San Isidro
El cuerpo de San Isidro, «mano de santo»
IV Centenario de la beatificación del patrón de Madrid. Confiados en su poder para hacer milagros, lo expusieron en público, sacaron en procesión y arrancaron varias partes de su cuerpo para utilizarlas como reliquias
Los restos de San Isidro se encuentran en el altar mayor de la Colegiata de la calle de Toledo, adonde fue trasladado en 1669 desde la iglesia de San Andrés tras ser hallado incorrupto, dicen que milagrosamente, ya que durante muchos años discurrió sobre el arca que lo guardaba un riachuelo de aguas fecales, pestilentes.
En 1939, una vez finalizada la Guerra Civil, el obispo Eijo Garay en presencia del alcalde de Madrid, Alberto Alcocer, procedió a descubrir los restos del santo junto a los de su esposa, María de la Cabeza, y el hijo de ambos, cuerpos que el propio obispo había ocultado tras un tabique de ladrillos el 23 de marzo de 1936, para protegerlos de saqueos, incendios o atentados.
El cuerpo de San Isidro fue expuesto públicamente en la Colegiata que lleva su nombre en 1969 con motivo del 350 aniversario de su beatificación. También, en 1972, se expuso con motivo del octavo centenario de su muerte.
Se repitió la apertura de su féretro en 1982 al cumplirse los novecientos años de su nacimiento, y en 1985 para conmemorar el primer centenario de la creación de la diócesis de Madrid-Alcalá.
La próxima exposición del cuerpo del patrón de Madrid tendrá lugar en 2022, cuando se cumplan cuatrocientos años de su canonización, que se llevó a cabo tres años después de la beatificación. Se cumple ahora el IV centenario de la beatificación de San Isidro, patrón de Madrid. Aunque en el expediente incoado al efecto, la Santa Sede le reconoció 438 milagros, ha sido el cuerpo de un santo más utilizado y explotado con fines milagreros, con el que se han hecho las mayores excentricidades. Decimos que «esto es mano de santo», cuando señalamos a algo que es beneficioso, que tiene efectos casi milagrosos como remedio para curar enfermedades o solucionar problemas. El origen de este dicho lo encontramos en una antigua superstición, según la cual, la reliquia perteneciente a una parte del cuerpo de un santo, daba protección y obraba verdaderos milagros sólo con tocarla o tenerla cerca. Así las cosas, del cuerpo de San Isidro se puede decir que era «mano de santo», o así querían hacerlo ver.
Al patrón de Madrid se le invocaba con motivo de amenazas o desgracias colectivas, pero también en situaciones personales, generalmente relacionadas con la realeza. En el año 1261, la ciudad sufría una pertinaz sequía. El cuerpo del santo fue exhumado de su tumba y sacado en procesión para pedirle que lloviera, hecho que se repite por la misma causa en 1275, siendo llevado a hombros hasta la basílica de la Virgen de Atocha. Y nueva intercesión para que trajera la lluvia en 1896, siendo expuesto en el altar mayor de la colegiata de San Isidro, circunstancia que fue aprovechada también para pedirle el final de la guerra de Cuba. En el año 1947 otra vez Madrid sufre una brutal sequía y el cuerpo de San Isidro vuelve a ser expuesto públicamente.
El patrón tuvo que viajar en distintas ocasiones a estancias palaciegas, con el fin de sanar enfermedades a miembros de la familia real. Su cuerpo fue colocado en la habitación donde se en encontraba el infante don Carlos, aquejado de una grave dolencia. Por el mismo motivo, fue expuesto ante el príncipe de Asturias, en 1661. En otra ocasión, el cuerpo de San Isidro fue llevado a la localidad de Casarrubios, donde se encontraba enfermo Felipe III, e inmediatamente recuperó la salud. En 1691 volvió a visitar palacio, para quedar expuesto ante el lecho de la reina Mariana de Neoburgo, aquejada de una grave dolencia.
En 1695 fue sacado en procesión hasta la iglesia de Santa María, en rogativa para que sanase Mariana de Austria. Un año después, el cuerpo de San Isidro entraba en palacio, para quedar cerca del lecho donde permanecía doliente Carlos II. En 1714, su presencia es requerida para interceder por la salud de la reina María Luisa de Saboya, y en 1760 es llevado al palacio del Buen Retiro para ser rezado por la reina doña Amalia, de salud muy quebradiza.
Corre el año de 1788 y Carlos III se encuentra muy enfermo. El monarca pide que le lleven las reliquias de San Isidro y las de su esposa, Santa María de la Cabeza. Se dice que metieron al santo en la misma cama del monarca. Año de 1829, las mismas reliquias son trasladadas hasta el palacio real de Aranjuez, donde se encuentra enferma la reina.
Ha habido algún caso en el que no se consumó el traslado de los restos por diversos motivos. Por ejemplo, Felipe IV se negó en redondo a que le llevaran hasta sus aposentos el cuerpo del santo, aún sabiendo que la enfermedad que padecía le llevaría a la tumba. Tres veces se negó a ello con el mismo argumento: «Para rezarle, no hay distancia».
A lo largo de la historia se cometieron verdaderas tropelías con el cuerpo del santo, auténticas salvajadas. Otra de las sequías históricas fue la de 1231. El arca con el cuerpo de San Isidro es sacado a la calle, pero el clérigo de la iglesia de Santa María de la Almudena le corta un mechón de cabello para hacer una reliquia e invocar a la lluvia. En 1266, se arranca un trozo del sudario que cubría el cuerpo incorrupto del santo patrón, con el que se le restriega los ojos a un clérigo ciego, y al instante recupera la vista.
La reina doña Juana, esposa de Enrique II, quiso que trasladaran hasta sus aposentos un brazo del santo, pero hallándose orando en la capilla, se sintió repentinamente indispuesta, circunstancia que achacó a un aviso divino por tan macabra solicitud y desistió de ello. Pero resulta que el brazo ya había sido separado del cuerpo de Isidro, y tuvo que ser sujetado de nuevo a él con una cinta.
Una dama de Isabel la Católica fue a dar gracias al santo por su intercesión que la había curado de una grave dolencia. Se dice que le besó el pie derecho y le arrancó de un bocado el dedo pulgar. En ese momento, la dama quedó paralizada, y así estuvo hasta que la reina hizo que le restituyeran el dedo al santo. Pero lo que se hizo realmente fue meterlo en una bolsita y colgárselo de cuello a modo de relicario.
En el siglo XVII un cerrajero de Carlos II tuvo la osadía de arrancarle un diente al santo, y se lo entregó al monarca como regalo, que lejos de rechazarlo, lo tuvo bajo su almohada durante varios años con el ánimo de que le protegiera de todos los males.
El siguiente episodio se produce un siglo después. Una duquesa, cuya identidad se desconoce, andaba muy preocupada debido a la mala salud de su hijo. Por los mentideros de la Villa corre el rumor de que ésta, no se sabe de qué manera, había conseguido hacerse con un dedo de San Isidro, que una vez triturado, convirtió en una cataplasma que aplicó al cuerpo del enfermo. Quienes relatan este hecho como cierto se basan en que la propia reina, María Luisa de Saboya, se lo había contado al cardenal D´Estrée.
Cuatrocientos años han pasado desde la beatificación del patrón de Madrid y de los hombres del campo. Sus restos han ido y venido para hacer que lloviera o sanar enfermedades, y en ese intento de conseguir el milagro se cometieron con él auténticas barbaridades convencidos de que su cuerpo era «mano de santo».
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