El Madrid de...
Bibiana Fernández: «Con 66 años una ya no sale a buscar novio»
Está representando «La última tourné», junto a Alaska y Mario Vaquerizo: «Muchas veces no había nadie que me bajara la cremallera del vestido. Con lo cual, me acostaba con él, amortajada»
Tiene una personalidad apabullante y una conversación torrencial como quien quisiera retar al reloj para expandir los segundos y los minutos con sus palabras. Cuando habla ni es laberíntica ni hay que doctorarse en jeroglíficos para interpretarla. Bibiana Fernández no tiene filtros, es clarita en sus afirmaciones; tanto, como cualquier mujer que se acerca a los 70 años que en un tiempo le echó un pulso a su destino y lo venció. En esas sigue: bebiéndose la vida a tragos largos, con resacas incluidas, un peaje que tiene asumido. Por eso, se tiene delante a una persona que no se pone preservativos verbales, ni falta que le hace; es una seductora nata, por su planta y por la espontaneidad con la que se desenvuelve, divertida en sus expresiones y con una sabiduría mundana que da una existencia en la que cada obstáculo se ve como una oportunidad.
Sus enclaves favoritos de Madrid forman parte de su biografía sentimental. El primero, el parque del Oeste. «Quizá porque yo vivía en Boadilla se convirtió en el ''Skyline'' de mi vida. He pasado allí muy buenas tardes acompañada de distintas parejas en diferentes etapas de mi vida». Llega el turno al restaurante «Válgame Dios». Además de por cariño a su dueño, se siente muy identificada con su nombre. «Esa expresión es la que siento en las noches de borrachera, de alegría, de fiesta con amigos... Llega un momento en el que digo: ''¡Ay, válgame Dios si yo me hubiese dado cuenta me habría ido a las doce, pero son las cinco de la mañana y sigo aquí». El Teatro Calderón y su casa tienen la medalla de bronce porque «las dos son mi hogar. En el Calderón trabajé con Juanito Navarro, luego interpreté «101 dálmatas» y, años después, estoy trabajando aquí con ''La última tourné''».
En la obra, Bibiana encarna a la primera vedette Miranda Vega en una compañía que se resiste a admitir que –en los años 80 y principios de los 90–, la revista estaba dando sus últimas bocanadas de vida. «En ese momento pasábamos a ser un país moderno donde surgió La Fura dels Baus que ofrecían sus espectáculos en una nave industrial, salían en pelotas, escupían sangre... y, claro, la revista sufrió una crisis, parecida a la del turismo ahora, y se tuvieron que resetear –como ahora nosotros por la pandemia– cuando ni la edad ni la circunstancias están a su favor. Las pobres están en un abismo emocional y profesional porque ellas eran vedettes hasta que se morían. Tuvieran 40 años, 50 o 60, si no las echaban a tiros de un escenario no se iban».
Define el reparto de «La última tourné» como una familia: «Está Vaquerizo, Alaska, mis compadres... La gira que hicimos en furgoneta fue una locura. Un día, representamos en Murcia e hicimos un rodeo para ir a Albacete porque Alaska y Mario habían comprado un cabecero allí. Era una cosa espantosa, porque ellos son raros, buenos, pero raros. Y aparece el gitano, con ese cabecero de 60 euros... ¿y a quién le cuenta que hemos estado allí nosotros? Esos detalles solo se hacen con la familia o con un amor».
Bibiana se enciende un cigarro. Lo había dejado pero volvió durante el confinamiento «porque a algo tenía que volver. Si no se podía beber, ni follar, ni nada de nada... algo tenía que hacer».
Cuando habla, en tertulias y en entrevistas, sube el pan porque regala titulares nada pretenciosos en los que impera el sentido común. «¡Ah, pero es que el sentido común está muy poco valorado últimamente. Nos dedicamos a gritar tanto...».
Se considera una superviviente, «sobre todo», y una resistente, «absolutamente». Pero no se echa flores porque «pienso en mi abuela María que le tocó quedarse viuda muy joven con cinco hijos y los sacó adelante. Tanto ella como mi madre no conocieron el placer; sí la obligación, no eran vidas elegidas como la mía. Todo lo que me ha pasado: lo bueno, lo malo y lo regular lo asumo como parte del precio de vivir como quería y siempre me ha parecido barato».
¿Y el amor? «No he renunciado pero la vida te coloca en un lugar en el que con 66 años una ya no sale a buscar novio. Es como bajar a la calle: no buscas que te atropelle un patinete, pero me puede suceder, igual que se me venga encima un amor». Por ahora, se queda en la soledad elegida salvo por asuntos de intendencia. «He llegado muchas veces a casa y no había nadie que me bajara la cremallera del vestido. Con lo cual, me acostaba con él, amortajada, como si me fuesen a enterrar». Por ahora no; Bibiana, espera unas décadas.
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