Gastronomía
Visitamos el Pepe Ossorio de Mérida
Un recoleto cenáculo de hechuras sencillas donde el ibérico es su seña de identidad
Buscar destino gastronómico a veces es más complejo que encontrar sitio en la vida. Acostumbrado como gato a la palestra capitalina, donde las ofertas se multiplican de vértigo, viajar y encontrar casas de comida memorables puede ser ejercicio de melancolía o de invención. Extremadura es una despensa magnífica donde domina el ibérico pujante, pero donde la coquinaria y el hedonismo de la sala aún se están abriendo camino despuntando buenas maneras. Comer es resultado de una actitud y el espejo sociológico de quien gasta a bocado lleno para que cada día merezca la pena ser contado.
En estas andaba cavilando, cuando recalé en Mérida por uno de los muchos reclamos culturales que tiene la ciudad, y acudí al consejo de los lugareños cómplices. El consenso fue unánime al designar a Pepe Ossorio como parada en la estación de penitencia del vagabundeo del estómago.
A la vera de la Plaza de España se encuentra este recoleto cenáculo de hechuras sencillas, que posee pequeño comedor, barra de acogida, y un patio que tiene aromas del sur, donde te viste la hierbabuena la bienvenida. Es inevitable añorar el merendero de nuestra infancia y ese jolgorio de las comidas sin pretensiones mayores que no aspiran a romper nunca las sobremesas prolongadas en las que, tal vez, se solucionen problemas de índole nacional; bien le vendría a los políticos deliberantes venir a reflexionar a mesas así, en las que se dirimen ligas, amoríos o planes futuros de incierta culminación.
Así, para cualquier incauto viajero resulta evidente que en el restaurante emeritense el mentado ibérico es la seña de identidad. La tercera generación de los Ossorio que ahora capitanea Gloria, defiende a capa y espada esa devoción a ese animal cuyos andares son buenos y míticos. La oreja frita a la que escolta poderoso foie, servido de modo magnánimo, es uno de sus bocados estrella. El torrezno sirve de entrada para este almuerzo de matiz muy popular. Como colofón de cualquier tránsito por una carta larga, puntúan mucho el solomillo de buena melosidad y una contundente pluma. Los pellizcos cárnicos de la tierra son el gancho definitivo de este momento que solo aspira a la cotidiana satisfacción. Que no es poco.
Por delante es estimable una ensaladilla rusa un tanto historiada, a la que corona cangrejo frito, y unos escabeches quizá radicales sin pudor para el vinagre, y que más bien parece un encurtido, como el caso del excesivo de habas. La sardina ahumada posee demasiada sapidez, aunque le redime su buena textura. También croquetas, bacalao, arroces de pato o capón, todo lo que conforma una oferta que, de puro directa, convence por encima de declaraciones encendidas de novedades gastro.
El servicio es cálido, la bodega es excesivamente corta, como suele ocurrir en este concepto de restauración directa y sin contemplaciones. La verdad de las cosas permite animar al vagamundos que nunca encuentra la vuelta a casa para parar, mandar, templar y cargar la suerte de la vida. Después de todo, en Pepe Ossorio se busca la complicidad con la gente de casa y se aspira con éxito a ser reconocido para los que tienen denominación de origen extremeña. Nacido para gustar durante sagas a los locales y con suficientes argumentos casticistas para que tengamos mesa larga y agradable.
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