estaba sobrada de belleza.
No comparto la leyenda urbana de la homosexualidad de Francisco de Asís. Era afeminado. Y rechazar los contactos con su mujer, Isabel II, resultaba más que comprensible. Matrimonio de conveniencia. Isabel II era horrorosa, oronda y con un carácter insoportable. Hasta en su exilio parisino conspiró contra los partidarios de la Restauración en la persona de su hijo, Alfonso XII, que fue un buen Rey y un amante supremo, picaflor como Mamá. En el valle de Carmona se le aplicaría a Isabel II ese superlativo redondeado tan descriptivo en el lenguaje. Era muy putísima. En todos los sentidos.
La operación de la Restauración fue un plan perfectamente programado por el talento político y el sentido de España de don Antonio Cánovas del Castillo. El duque de Sesto derrocha en la formación de Alfonso XII durante el destierro su inmensa fortuna. Ruina a cambio de lealtad. Muerto el Rey, su viuda la Reina María Cristina, humilla a Sesto públicamente y ordena el exilio de Elena Sanz, «mi nuera ante Dios», como así le decía Isabel II. Elena Sanz tuvo dos hijos con Alfonso XII, dos varones, y aquello atribulaba a la prudente, pero no misericordiosa Regente. Y el leve paso de la Reina Mercedes, la angelical y querida Reina popular, hija del cabronazo de Antonio de Montpensier, que fracasa en su objetivo de ser Rey de España pero queda compensado con la Corona de su hija. Cinco meses de Reina. La Reina Mercedes siempre ha sido tratada por mí con injusticia, no por su culpa, sino por la de Paquita Rico en su interpretación de la película «¿Dónde vas, Alfonso XII?», sobreactuada y folclórica. Por ahí se mueve la figura bellísima de Sofía Troubetzkoy, la duquesa de Sesto, que apunta amores por el desaliñado y genial Cánovas.
Y Sagasta, claro, y Silvela, y Martínez Campos, y O’Donnell, y un Gayarre enamorado de Elena Sanz, la permanente amada y amante despechada por la política.
Toda aquella inteligencia coincidió con el desastre de España, que aún estamos pagando. Pero se crea el Estado, la política bipartidista, y si la calamidad se ceba en España mucha responsabilidad hay que exigir a las conspiraciones internacionales y las guerras coloniales auspiciadas por los intereses de otros poderosos Estados.
Los gamos ateridos de Riofrío. Son gamos diferentes, acostumbrados a los vientos gélidos de la planicie segoviana. Y allí no se retira Alfonso XII para recrearse en el dolor por la pérdida de Mercedes. Allí se refugia con Elena Sanz, para vivir con ella sus semanas más apasionadas. En Madrid, la Corte y el «¡Agua va!» de los detritus.
Elena Sanz, gloria universal del canto, apoyada hasta el límite por Isabel II, jamás reconocida, zorrita del Rey, esperando siempre su llamada para cumplir el sueño que le birla Cánovas encontrando a María Cristina. Tiempos de talento, de conspiraciones, de amores permanentes y fugaces.
Y uno se pone a pensar, que en la actualidad, el lugar de Cánovas lo ocupa Rajoy, el de Sagasta Pedro Sánchez y el de Sesto, que se arruina por su Rey, el conde de Godó.
Y claro, imperan las melancolías.
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