John Steinbeck
La búsqueda de unos días especiales en verano
Tengo unos amigos a los que les encanta viajar. Tienen la suerte de tener una economía que les permite hacerlo sin reparos. Suelen reservar todos los veranos unos días para disfrutar de Positano y Capri. En varias ocasiones estuve a punto de marchar con ellos, pero siempre surgía un problema que lo hacía imposible. Este año por fin estoy en ello, eso sí, con el aviso de la caída que sufrí en el aparcamiento que ya les relaté la semana pasada y que ha estado a punto de malograr esos días especiales. Tan complicado ha sido este viaje a través de los años que espero que efectivamente pueda hacer mío lo que escribió en los años 50 John Steinbeck: «Es un lugar de ensueño que no parece real mientras estás allí, pero que se hace real en la nostalgia, cuando te has ido». Soy un admirador pleno de Italia, he visitado con frecuencia Roma, ciudad que no sólo me apasiona sino que podría vivir en ella, es muy sevillana. Conozco Venecia, Florencia, Milan y Nápoles. Esta última poco, porque fue cuestión de un día gracias al tren de alta velocidad desde Roma, con paseo de turista total. De modo que no me acerqué a Capri. Positano es conocida por el balcón más bello de Italia y sus encantos. No quiero aceptar todo lo bueno que me cuentan, para evitar decepciones. Capri es una música que te suena desde la infancia, en las leyendas, en los libros, en la historia, en las canciones... Incluso en una especie de chiste, recuerdo que la primera vez que vi a Celia Gámez, reina de la revista desde el reinado de Alfonso XIII, el monarca iba a verla al Teatro Pavón. Se decía que fueron amantes, no es de extrañar, porque el bueno de don Alfonso tenía muchas aficiones. Pero tres en las que sobresalían la caza, los coches y las conquistas amorosas. Celia cantaba un número que decía en su estribillo: «Capri es una isla de amor y emoción donde las muchachas juegan al balón».
Pero volvamos al Capri real. Ya el emperador Augusto se hizo una villa, pero el que disfrutó como nadie de la isla fue su sucesor, el divino Tiberio, que pasaba allí más tiempo que en Roma. Convirtió a Capri en el reino de las orgías más desenfrenadas. A partir de entonces siempre fue refugio de personajes muy especiales. A principio del siglo XX fue refugio de magnates, príncipes, aristócratas, artistas y todo personaje decadente que, como escribió Jean Cocteau, «eran Ícaros cuyas alas se derriten al calor de su propia vanagloria».
Entre los personajes de los primeros años del siglo XX destacó el noble, poeta y muy rico Jacques D’Adelsward-Fersen, que se refugió en la isla perseguido por la justicia francesa que lo acusaba de escándalo público por sus relaciones con jóvenes efebos. Se construyó una lujosa casa «Villa Lisis» que se conserva como propiedad municipal. El gran escritor francés Roger Peyrefitte escribió una novela magnífica basada en la vida del citado personaje, titulada «El exiliado de Capri».
El alma necesita más espacio que el tiempo, escribió alguien mirando el inmenso mar azul que rodea la isla. Por eso tantos personajes han buscado ese espacio en Capri: Debussy, Biset, Oscar Wilde, Grahan Green, Truman Capote, Tennessee Williams... Hasta dos personajes tan alejados del refinamiento y el lujo del lugar como Gorki y Lenin también se rindieron ante tan bella isla. Jacqueline Kennedy puso de moda los pantalones blancos de Capri en la alta sociedad, con Onassis detrás pagando cuentas. Grace Kelly y María Callas hicieron famosas las «sandalias Capri» y así hasta mil anécdotas. Espero que para mí estos días sean como escribió un luminoso escritor: «Casa abierta al sol, al viento y a las voces del mar, como un templo griego y luz, luz, luz por todas partes».
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