Riad
Mansos y calladitos
Es posible que el matarife que despenó en Estambul al periodista Jamal Khashoggi, no sin antes trocearlo en vida, le rebanase el gaznate de cara a La Meca, cumpliendo así con un precepto básico del rito halal que, rigiendo para la cabaña ovina, no tiene por qué perder vigencia cuando el sacrificado es un bípedo implume. El título de la célebre película en la que Anthony Hopkins encarnaba a un sádico antropófago, «El silencio de los corderos», alude a la diferencia entre éstos y los cerdos a la hora de encarar la muerte. Más sensitivos e inteligentes, los marranos intuyen que se acerca su hora y braman aterrorizados, mientras que los lelos borregos nada se malician, de ahí que la lengua española haya engendrado expresiones como «mansedumbre lanar» para definir la ausencia total de rebeldía ante la fatalidad. Con ella podríamos definir con total precisión el comportamiento de los líderes bolivarianos en la provincia de Cádiz ante el bofetón de realidad que les ha asestado el enojoso asunto de los contratos con la teocracia –ay, ese irreverente laicismo que los lleva a celebrar cualquier gamberrada antirreligiosa– descuartizadora de Riad. Teresa Rodríguez se ha dolido porque no desea «tener que elegir entre paz y trabajo», pero ésa es precisamente la primera obligación del responsable político. No será tan ingenua, o acaso sí, como para pensar que nadie antes de que ella se plantase en la puerta de la base de Rota dando voces había pensado que la guerra es una cosa fea. El adanismo es un simple sarpullido que alerta sobre un foco de ignorancia infecciosa. Este sapo se lo tiene que tragar, y así se va entrenando para cuando deba decir, a partir de enero, que los informativos de Canal Sur son un dechado de pluralismo y que la gestión de la Faffe es un ejemplo de transparencia.