Tesoros en los Museos
Un trozo de Japón a 25 kilómetros de la capital
Nos adentramos en el Museo Bonsái Luis Vallejo, que el otoño más tardío hace que se encuentre en plena efervescencia
A tan solo veinticinco kilómetros de la capital, en el municipio de Alcobendas, encontramos el más especial y único museo dedicado a bonsái de España. Un jardín donde viajar a Japón sin salir de la capital es posible. Un rincón o refugio para la comunidad nipona que reside en nuestro país y para todos aquellos que viajan desde todos los rincones del mundo solo para conocerlo. Su ubicación, totalmente alejada de la imaginada para un museo, le aporta ese factor sorpresa a todo aquel que lo visita, y que cobra más valor al cruzar su puerta. Tras ella, un «genkan» te recibe y un árbol de temporada, te da la bienvenida. Diseñado de tal manera que alterna diferentes perspectivas, provoca en el visitante la sensación de ser más pequeño de lo que es y evoca la sorpresa según lo recorre, descubriendo un lugar tan inesperado como especial. El otoño más tardío, hace que se encuentre en el mejor momento para visitarlo, cuando sus colores más profundos están en plena efervescencia. Y aunque en estos momentos tomásemos una captura de él, cualquier experto en la materia podría asegurar de que se trata de uno a más de 10.600 kilómetros cuando lo cierto es que en realidad es profundamente español.
Como su creador, el madrileño Luis Vallejo, que tras dedicar más de cuarenta años a los bonsáis y al paisajismo se ha convertido en uno de los más reconocidos a nivel internacional. Iniciada en 1985, su colección está compuesta por unos 200 ejemplares de los cuales, en torno a 90, están expuestos en el museo y que va intercambiando según la estación. Hasta la entrada del invierno, se pueden ver arces, gingkos, hayas… que expone con otros más estables para buscar esa idea general de la instalación. Algunos de ellos son de origen japonés –como las hayas, sabinas, nísperos, pinos y un destacable grupo de arces japoneses- y otros de flor autóctona y que ha hecho desde sus inicios –estos son los pinos, sabinas, tejos, hayas y arces mediterráneos-. Considerada como una de las mejores fuera de Japón en cuanto a variedad y calidad de sus ejemplares, muestra de ello es que ha sido premiada en los certámenes más importantes dentro y fuera de nuestras fronteras.
Pero para Vallejo lo más especial de cada uno de ellos son sus historias. Como la del Acer Palmatum Beni Chidori -mil pájaros color melocotón- como claro ejemplo de la importancia que tiene la poesía en los árboles. El Acer Palmatum Seigen –rosado de hoja palmeada- con el que vivió una experiencia inolvidable en el desierto de Atacama en Chile. Mientras veía remontar el vuelo a unos flamencos en las lagunas saladas, le vino a la cabeza este árbol. O un olmo japonés, adquirido por Gabriel García Márquez durante una visita a Akira Kurosawa en un gran almacén de Tokio para su amigo Felipe González.
Fue justo después de montar el jardín de bonsáis del Palacio de la Moncloa para el expresidente, cuando el Ayuntamiento de Alcobendas le encargó en 1995 el proyecto integral de lo que sería el Museo. «Quería que fuese diferente a otros jardines de bonsái y creé esta instalación, donde los componentes no son solo los bonsái, también las piedras. El gran valor del museo es el espacio», confiesa Vallejo a LA RAZÓN. Y lo que le hace únicamente equiparable al Shuka-en de Tokio, al Washington Park Arboretum o el Pacific Bonsai Museum en la Costa Oeste americana.
«Como cualquier obra de arte el objetivo de este museo es emocionar y que el espectador participe», confiesa el paisajista. Esto hace que sea apto para todas las edades y que además de profesionales y aficionados, los colegios y familias estén entre sus visitantes asiduos. «Cuando miran los árboles imaginan sus propias historias, sus sueños, sus ideas… No es tanto una reproducción exacta de la naturaleza, es algo que la evoca aunque se apoya en toda la lógica natural en cuanto a cultivo, crecimientos y la forma en la que se expresa un árbol según crece», apunta. Y es que no deja de ser un museo vivo que acerca una parte o tipo de naturaleza que muchas personas no conocen.
Del interés por lo desconocido fue precisamente el inicio de la historia de Vallejo con los bonsáis. Hijo de un viverista y criado en uno en la Vega de Linares, con solo 15 años cayeron en sus manos dos libros que sin saberlo entonces, cambiarían su vida. «Mi padre tenía mucha curiosidad y siempre traía libros cuando salía fuera. Aún conservo los dos más especiales; uno sobre bonsáis y otro de jardines japoneses», y confiesa que fue en ese momento cuando se produjo el «enamoramiento». «Pensé, cómo se es capaz de convertir, de evocar o representar la naturaleza que yo conocía tanto de forma tan mágica».
Este sentimiento fue lo que le hizo apostar por el bonsái en los años 80, cuando en España no era ni conocido y que le llevó, solo cuatro años después, a montar su primera exposición en el Real Jardín Botánico. «Recogí árboles de aficionados y aún conservo aquí algunos de ellos. Han evolucionado, las fotos lo demuestran; ahora son más maduros, con más ramificaciones y estructuras más complejas… el tiempo es un factor determinante», asegura. En todos los sentidos. Como también lo ha sido durante estas cuatro décadas para su colección quizás igual o más grande que entonces, pero mucho más madura. «Es sencillamente el objeto en sí como una obra de arte, pero no hay que olvidar que está viva, es dinámica, el tiempo lo va mejorando o estropeando. Por eso, el mantenimiento es fundamental».
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