Barcelona
El arca de la Mercè saca a relucir todos sus animales
Después de superar las lluvias de la mañana, las fiestas de Barcelona volvieron a coger lustre en dos jornadas que tuvieron de todo, grandes conciertos, grandes castillos, fuegos y niños rompiendo cosas
Después de superar las lluvias de la mañana, las fiestas de Barcelona volvieron a coger lustre en dos jornadas que tuvieron de todo, grandes conciertos, grandes castillos, fuegos y niños rompiendo cosas
Montse nació el 21 de septiembre de 2002 y sus padres habían prometido que aquella noche la dejarían salir hasta tarde con sus amigas a las fiestas de la Mercè. Estaba ilusionada. No, estaba en plan mago que saca un planeta de la chistera. En su cabeza había dibujado la película de aquel día y no era una de esas que ganan Oscars y profundizan en la verdad del ser humano, no, era mucho mejor, era de esas que se convierten en fenómenos sociales y hacen rico a todo el mundo implicado. Si sólo fuese ya, se dijo antes de ir a dormir la ncche anterior.
Cuando se levantó, con sus padres y hermano pequeño cantándola «Feliz Cumpleaños» en su cama, fue directa al balcón a ver si llovía, y llovía, y sus padres seguían cantando feliz cumpleaños, pero qué broma era aquella, dónde estaba la felicidad. !Aquí, aquí», exclamó su hermano, y puede que tuviese razón, pero no para Montse. «No te preocupes cariño, por la tarde ya habrá pasado», le dijo su madre, que sabía que su hija iba a estar hoy muy lejos de allí todo el día, así que lo mejor era que se fuera cuanto antes.
En la comida, Montse tenía cara de camello. Masticaba como si levantase el dedo al universo. Sus padres hasta se rieron. Chica, que ya sólo caen cuatro gotas, le dijo su abuelo, que había venido de Fuenteventura sólo para felicitarla. Aquellas palabras le volvieron a dar vida y corrió a la ventana a ver cuantas caían y si eran sólo cuatro, y eran unas cuantas más, pero qué importaba, eran pocas. ¡Os quiero!, gritó Montse, se abrazó a todo el mundo y se marchó de allí sin darse cuenta de que todavía no había quedado con nadie.
No le costó mucho movilizar a su grupo y antes de que se diera cuenta estaba en medio de diablos y tipos a los que no les funciona el mechero en los tradicionales correfocs. Montse sentía pánico a los petardos y a los ruídos fuertes, pero gritó ¡basta! muy fuerte y nadie le hizo caso, así que decidió que ella tampoco haría caso de los demás ruídos. «Vencamos nuestros miedos» gritó pero de nuevo nadie la escuchó, todos los habían vencido, sólo querían estar cerca del fuego.
Al acabar, se fueron todos a los conciertos del BAM en la plaza dels Àngels, donde actuaba un tal Jay Jay Johanson o lo que parecerían las momias si viniesen de Suecia. El élfico compositor de pop soñador volvía a la ciudad y Montse pensó que volvía a estar vivo, pero le gustó su delicadeza. En todo caso, no llovía, era su cumpleaños, y se lo estaba pasando de fábula. «¡Habéis visto la señal de Batman!» y Montse la miró, pero no la vio, porque no estaba imponente en el cielo para disfrute de toda la ciudad, sino que se ocultaba en la cúpula del Mnac, como si sólo llamase a un Batman pequeñito o que Pepe Serra, el director del Mnac, es en realidad Batman. Dios, Batman es el director del Mnac, es alucinante. Pero no, no era para tanto.
Cerca de la Plaza dels Àngels, en la plaza Joan Corominas, tocaba otro de los platos fuertes de la noche, la siria afincada en el Reino Unido Bedouine. «Vaya, qué siria parece, que alguien le cuente un chiste», dijo Toni, pero nadie se rio. Él sí, él mucho, con eso tenía suficiente.
Pero no era tiempo de quedarse quieto, y Montse y sus amigos se desplazaron al Moll de la Fusta, donde tocaba Dobet Gnahoré, voz nacida en Costa de Marfil que modernizó sus raíces que es lo que hacen los malvados transgénicos cuando quieren uvas sin pepitas, pero por algún motivo con la música a todo el mundo le parece bien. En realidad, las uvas sin pepitas están más buenas, así que... «Vaya, que siria parece, que alguien le cuente un chiste», insistió Toni, pero ni aún así, nadie se rio. Después llegó el congolés Baloji y entonces llegaron Silvia y Azur, otras de las amigas de Montse, que sehabían quedado a ver la exhibición vocal de Michelle David en la plaza del Àngels. «Lo que os habéis perdido», dijeron. Si esto fuera «Rebelión en la granja», ahora los cerdos se volverían malos y las perderían a ellas, pero Montse estaba de demasiado buen humor.
