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Juan Dávila, el monologuista viral: “No soy el típico graciosillo, pero sí busco el humor en todo”
El actor triunfa en Madrid con «La Capital del Pecado», un espectáculo de improvisación en el que el público es el auténtico protagonista
Vestido con una chaqueta de lentejuelas, Juan Dávila se sube todos los viernes, sábados y domingos al escenario del Teatro Arlequín para sacarle los colores –y, de paso, las carcajadas– a un público que acude a La Capital del Pecado «con miedo, pero también con un poco de morbo». El actor que recibe a La Razón es mucho más sosegado que la persona que se ve sobre las tablas, pero, aun así, el humor sigue muy presente en sus conversaciones. «Nunca he sido el típico graciosillo de la clase, pero sí que he intentado siempre dar la perspectiva en clave de humor de todas las situaciones», asegura. Sea como sea, su éxito es innegable: además de La Capital del Pecado, para el cual ya tiene todas las entradas vendidas hasta enero –más de 17.000–, mes en el que también estrenará Dani y Roberta en el Teatro Galileo. En pantalla, forma parte de la serie «Monos con pistola», producida por Alex de la Iglesia.
Sin embargo, su carrera no comenzó en la actuación. Estudió Fisioterapia en la Universidad de Alcalá de Henares, donde el decano «iba por sus clases preguntando quién se quería apuntar a teatro». Él lo hizo, e interpretó «Historia de una escalera», de Buero Vallejo. Pero acabó la etapa universitaria, y decidió sacar la oposición de Policía por eso de tener una seguridad e independizarse. «Me pregunté ¿qué es lo más típico que se puede hacer en España? Una oposición», dice. Ya con 31 años y trabajando volvió a pensar en ello. «En aquel momento pensé que, si no retomaba la actuación, ya no lo haría nunca», así que se tiró a la piscina. Comenzó a estudiar interpretación y, al llegar al tercer curso, decidió que ese sería su camino. «Hacer algo así da un vértigo absoluto, sobre todo por la inseguridad económica. Pero es algo que te hace vibrar», asegura, convencido de que «tanto para dejar a un lado esa seguridad como para enfrentarse al humor hace falta valor». Lo que está claro es que, en los últimos meses, los vídeos de sus actuaciones se han convertido en todo un fenómeno viral. Él cree, además, que su punto fuerte es «hacer que la gente se sienta bien, y eso es lo que hago en el show». Después de una etapa tan complicada como la pandemia, quería crear algo con lo que la gente «se dejase llevar por sus impulsos, porque a todos nos hace falta abrir un poco la puerta a lo irracional». Este concepto unido a los pecados capitales hizo que naciera este espectáculo. Y no, Madrid no se destaca por la lujuria. «Hice el show pensando que a lo mejor había suerte e iban por ahí los tiros, pero ni de lejos», bromea. «Ganamos de lejos con la envidia, la ira e, incluso, la pereza». «La gente viene en plan ‘¿cuándo me toca a mí?’. Pero en general no suelo ir a por ellos, sino al que veo que le cuesta, pero que necesita su minutito de gloria», explica.
Con lo que se va a encontrar cuando se sube al escenario ni él mismo lo sabe. De hecho, intenta sorprenderse a mí mismo. «La gente ve que me voy metiendo en charcos, y eso también hace gracia», dice. Entre los miles de respuestas que ha recibido no ha habido ninguna que le haya dejado en blanco, pero muchas le han arrancado una carcajada. «Me puedo esperar respuestas diferentes y desorbitadas, pero a veces la gente te sorprende y mucho», afirma. «Hubo una vez una pareja que vino de Málaga en el que ella le trajo a él engañado diciéndole que iban a ver el Thyssen. Y eran las 12 de la noche», recuerda. «Lo que más me interesa es darle ese toque de humor a las situaciones cotidianas, como puede ser la relación entre una pareja, unos amigos...», continúa. En este sentido, asegura que le escribe mucha gente que está con depresión o pasando un mal momento para decirle que sus vídeos les alegran el día. «Cuando se está atravesando por un momento difícil, el ver que se se puede uno incluso reír de las situaciones más cotidianas, ayuda totalmente a cambiar la perspectiva». Sobre todo, porque esto «ayuda a trivializar, a ver que, en realidad, no somos tan importantes». «Una vez vino un político y le pregunté cuántas horas trabajaba a la semana, y me contestó que dos·, recuerda». «Le pregunté que de qué trabajaba y me dijo que de concejal de Ciudadanos en Tomelloso. Pues te sobra una hora y media, le contesté». En realidad, la política, en sí, le interesa poco. «Prefiero invertir esas horas en hacer feliz a la gente». «Si viene uno de un partido nos vamos a reír de él igual que si vienen de otro», dice. «Lo suyo es que nos demos cuenta de que todos podemos ser tan objeto de respeto como de risa en un momento dado, y que no pasa nada».
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