Casas reales
Que sesenta años no son nada
Carolina de Mónaco, desde su nacimiento, ha sido personaje básico para las publicaciones sociales
Carolina de Mónaco, desde su nacimiento, ha sido personaje básico para las publicaciones sociales
Sobre todo si se cumplen con la lozanía y la clase de Carolina de Mónaco. «¡Hola!» dedica su portada y un gran reportaje interior, que nos ofrece una vida en 60 portadas. Sin duda, Carolina, desde su nacimiento, ha sido personaje básico para las publicaciones sociales. En los primeros años por ser hija de quien era; luego desde muy joven apuntó maneras de princesa rebelde y apasionada. Pronto empezaron los romances, que llenaron las portadas de medio mundo. Esto frustró los deseos de su madre, Grace, que tenía como uno de sus grandes objetivos convertir a su hija en reina consorte de alguna de las grandes monarquías europeas. Dicen que sus ojos y sus intrigas estaban puestas en Carlos de Inglaterra. Cuando parecía que los amoríos se calmaban y que con un tiempo de discreción todo podría ser posible, Carolina da el gran campanazo: anuncia a sus padres su boda con el francés Philippe Junot, un hombre con una fama de conquistador empedernido, con bastantes más años que la novia y con un currículum en el que la única faceta que destaca es en la de gran vividor. Rainiero y Grace se ven obligados a aceptar el enlace, que se hubiera producido en cualquier caso. Las locuras pasionales pueden ser divertidísimas pero, como unos magníficos fuegos artificiales, terminan con la traca final. Así pasó, el matrimonio duró poco mas de dos años, aunque la convivencia terminó mucho antes. La misma princesa admite que empezó a comprender su error en la luna de miel. Busca compañía masculina, siendo el apuesto Roberto Rossellini el que todos señalan como el posible nuevo marido para Carolina, pero, al parecer, ésta era una magnífica relación de amistad de toda la vida, que incluía intimidades, pero no daba para más y de ello eran conscientes los dos. La muerte trágica de la princesa Grace deja a toda la familia Grimaldi en estado de depresión, al tiempo que carga a Carolina con toda la representación de un pequeño Estado, que tiene como principal activo su papel estelar en todos los medios del mundo. Pero como en los cuentos de hadas, aparece de pronto en la vida de la turbulenta princesa el auténtico hombre de su vida: un joven, bello y emprendedor italiano, Stéfano Casiraghi. Con él, su cuerpo, incluso su alma, se serenan. La felicidad es plena. Sus tres hijos corroboran que la felicidad es posible en pareja. De nuevo, al igual que sucedió con su madre, un trágico accidente rompe la felicidad perfecta. Se retira con sus hijos al campo, para taparse de la permanente exposición pública.
Pero Mónaco , que es un Estado, aunque ligado a Francia, con un territorio algo mayor que algunas fincas andaluzas, y que aparte de tiendas de lujo de los grandes diseñadores, unas cuantas fastuosas joyerías y, sobre todo el casino, gran motor económico, junto a los muchos residentes internacionales que depositan en sus bancos sus fortunas para evitar el pago de impuestos en sus países, poco más hay que reflejar. Por ello, la principesca familia tiene como obligación estar de fiesta en fiesta, para vender al mundo que Mónaco es la sede internacional de la más divertida felicidad. Todo esto no permite largos retiros llenos de tristeza. Carolina vuelve a sus obligaciones al tiempo que se reencuentra con un amigo Ernesto de Hannover, príncipe y riquísimo. Nueva boda, que la convierte en alteza real. Lo de Mónaco sólo da para alteza serenísima. Nueva hija, pero Ernesto es de jarana, mujerío y alcohol, con lo que la separación amistosa se produce. Carolina disfruta de las bodas de sus hijos, se convierte en abuela. Éste es el título que le da sus mejores momentos. Sigue apareciendo, elegante y con una belleza que siempre tuvo, pero añadiéndole un toque de serenidad que la da una nueva luz. Hoy todo para una mujer que ha sido, en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevamos del XXI, uno de los personajes más conocidos, queridos y envidiados del mundo: Carolina Grimaldi Kelly.
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