
Comercios centenarios
El Botijo, actualizarse y cuidar al barrio para sobrevivir
Este negocio familiar, fundado en 1754, lo dirige ahora la quinta generación directa, Mercedes Rodríguez, que subsiste por el cliente fiel y su cercanía en el trato

Mercedes Rodríguez Palencia (Madrid, 1960) le estaba dando vueltas a la idea de comprarse un coche, «el último de su vida». ¿Un Lexus? Pero pensó: «No soy vanidosa. Y monté la tienda». Rodríguez, que es dueña y quinta generación directa de la droguería El Botijo, un comercio centenario que está abierto desde 1754, cambió un vehículo por una inversión. Lo que hizo fue alquilar el local de al lado y diversificar su negocio: dedicó una solo tienda para la pintura que ya vendían con el nombre de «Solo Pinturas». Hoy mantiene los dos locales en un negocio al que le afectó mucho la pandemia, que ya no crece en facturación desde 2018, pero que sobrevive gracias al cliente fiel y a la cercanía en el trato.
La fachada se muestra reluciente en un día frío pero soleado de enero. En su interior se apilan milimétricamente los productos de limpieza, higiene personal, perfumes y artículos de droguería que venden. De su pasado de más de 250 años no queda nada en los 45 metros cuadrados de tienda. «Si no te actualizas, te mueres», cuenta Rodríguez. «Parece que tienes que tener un establecimiento cutres, sucio, sin luz; el dueño tiene que estar protestándose, quejándose y a ser posible con una chaqueta de lana raída». Por eso, Rodríguez «no está siempre protestando» y se va «adaptando». «El dinero que gano, una parte la invierto en mi familia, en mí, y otra parte la invierto en el negocio, que es el que te da de comer».
Antes, El Botijo tenía sus pinturas para la venta en la planta baja. «Como la tienda es muy pequeña y la mercancía viene constantemente, no me daba opción a abrir abajo y bajar a la gente», relata Rodríguez. Entonces decidió actuar.«Tenía esa espina clavada porque a mí lo que me gusta es la pintura. Mi alma droguera es de pintura». En 2017, aprovechó la segunda reforma del local –la primera fue en 1994, en la que tiró los tres pisos abajo y los renovó completamente– y alquiló el contiguo. «Yo soy una mujer emprendedora y con 55 años abrí un segundo punto de ventas. Y creé un nuevo puesto de trabajo», dice Rodríguez.
Lleva Rodríguez desde los 20 años, cuando «por imposición familiar» la mandaron a la tienda. Sobre todo, disfruta de la «atención al público», y por eso es que también le apasiona la pintura, ya que ahí puede «asesorar» al cliente –«el cliente es el rey y para mí es lo mismo el que se gasta 1 euro que el que se gasta 100». «Esto», dice señalando algunos botes de cremas, «lo conoce todo el mundo, pero para la pintura tienes que ver el color, la textura. Y por eso no se vende por internet». Además, no supone el grueso de la facturación. «Pinturas es residual. Es “mi hijo”. Y factura poco. La gente se coge el coche y se va al Leroy Merlín. Es que no podemos competir». Incluso hay gente que no ha reparado en la ampliación: «Tenemos ochos años y todavía hay gente que no sabe que tenga la tienda de pinturas es mía».
Y es que los hábitos de consumo han cambiado –según cuenta Rodríguez, le han llegado a pedir un solo rollo de papel higiénico, pero el paquete con menos trae cuatro. «Estamos en el final de ciclo del comercio de barrio, o de proximidad como lo llaman ahora. Y esto desaparece porque hay otro tipo de modalidad de compra. El público cambia, el público tiene menos tiempo», reflexiona Rodríguez.
Rodríguez se sorprendió este 5 enero de enero, víspera del día de Reyes. «Este ha sido el peor de la historia. Primero, por cómo ha caído en el calendario. Y después porque ahora en Navidades el madrileño se va, que es el que se gasta la tela». Pero, «en este día se ha abierto de toda la vida. Los únicos que estábamos abiertos era el de las patatas fritas, el Día, el restaurante chino, la zapatería y yo» Y añade: «La culpa es nuestra. Si tú no das, no recibes».
Aunque hace autocrítica, reivindica «su servicio a la comunidad». Doy trabajo a 4 personas. con mi escaparate, ilumino la calle. Si una persona está mal, le doy un vaso de agua. Yo barro mi acera. Genero el trabajo indirecto de transportistas, electricistas…».
«Lo que yo tengo lo pueden encontrar en cualquier sitio. Y más ahora por internet». Sin embargo, dice Rodríguez: «subsisto por precio, por surtido y por trato». Sus clientes son en su mayoría aquellos que llevan toda la vida, que han fidelizado, y coincide con gente más mayor y no tantos jóvenes –estos últimos «han crecido en el autoservicio».
«¿Horquillas tenéis?», pregunta una cliente. «La del moño no me queda, cielo», responde Esther, que trabaja ahí desde hace 18 años. «Pregunta en la calle de las Maldonadas, que tienen cosas de peluquería».
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