Sociedad
Fobias
Aunque el odio convierta al odiador en esclavo de sí mismo, nunca habrá ley que pueda suprimir la libertad de sentirlo
Hoy la fobia es parte del odio y acusación agravante de supuestas «actitudes» delictivas. Resulta prodigioso observar cómo, en este híper-emocional siglo XXI, han convertido la repulsión en puro crimen. ¿Pero…, cómo llegamos hasta aquí? El afán por transformar en delincuencial cualquier actitud que no guste a las altísimas autoridades, ha dado un salto gigantesco, y ahora ya no se penan los hechos –como era lo normal en todo Código Penal civilizado– sino que también se quieren castigar «los sentimientos».
El escarmiento ya no se detiene en los actos, sino que está dispuesto a hurgar en la mente del ciudadano para reprobar sus afecciones e inclinaciones. Porque las fobias son prejuicios, efusiones de repulsa o asco…, pero mientras permanezcan en la esfera de la opinión no deberían tener reproche legal. No cuando la persona que piensa u opina de una determinada manera se abstiene de cometer tropelías o violencias (ni siquiera verbales, lo que sería acoso) contra su objeto de repulsa. ¿O se ha excluido también del espacio público a la antaño sacrosanta Libertad de Expresión, pilar indiscutible de la democracia? ¿No nos queda siquiera la Libertad de Pensamiento…? Que se persiga cada día más la opinión (especialmente, algunas opiniones concretas) es un síntoma de debilidad democrática. Todos tenemos fobias. Algunas, nos salvan de morir a diario: fobia a la suciedad, al mal olor, a la violencia. ¿Son un problema las fobias en sí…? Sin embargo, añadir la palabra «fobia» como sufijo de una idea que se pretende defender, constituye de por sí un elemento censor, reprobador y justiciero, además de extremista.
Tras la «xenofobia» y la islamofobia, que tan buen resultado han ofrecido en las últimas décadas, se han construido incontables narrativas oficiales que esconden más odio que ese del que dicen querer protegernos. Así, el odio ha devenido «delito» (penal, y desde luego social), cuando solo debería ser una emoción, que por muy tóxica que parezca, tendríamos que poder sentir «libremente». Además: aunque el odio convierta al odiador en esclavo de sí mismo, nunca habrá ley que pueda suprimir la libertad de sentirlo.
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