Cine
Un Primavera lleno de contrastes
El festival llega a su ecuador con la evidencia de la victoria de las mujeres sobre todos los géneros
El festival llega a su ecuador con la evidencia de la victoria de las mujeres sobre todos los géneros
Un rápido estudio sociológico del público del Primavera demuestra que el cien por cien de su gente tiene cabeza, nadie entra sin ella, pero que el 60 por ciento la perderá en un momento u otro. El 41 por ciento cecea o al menos dice cerveza raro y el 20 por ciento es mudo o al menos señala cuando pide una. El 53 por ciento tiene algún tatuaje pero de entre éstos sólo el tres por ciento habla sobre su madre, así que en el fondo es triste, ya nadie quiere a sus madres como antes. Hay una relación de tres mujeres por cada dos hombres y un capullo, pero con la nueva concepción no binaria de género es difícil distinguirlos. Excepto el capullo, ese es muy fácil. Rosalía es la más grande, pero el 95 por ciento del público aplaude normal. Aplaudir al revés es cosa de focas, pero queda muy chulo. Hay un 30 por ciento de gente de 20, 30 y 40 años. Luego hay un 10 por ciento que cuando le pregunta la edad se ríe. Ser mayor debe ser la monda. Y todos y cada uno de ellos, a su manera, se lo pasaron de fábula el viernes, salvo un tal David Campos, David Campos no, David Campos se aburrió. ¿Por qué? Porqué las minorías siempre están donde menos te lo esperas y en el Primavera de este año hay de todo.
El viernes arrancó con la dulzura y duende de María José Llergo, con un Auditori entregado a su flamenco de cante clásico envuelto en sonoridades contemporáneas. Sus nanas tienen el encanto de la vida que se abre paso en el terreno más yermo y dejó claro que está cantaora es algo a seguir. Lo mismo podría decirse de Snail Mail, la nueva esperanza del indie americano que sola con su guitarra consiguió llenar un escenario enorme. En realidad, sola no estaba, le acompañaban unas enormes gafas.
En ese momento, Putochinomaricón cantaba «Gente de mierda» y la gente estaba de acuerdo. El 92 por ciento de la gente del Primavera está de acuerdo con que la gente son todos los demás excepto ellos, así que en realidad el 92 por ciento no son gente, son bacalao. El concierto fue un prodigio de diversión, imaginación y petardeo, con bailarines multicolor y la cara pintada consiguiendo que hasta los guiris entendieran todo lo que decía Putochinomaricón. El chico no se creía lo que estaba pasando. «Es muy fuerte», decía. Creetelo porque lo has logrado tú solito, enhorabuena.
¿Se puede dar la vuelta al mundo en 80 pasos? Sí, porque a escasos metros del madrileño comenzó el concierto de Sons of Kemet Xl, formación vanguardista de free jazz tribal, que invitó a todo el mundo a meditar y mirar las cosas de manera diferente. Poderosos, con tres baterías y unos vientos para tirar Jericó y levantar un McDonalds confirmó que el jazz consigue que te creas más listo y ese es el primer paso para conseguir hacer malabares y sorprender a tus amigos en las fiestas. Al mismo tiempo, en el nuevo escenario Heineken, una réplica de taberna irlandesa, Ken Steingfellow, de The Posies, tocaba con los Birkins, «Ziggy Stardust». «Estoy nervioso», dijo, «porque yo no soy David Bowie, pero por otra parte tampoco lo era Bowie en este disco» y ofreció así una rendición al mito llena de energía.
Entonces llegó uno de los platos fuertes de la tarde, un Kurt Vile que aseguró que se acababa de levantar, con lo que tenía sentido que no se sentase y ofreciese un nuevo recital de rock de espíritu clásico y confesional. Cada vez tiene el pelo más largo, lo que prueba de una vez por todas el teorema de Kudrin que dice que sí no te cortas el pelo nunca tenderás a la melancolía porque verás que la inacción es igual de potente que la acción. Kudrin era un vago, pero Kurt Vile es maravilloso. Al mismo tiempo pero en una galaxia muy muy lejana, dos robots se chocaron y tuvieron un mini robot en una competición de esgrima para cerebritos. Nadie del Primavera se enteró. En ese momento, Beak>, un trío de post rock contundente y curtido en mil batallas, dibujaban un fin del mundo tan estremecedor como hermoso, mientras al lado, unos jovencísimos Just Mustard ponían voz aguda de niña asustada a sus oscuros ritmos de guitarra y el contraste era abrumador. Quizá sólo era el tío del puro que llenó de humo, pero no, el concierto estuvo bien.
Empezó a oscurecer y volvió a reinar el pop de radiofórmula con Carly Rae Jepsen. Las mujeres de nombre compuesto tienen fama de indecisas, pero Carly Rae demostró que tiene las cosas muy claras. Sus melodías contagiosas se contagiaron y aquello fue el festival del tarareo que explotaba en risas de felicidad cuando llega el chorus y llegaba cada 30 segundos, en una iglesia sería muy irrespetuoso. Como aperitivo para Miley Cyrus estuvo muy bien. Hasta aquí una segunda tarde que demostró que la noche sólo sirve para ocultar, pero la mañana para ver.
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