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Una experiencia única

Tiburones azules en Bermeo

A pocas millas de la costa vizcaína el encuentro con estos animales, que despiertan miedo y pasión a partes iguales, está garantizado

Juandi Alcázar ilumina a uno de los tiburones Gonzalo Pérez MataLa Razón

El cielo se ha tornado gris y el viento comienza a soplar con más fuerza. El grupo, agotado por el vaivén de las olas después de dos horas en aguas del mar Cantábrico, y a varias millas de la costa, trata de subir a la embarcación. Con los pies desnudos, tras quitarse las aletas, intentan acceder a la escalerilla de metal y, en ese momento, una tintorera de unos dos metros merodea a escasos centímetros de sus tobillos.

Doce años antes, Isaías Cruz, un pamplonica apasionado del mar, decidió ir en busca de tiburones. Durante un tiempo, estuvo en contacto con los pescadores del País Vasco recabando información. Sabía que esa zona era un hábitat de cría de algunas especies como el tiburón azul. Tras un periodo alquilando barcos y recorriendo la costa hasta Francia en busca del mejor sitio donde poder interaccionar con ellos, dio con un punto clave en el borde de la plataforma continental. Era el sitio que andaba buscando y donde en la época estival se concentran ejemplares, sobre todo jóvenes, de tiburones azules, más conocidos en nuestras aguas como tintoreras, y en menor medida, tiburones mako, también denominado marrajo. A partir de entonces, comienza a visitar la zona con amigos para aprender del comportamiento de estos animales, hasta que en 2013 decide compartir su experiencia y crea Mako Pako, el primer tour-operador de avistamiento de tiburones en nuestro país y de Europa continental, servicio ofrecido a través de su web o agencias de actividades en destino como Civitatis. Desde el inicio tiene claro que su labor no es solo turística, sino que se centra en una experiencia mucho más completa, destinada a la concienciación y la protección de esta especie vulnerable.

Txabi Mina (izq) e Isaías Cruz en la popa de la embarcación de Mako PakoGonzalo Pérez MataLa Razón

En el puerto de Bermeo, población de tradición marinera y que antaño ostentó el título de Cabeza de Vizcaya, un grupo de ocho personas combinan pinchos con biodramina en una de las terrazas abarrotadas durante el mes de agosto. La previsión del tiempo obliga a adelantar los acontecimientos. El parking del puerto se convierte en la base de operaciones. Trajes de neopreno, máscaras de buceo y cámaras se amontonan entre los coches. Juandi Alcázar, instructor de buceo y apnea, coordina este grupo formado por apneístas que entrenan habitualmente con él. Es otro apasionado de los tiburones, ha trabajado de guía en destinos como el Mar Rojo o Maldivas y tiene claro que la única forma de protegerlos es conocerlos de cerca.

El muelle del Martillo está abarrotado de bañistas y familias que parecen encontrar el descanso en el ardiente hormigón. Entre ellos desfilan Miguel y Álvaro embutidos en el traje de apnea para lanzarse al agua y aliviar el calor antes de embarcar.

En el puerto espera Isaías. Es un tipo serio y no se anda con bromas. Le gusta lo que hace y si le vacilas te dedicará una sonrisa pero no es un animador de catamaranes. Tras firmar unos formularios, embarcamos. Le acompaña Txabi Mina, socio de Isaías desde que el proyecto cobró forma. Es licenciado en Ciencias del mar y biólogo marino y dedica gran parte del trayecto a explicar al grupo en qué consiste la actividad y arrojar algunos datos: 30 toneladas de tiburón azul son pescadas cada día en estas aguas, «aún así, los avistamientos se han mantenido durante estos años o incluso han aumentado».

Después de 45 minutos de navegación el barco se detiene y los dos se coordinan a la perfección en el ritual que atraerá a los tiburones usando cabezas de bonito y sangre de un cubo que parece no tener fondo, mientras algunos aprovechan para echar una cabezada mecidos por las olas. Al cabo de una hora, Txabi grita «¡Tiburón, y es de los grandes!», mientas una aleta corta la superficie del mar. En el imaginario de la mayoría de los mortales, esta sería la señal para alejarse de cualquier zona con más de un palmo de agua. Así nos lo enseñó Spielberg, pero todos están ansiosos por saltar al mar.

Los ojos grades y redondos son característicos del tiburón azulGonzalo Pérez MataLa Razón

Como fantasmas azules

Un cabo de seguridad de varios metros hace de frontera y guía durante los primeros minutos y, poco después, como fantasmas azules, los tiburones van llegando. No hace falta mucho tiempo para que humanos y escualos cojan confianza y comience el baile. Andrew se pierde en el fondo entre largas apneas mientras Cristina graba con su cámara a poca profundidad. La corriente obliga a estar alerta en todo momento para no verse arrastrados lejos del barco, y cada minuto que pasa los tiburones se muestran más confiados y su desfile es más cercano, incluso llegando a rozarnos. Hasta 11 ejemplares han acudido a la llamada y nos acechan desde todas partes.

Basta un momento para olvidar la reputación y centrarse en la belleza y la elegancia de un animal que despierta tanto miedo como pasión. Juandi se sumerge provisto de un potente foco y la piel áspera y de un azul brillante del tiburón contrasta con la oscuridad de un abismo que se pierde hasta los 200 metros de profundidad. De pronto, un banco de atunes y un grupo de delfines acuden a una cita que se torna maravillosa y salvaje. Tanto Isaías como Txabi, dedican el tiempo a tomar imágenes desde el extremo final del cabo a la vez que controlan que nadie se aleje, algo complicado debido a la corriente y al frenesí del momento.

Dos tintoreras nadan haciendo círculos bajo los buceadores.Gonzalo Pérez MataLa Razón

Al caer la tarde, el mar empeora, y exhaustos, nos acercamos al barco. El cielo está gris y el viento sopla con fuerza. Es hora de volver a puerto, y uno a uno vamos subiendo por la escalerilla de metal, mientras una tintorera de dos metros, de morro afilado y ojos redondos y negros como la noche, se acerca a pocos centímetros de nuestros tobillos sin que a nadie le inquiete. Hollywood lleva casi 50 años vendiendo que un tiburón puede ser el monstruo perfecto para infundir miedo en las salas de cine pero la realidad es muy distinta.

Si a algo deberíamos tener miedo es a la desaparición de un animal que lleva nadando en los océanos desde hace 400 millones de años y del que depende el equilibro y la salud del ecosistema marino.

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