Teatro
Echanove y “La Fiesta del Chivo”: el ajuste de cuentas de una hija con su padre
El montaje basado en la novela de Vargas Llosa vuelve por cuarta vez al teatro Infanta Isabel de Madrid, con Juan Echanove y la dirección de Carlos Saura
A Juan Echanove se le ve satisfecho sentado en su trono como general Rafael Leónidas Trujillo, lleva dos años rodando por España con la «La fiesta del Chivo», en una gira «que no voy a olvidar nunca», afirma con rotundidad. Algo que en tiempo de limitaciones no está al alcance de cualquiera. «Nos sentimos privilegiados porque estamos trabajando a tope y posiblemente podamos seguir después del verano». ¿Es la más especial que ha hecho? «Sin duda, la más dura de mi vida –y han sido muchas, puntualiza– pero también la más bonita. La situación en todos los sitios era de desolación general, hemos vivido el peor momento de los ciudadanos de este país, el reinicio de la entrada en la atmósfera después del confinamiento y eso nos ha fortalecido mucho porque éramos receptores de mucha gente que encontraba en el teatro un espacio balsámico donde poder ampliar su horizonte de vida». No es fácil resumir y adaptar como pieza dramática una novela de 500 páginas a dos horas escasas de representación y mucho menos si es de la envergadura y del nivel literario de la obra de Vargas Llosa. Esto es lo que ha conseguido Natalio Grueso, como ya hizo con «El coronel no tiene quien le escriba» de García Márquez. Se estrenó en el Infanta Isabel con Juan Echanove encarnando al dictador dominicano, y dirección de Carlos Saura, y a él vuelve por cuarta vez. Lucía Quintana, Eugenio Villota, Eduardo Velasco, Gabriel Garbisu y David Pinilla completan el reparto.
«El principal acierto de Grueso –señala Echanove– ha sido la vía argumental, usar a Urania Cabral como eje central de esta función, porque si uno pretende poner la novela en toda su dimensión, fracasará, es imposible. Urania vuelve a la República Dominicana 30 años después de que su padre, Agustín “Cerebrito” Cabral, la entregara en sacrificio sexual a Trujillo. Tras ser violada y casi asesinada, escapa y vuelve para ajustar cuentas con su padre. La conversación con él se hace vida y permite recrear la humillación a la que fue sometida ella y otros muchos dominicanos mediante el terror». La conclusión que saca el actor es una reflexión: «¿Cómo se puede llegar a perder la dignidad de tal manera? ¿Hasta dónde está dispuesto uno a ceder su dignidad, a cambio de qué? Hay cosas que no se pueden tolerar y la sociedad dominicana poderosa del entorno de Trujillo la perdía por estar cerca de ese Chivo que disfrutaba suprimiendo la humanidad y la dignidad de los seres de su alrededor. El que caía en desgracia ante él podía, incluso, desaparecer», afirma.
Vargas Llosa la definió como «la novela de todas las dictaduras», pero actualmente es difícil imaginarlas así: «Ahora son de otra manera, más sibilinas, más rebuscadas, hoy los “salvapatrias” vienen del populismo, que es el baño de cultivo de la violencia. No hay dictadura sin populismo y hay que huir de él aunque sea votado por el pueblo soberano, que muchas veces se equivoca soberanamente como demuestra la historia, los alemanes tuvieron a Hitler porque lo votaron, igual que Trump tuvo una América profunda que lo apoyó». Hay una frase de Urania que dice: «Qué frágil es la memoria de la gente, ya se han olvidado de los abusos, los asesinatos, la corrupción…». ¿Por qué? «Porque a la sociedad le interesa olvidar. A lo mejor dentro de cinco años estamos haciendo una entrevista y ya se nos han olvidado las mascarillas. La gente tiene necesidad de olvidar todo lo malo», destaca el actor.
A partir de Trujillo, Echanove ha creado un personaje que se planteó tratando de transmitir los pequeños detalles. «Mi repertorio está poblado de personajes extremos y todos los construyo a través de las cosas más cotidianas. A Saura le dije: sin bigote y afeitado de forma impoluta, con colonia, peinado, cuidando la pulcritud del vestuario. Hago cinco cambios de traje en un camerino de tres metros y cuando termino todo está perfectamente, me convierto en un maniático del orden porque él lo era. La gestualidad, los relojes llamativos, la alianza que nunca se quitaba salvo cuando yacía con una mujer… detalles que me interesan más que la identificación física. Sabía mantener la distancia justa según el grado de humillación que quería provocar y esto tiene que ver con manera de enfrentarse a sus presas, la cacería, la depredación, con el sentido de la propiedad. “Yo amo este país porque es mío” –dice el personaje–, por eso puedo hacer con él lo que quiera. Eso es un genocida», afirma el actor, que asegura estar en su mejor momento profesional. «Si para algo me ha servido esta pandemia es para poder jugar un 2.0 como actor. Ahora trabajo más perfilado, más fino, cada vez más implicado y emocionado con el teatro y mi necesidad de dirigir se va a ver colmada porque en los próximos dos años –adelanta– voy a dirigir tres montajes. Ese momento interior vivido, el miedo pasado, esa incertidumbre y ese dolor cuando han desaparecido amigos de verdad, me han hecho valorar cada segundo de la vida. No podemos hacer planes futuros, los resultados hay que obtenerlos día a día. Tantas cosas…que a mí me han fortalecido en el tipo de actor que siempre quise ser y es al que a partir de ahora voy a dedicarme», concluye.
Dónde Teatro Infanta Isabel
Cuándo hasta el 11 de julio
Cuánto de 18 a 30 euros
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