Sevilla
Bodas que te hacen soñar
Antes de la boda real de ayer, voy a reflejar la alegría que me produce contemplar la capacidad de rectificación que podemos tener ante hechos y situaciones incontestables. Muchos de los que hoy se felicitan por la inauguración, montaron una especie de guerra contra el proyecto de la Torre Pelli, hoy afortunadamente complejo Torre de Sevilla , recurriendo a toda instancia que pudiera paralizar las obras y acusando al entonces alcalde Monteseirín de haberse cargado una de las más históricas ciudades del orbe. Estaban convencidos de que con la llegada de Zoido al poder se pondría fin a la mayor felonía de los últimos siglos. Lógicamente el nuevo alcalde no paralizó nada. Supongo que pensaría que la inversión más fuerte que tenía la ciudad, además de la más futurista, en plena crisis, hubiese dejado en el paro, ya altísimo, a miles de trabajadores. La pasión es imprescindible en la vida, pero en ciertos asuntos como el que toco conviene aparcarla y ver desde todos los ángulos estos temas, y no solamente desde el egoísta de «al levantarme y abrir el balcón veo una torre que molesta mi exquisito gusto». Ayer sábado fue la noticia más destacada de todos los medios la inauguración del Parque Magallanes, que rescata una zona impracticable y dota a una zona de gran belleza, con el Guadalquivir como guía. Además, diseñado por un sevillano universal, Vázquez Consuegra, que tiene en el complejo otro ejemplo de su altísima categoría. El CaixaForum lo dice todo. Ya sólo falta la inauguración del centro comercial para que el citado conjunto se convierta en uno de los lugares más potentes de la ciudad, además a 10 minutos de la Campana. Personalmente, en mi modestísima economía, estoy muy enfadado con La Caixa, que es mi único banco. Tan enfadado que me voy a cambiar a otro, porque al menos al cambiar la competencia te ofrece chocolate con churros todas las mañana. Estas gentilezas pasan, pero uno se queda sin cara de idiota. A pesar de lo expuesto quiero agradecer a La Caixa, como sevillano, las buenas y generosas acciones que ha realizado por la ciudad. Como muestra ahí está el nuevo Parque Magallanes, que ha financiado íntegramente.
Ahora vamos de boda, aunque algunos republicanos contumaces ni bajo tortura reconocerían la magia de la monarquía. Lo que medio mundo vio ayer con gran placer es la prueba del nueve de que la magia existe. Todas, todos, nos hemos criado con cuentos de princesas. Cenicienta sigue viva, la hemos visto cuando se casó Doña Letizia con el Príncipe de Asturias. La vimos ayer, era Meghan: al tiempo es una lección de los grandes pasos que ha dado la humanidad en los hábitos sociales, en lo que llevamos de siglo XXI. La ya duquesa consorte de Sussex, título que desde 1700 ostenta un Príncipe de la Casa Real que no es heredero de la corona, no es que sea una mujer divorciada, mestiza, actriz y no precisamente de primera fila, es que es bisnieta de esclavos. Ahora es miembro de la familia real británica, país que fue uno de los grandes motores de la esclavitud. Como es tradicional, la organización del enlace ha sido perfecta, como hace Gran Bretaña las cosas reales. Es cierto que el tono era de menos boato. Hay que tener en cuenta que el Príncipe Harry, duque de Sussex, es el sexto en el orden sucesorio; por tanto, las posibilidades de reinar son nulas. No es boda de Estado, y se hace de forma más sencilla y sin la obligación de invitar a casas reales, jefes de estado o políticos. Pero de esto a pasar, como algún comentarista televisivo apuntó, a que toda la boda la organizó la novia va un abismo. Decía este joven comentarista, apuntado a la modernidad extrema, que la novia, como había predicho, llevaba un traje muy sencillo que ella misma había elegido. Lo cierto es que el magnífico traje era de la casa Givanchy, con diseño de la nueva directora de la citada firma. No creo que Meghan esté muy familiarizada con los grandes creadores mundiales, afirmó también que en su afán por cambiar la Monarquía británica no llevaba apenas joyas. Llevaba una fastuosa diadema, aprecié una gran pulsera de brillantes. La corona inglesa lleva muchos siglos de andadura y esta boda demuestra su capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos, pero paso a paso, no a la carrera.
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