¿Cuántos eran ya? Quizá diez o trece. Montse no los contó, por qué iba a hacerlo, no estaba obsesionada con los números, por favor. Todos se fueron a seguir la fiesta ala playa del Bogatell, donde ya había comenzado el concierto de La Pegatina. Montse bailaba dando saltos y agitando los brazos como si fuera a volvar y en ese momento cayó encima de un matrimonio de unos 40 años que al verla la disculparon y se marcharon tristes y humillados a su país al día siguiente puesto que la juventud les había pasado por encima.
El grupo, que ya lleva 16 años creando energía y caos sobre el escenario, tocó temas míticos como «Lloverá y yo veré» o «Y volar», y Montse volvió a gritar «¡basta!» para que nadie la escuchase, para que no se acabase nunca. Cuando tocaron «Maricarmen» Montse miró a Toni y le dijo, «ni se te ocurra quitarte la camiseta», puesto que eso es lo que iba a hacer. Estaba sudada y olía tan mal que una aplicación de su móvil exclamó «¡qué peste!». En ese momento se añadieron al grupo Marta, Viv y José. «No habéis visto a Joan Dausà, os lo habéis perdido», dijeron y Montse empezó a creer que todo se había perdido, que nadie encontraba nada y que el mundo era maravilloso igualmente.
En ese momento, el grupo estaba formado por 15chicas, 5 chicos, un caniche, un tío con un parche en el ojo que buscaba su parche del ojo y una vieja con un mapa que aseguraba que según sus planos nadie debería estar allí. Tenía razón, ya era muy tarde. La noche pasó tan rápido y habían ocurrido tantas cosas que sentía que al despertar sería su 18 cumpleaños. Y todavía se lo creyó más cuando vio a sus padres y a su hermano cantándole «feliz, feliz no cumpleaños», que en ese momento no tenía ni pizca de gracia. «Despierta, vamos, que tienes que venir con nostros a ver los castellers», le dijo su padre. Nunca pensó que odiaría tanto el folklore como en ese momento, pero se lo había prometido cuando le permitieron ir sola la noche anterior. «Nostros te damos algo y tú nos das algo», le dijo su padre y por un segundo pensó que era el mismísimo Belcebú que se había dejado unas tontas patillas.
Llegaron a la plaza Sant jaume tan temprano que un gallo los vio y se murió de vergüenza. Y allí ya había miles de personas que no se querían perder la tradicional Diada Castellera de las fiestas de la Mercè. Su padre había sido, de niño, miembro del grupo anfitrión, los Castellers de Barcelona. Al celebrar esta formación su 50 aniversario, su padre no quería perderse su actuación. Aunque a Montse le gustaron más los Castellers de Vilafranca, cosa que nunca confesaría a su padre. Los del Alt Penedès consiguieron tres castillos de nueve, un 4 de 9 con «folre»; un 2 de 9 con «folre i manilles»; un 3 de 9 con «folre», y, además, levantaron un pilar de 8 con folre i manilles. MOntse sólo quería vovler a la cama, pero la verdad es que aquello era impresionante y abrumador, sobre todo cuando los Minyons de Terrassa han tendido que ser atendidos por los servicios sanitarios al caerse mientras realizaban un castillo 3 de 9 con «folre i agulla».
En el balcón del Ayuntamiento, Ada Colau presidía la diada, aunque Montse no la podía ver bien de donde estaba, parecía más bienel punto mal dibujado de un signo de exclamación. Lo que veía perfectamente era los diferentes carteles y pancartas y signos de apoyo, pero era demasiado temprano para Montse para tanta intensidad simbólica.
Al acabar, la niña sonrió y se dijo, «¡a casa!», pero no, no, cuando firmas con el diablo, es lo que pasa. «Ahora vamos a la Antigua Fábrica Damm para que tu hermano se distraiga», le dijo su madre. A Montse le dio un escalofrío porque, ya habían hecho algo para ella, algo para su padre, algo para su hermana... ¡significaba eso que harían después algo para su madre!
Cuando llegaron, descubrieron la calle Rosellón cubierto de robots y animales metálicos tipo mariposas, caballitos de mar, atunes, Había hasta una nave espacial. Dentro, en la fábrica, había catas de cerveza, que Montse olió muy bien, y conciertos. Y en los jardines de al lado, juegos con bolas y laberintos para los más pequeños que como su hermano era pequeño, pero no el que más, le gustaron muchísimo. Cuando decidieron irse, comieron algo rápido. Al acabar, Montse miró a su madre y rezó. «Ahora todos a hacer una siesta», dijo. Qué gran mujer, pensó Montse. Su madre se llamaba Mercè.