San Francisco
Gloria Camila espera pasar la Navidad con Ortega Cano
No se me va de la cabeza, sobre todo después de que ayer, en la clausura del Sicab sevillano, Gloria Camila, esperanzada me dijera: «Espero pasar las fiestas con mi padre, si le dan el permiso». Deben de cogerme sensible y aún impactado por lo vivido –y sentido de qué manera– en Goa, India, ante la exposición en su catedral nada impactante de los restos de San Francisco Javier, que con Santa Teresa de Jesús es nuestro santo más universal. Experiencia de las que animan, reconfortan y ayudan a seguir adelante. El navarro fue un «hippy» de su tiempo, allá en 1500, cuando estudió en Bolonia y París y luego fue enviado a las Indias por el rey portugués del momento. Fue su gran momento evangelizador, una epopeya que José María Pemán versificó en «El divino impaciente», su obra magna. 40 años llevando la fe hasta que murió en Cochín, para que entonces su cuerpo incorrupto fuese trasladado a Malaca y Goa, donde reposa desde hace siglos. Cada primero de diciembre exaltan su entrega y exponen al público sus restos, que siempre yacen en un majestuoso y marmóreo monumento en el Bon Jesús, iglesia jesuíta de la antigua capital del Portugal ultramarino. Cada 10 años trasladan al cuerpo, lo bajan desde sus alturas escultóricas y puede ser visto y besado ante el altar mayor catedrático.
Para vivirlo. Una experiencia única, aunque personalmente son muchos mis viajes a Goa que, además de actualizar la poca piedad que algunos me suponen, da oportunidad de playas y «shopping» inacabable. Calangute se ha transformado en casi sucursal de Benidorm. Atestada de puestecitos, tienen singularidades evocadoras como ver en algún restaurante un pliego embadurnado donde se pegan las moscas que tanto importunaron a Quevedo. «Vosotras, malditas moscas», musicó Alberto Cortez, como ahora hacen otros con cánticos al santo navarro tan espléndidamente evocado: 1.400.000 peregrinos, devotos o romeros atestaron la modesta capital y sus alrededores. Old Goa está a orillas del río Mandoví, donde el gentío tuvo trabajo de horas para aproximarse al santo casi intacto y sin brazo derecho, el de inalcabables bautismos y sustraído salvajemente como reliquia. Al diferencia de lo que sucede en España, su Novena de la Gracia no es a primeros de marzo, sino estos días concentradores de multitudes: carreteras cortadas, cuatro arzobispos oficiando misa –las había hasta en castellano– así como representaciones de «Un santo para Japón», una especie de ópera aprovechando el evento. Daban representaciones diarias en este ferial santificador; era una auténtica prueba de fe a 40 grados. El sol inmisericorde supuso otra prueba a superar tras las casi 17 horas de avión desde Madrid a Qatar llegando finalmente, rendidos pero ilusionados, en pos del Santo Patrono de las Indias que también lo es de los viajeros. Por algo lo habrían escogido. Viví estampas como de años coloniales: lo mismo veías saris multicolores animándose bajo palmeras casi caribeñas que puestos feriales al estilo de la «calle del infierno» sevillana. Todo uncido en colas interminables y casi vericuetas para acercarse y besar sobre vidrio el santo. Para repetirlo. Hay que tener su temple, coraje y ánimo; ya querrían los de nuestras masivas Jornadas de la Juventud, el explotado Camino de Santiago o las típicas pero incomparables «javieradas» de cada primeros de marzo. Imposible describirlo, hay que vivirlo y sentirlo. Afortunadamente, yo lo hice. Auténtica expiación de muchas cosas donde no dejé de pensar en mundanidades como imaginar qué Navidades pasarán los hijos de la Pantoja, Gloria Camila y José Fernando o los más numerosos retoños de Cayetana. Imagino su vía crucis navideño, ya sin la obligada cita ritual en el palacio de Liria. Supongo que el aún duque de Huéscar no citará a la grey como hacía la conciliadora Duquesa de Alba, aunque Gonzalo Miró la cabreó hasta el repudio al negarse como agnóstico confeso a ir a la Misa del Gallo en la capilla palaciega. Pero eso ya lo detallaré mañana.
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