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Los «maltratados» del Museo de Cera: de Bill Gates a «La Roja»

El cónclave se ha transformado: mientras que antaño reinaban los Beatles Y Cristóbal Colón, hoy lo hacen Los Vengadores, Cristiano Ronaldo o Leonardo Dicaprio.

Justin Bieber o Beyoncé son las figuras más vistas de la sección dedicada a la música y el espectáculo. Los Beatles, Plácido Domingo o Javier Fernández, sin embargo, no son de las más solicitadas a pesar de su altísima calidad en el detalle y la ejecución. Fotos: Cristina Bejarano larazon

El cónclave se ha transformado: mientras que antaño reinaban los Beatles Y Cristóbal Colón, hoy lo hacen Los Vengadores, Cristiano Ronaldo o Leonardo Dicaprio.

El Museo de Cera acoge personajes carismáticos recreados con el material que figura en el nombre. Fue inaugurada en el año 1972 por el entonces ministro de Información y Turismo, don Alfredo Sánchez-Bella. Cuando este dio el pistoletazo de salida a uno de los cónclaves más atractivos culturalmente hablando de Madrid, Cristóbal Colón actuaba como el principal reclamo; el edificio comenzó llamándose Museo de Cera de Colón, de hecho. Poco a poco aterrizaron nuevas figuras, como las de los reyes castellanos y aragoneses Isabel y Fernando, y se decidió recrear la llegada del colonizador a pies de los monarcas. Lo que un día era la atracción principal (y única durante un tiempo, todo sea dicho) hoy pasa prácticamente desapercibido frente a los Vengadores, Leonardo DiCaprio o Cristiano Ronaldo, que actúan como las más atractivas del recinto. ¿Cuáles son las figuras más maltratadas con el paso de los años?

La genealogía borbónica y austriaca es la encargada de recibir a los espectadores. También es, por cierto, una de las ubicaciones menos concurridas de todas. Las figuras de Felipe II, Juana la Loca o Carlos II «El hechizado», así como la del califa de Al-Andalus Almanzor o el filósofo Averroes no gozan de una popularidad abrumadora: los visitantes apenas gastan diez segundos en echar un vistazo al nombre que acompaña, mirar la expresión de la estatua y cambiar de objetivo. Ni siquiera de un simple «selfie» disfrutan las Edades Antigua, Media y Moderna de España. Es justicia decir, sin embargo, que muchas de las excursiones escolares tienen como objetivo ilustrar y representar parte de las ramificaciones familiares monárquicas que han gobernado el país. Sin embargo, más allá de ese grupúsculo, la historia nacional apenas suscita interés a los visitantes.

Algo parecido sucede con los homenajes a piezas fundamentales del pensamiento y desarrollo tanto nacional como internacional. Muchos de los inventores y pensadores más honorables y respetados de la historia se quedan en simples zonas de paso a habitaciones más frecuentadas: Ramón y Cajal, Gregorio Marañón y Ortega y Gasset discuten aspectos tan trascendentales sobre ciencia o filosofía como pueden ser el vitalismo, el uso de la razón o la endocrinología, pero no consiguen rascar apenas un par de minutos de visita de los asistentes. Tampoco Albert Einstein, una pieza fundamental de la física en el siglo XX, logra una simple muestra de aceptación más allá de la tímida risa que genera su graciosa mueca y su altiva postura frente a una estantería de libros; él lleva uno en la mano también. Una anécdota curiosa: el conserje que custodia a este grupo porta un periódico real que se actualiza diariamente. Aunque parezca mentira, resulta chocante comprobar que la lectura del guardián y su constante transformación capta más miradas que los genios en sí.

EDL BOSQUE Y EL TROFEO

Pero si hay un caso que llame la atención en cuanto a detrimento de fama se refiere es la recreación de «La Roja», aquella generación de futbolistas que se alzó con el Mundial de Sudáfrica en el año 2010 y que marcó un antes y un después en los anales de la historia deportiva nacional. Iker Casillas, Andrés Iniesta, David Villa y Fernando Torres posan erguidos al lado de su seleccionador, Vicente del Bosque, quien presume junto al trofeo de campeones del mundo. Enfrente permanece impávido Cristiano Ronaldo con la equipación de Portugal y un corte de pelo que es retocado cada cierto tiempo por su peluquero. El astro luso, como es normal, y a pesar de su éxodo hacia tierras turinesas, goza de toda la atención de la sala por su pasado histórico en el Real Madrid. La figura de Bill Gates parece mirarle con recelo (esta se encuentra a caballo entre los deportistas y los científicos), al igual que la de Miguel Induráin o Zinedine Zidane, dos de las menos queridas también. Mireia Belmonte, Rafael Nadal y Pau Gasol, tres deportistas laureados donde los haya, reciben el calor de los asistentes, especialmente de los más jóvenes. Un poco hacia la derecha, sin embargo, aquellos que un día hicieron historia en el balompié se han quedado reducidos a la obsolescencia, a pesar de que hace unos años fuesen el mayor reclamo.

También cuenta el edificio con temáticas muy interesantes que, aunque no sean de las más ignoradas, sí que salta a la vista la pasividad con la que son tratadas. Personalidades tan referenciales como Benito Mussolini o Mahatma Ghandi, antónimos como seres humanos pero coetáneos en el tiempo, despiertan mucho menos interés que Adolf Hitler, por ejemplo. Allí también está el actual presidente francés, Emmanuel Macron, el cual tampoco suscita excesivo protagonismo, al igual que Winston Churchill, ex primer ministro de Reino Unido. Y por continuar por el sendero de la política, es también remarcable la ignorancia que reciben los Trump, Donald y Melania, frente a la atención que acaparan tres de los presidentes estadounidenses más influyentes: Barack Obama, Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy.

Los que se fueron y no están

La mujer de este, por cierto, también estuvo en su día. Por desgracia, en el Museo de Cera son todos los que están, pero no están todos los que fueron. La actualidad y el limitado espacio con el que cuenta el edificio ha obligado a remover algunas atracciones que fueron muy incipientes en su día pero que, con el paso del tiempo, se antojaron desfasadas. José María Íñigo, uno de los periodistas más laureados de España, tuvo que ser removido por las distintos motivos. También lo estuvo el payaso Emilio Aragón, el primer corresponsal en Nueva York de Televisión Española, Jesús Hermida, y el multimillonario y magnate heleno Aristóteles Onassis.

Pero además hay zonas que sí han perdurado en cuanto a atención se refiere. Es lo que ocurre con la Casa Real, reducida con el paso de los años pero que no sufre detrimento alguno en términos de popularidad. Mientras que hace diez años la sala estaba presidida por los Reyes Eméritos Don Juan Carlos y Doña Sofía, los actuales Don Felipe y Doña Letizia junto con las Infantas Leonor, Elena y Cristina acompañadas de sus respectivos maridos Iñaki Urdangarín y Jaime de Marichalar, ahora solo quedan cinco supervivientes. La sala es de las que más estima produce: las fotos con los actuales monarcas y su hija, así como con los anteriores, son abundantes. Sin embargo, en el mismo lugar también se encuentra una reproducción detalladísima del famoso cuadro de Goya «Los fusilamientos de la Moncloa», del cual los visitantes pasan por completo. Un dato interesante: el motivo del no-desplazamiento de esta pieza es porque, en un principio, la sala representaba todo lo relacionado con la Guerra de la Independencia como símbolo de la unidad de España, y por eso se decidió mantener ahí.

En el tablón conmemorativo de celebridades que han pisado el Museo, escribe José María Pemán una anécdota curiosa. En la Antigua Grecia bien era conocido el gusto por esculpir y moldear estatuas de piedra a modo de admiración a los dioses de la época; algo así hace el Museo con las personalidades actuales, aunque variando el material. Cuenta la historia que cuando una pequeña parte de la nariz, mano o cuerpo se caía, se reponía con cera. Si una escultura no había sido modificada, se decía que era sin-cera; de ahí se adquirió la palabra que, traída al castellano, significa algo así como aquella persona que dice la verdad y no trata de ocultarla. Que es real. Las figuras del Museo de Cera están hechas del mismo material, y aunque no sean del todo sin-ceras, en el fondo, sí que lo son.