Unión Europea
La fractura entre EE UU y Alemania se recrudece
La canciller insiste en que Europa debe tomar su destino en sus manos
La tensión provocada por las declaraciones del fin de semana de la canciller alemana, Angela Merkel, en las que se mostró crítica con Estados Unidos y con su nuevo presidente, Donald Trump, no parece remitir
Han pasado pocas horas desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca y su cuenta de Twitter ya acumula recados. El principal, dedicado a Alemania. «Tenemos un déficit comercial MASIVO con Alemania, además ellos pagan MUCHO MENOS de lo que deberían a la OTAN y gastos militares. Muy malo para EE UU. Esto va a cambiar». Suma y sigue de una escalada cuerpo a cuerpo que amenaza con dinamitar los puentes trabajosamente levantados desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Todo comenzó la pasada semana, durante la reunión de los países miembros de la OTAN en Bruselas. Entre empellones para alcanzar la primera fila en las fotos de familia y declaraciones explosivas, tanto públicas como privadas, Trump exhibió la sensibilidad de un nacionalista obsesionado con su perímetro electoral. Reunido con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Jun-cker, y el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk., el estadounidense denunció el desequilibrio de la balanza comercial entre su país y Alemania. De pasó describió a los ciudadanos de este país como «Malos. Muy malos».
Nada explicita mejor su crueldad que la cantidad de coches germanos matriculados cada año en EEUU. «Es horroroso», dijo, «vamos a pararlo». Lo que no añadió es que las marcas alemanas no son, ni de lejos, las primeras en el mercado de la automoción estadounidense, dominado por las empresas de Estados Unidos y Japón. Tampoco que los alemanes fabrican muchos de sus coches en el país.
Poco después, durante la reu-nión del G-7 en Taormima (Sicilia), un Trump a la defensiva, insólito si atendemos a la historia de los últimos 70 años, remachó que EE UU podría desmarcarse del Tratado de París contra el cambio climático. Tampoco secundó las medidas antiproteccionistas por las que abogan sus socios ni suscribió ningún tipo de acuerdo. El gran enemigo de la globalización, su bestia negra, sólo tiene ojos para lo local. En ese contexto, la canciller alemana, Angela Merkel, explicó que las discusiones del G-7 «han sido muy difíciles, por no decir insatisfactorias». Pero Merkel no se quedó ahí. El domingo, en un acto electoral celebrado en Múnich, comentó que «los europeos tenemos que tomar el destino en nuestras manos». «Los tiempos en los que podíamos depender completamente de otros», añadió, «hasta cierto punto han terminado».
Al rebufo de su mensaje histórico, el candidato socialdemócrata a la presidencia y rival de Merkel, Martin Schulz, enfatizó en un mitin que «ningún jefe de Gobierno de nuestro país puede» dejarse humillar, de la manera en que ese hombre lo hizo en Bruselas». Schulz tachó a Trump de autócrata y mostró su absoluto respaldo a la canciller. La persona que, explicó, representa a todos los alemanes.
La carga simbólica de la fractura pesa tanto como la «realpolitik». No en vano fue en Berlín, un 26 de junio de 1963, cuando John Fitzgerald Kennedy pronunció una frase mítica: «Ich bin ein Berliner» («Soy berlinés»). En realidad la frase completa fue incluso más, potente y poderosa: «Hace dos mil años, el grito más orgulloso era ‘Civis romanus sum’ [‘Soy ciudadano romano’]. Hoy, en el mundo libre, el grito más orgulloso es ¡Ich bin ein Berliner!... Todos los hombres libres, donde quiera que vivan, son ciudadanos berlineses, y por lo tanto, como hombre libre, me enorgullezco de decir Ich bin ein Berliner». Veinticuatro años más tarde, el 12 de junio de 1987, otro presidente de EE UU, Ronald Reagan, volvió a Berlín para exigir al entonces presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, que liquidara el oprobio del Muro. «¡Tire este muro!», clamó Reagan. «Damos la bienvenida al cambio y a la apertura porque creemos que la libertad y la seguridad van juntas, y que el avance de la libertad sólo puede fortalecer la paz mundial». Por si fuera poco, Reagan invitó a los soviéticos a detener la carrera armamentística.
Qué lejos queda todo esto de la soez exhibición de un presidente Trump empeñado en hostigar a sus aliados occidentales. Bajo el fuego cruzado del Brexit, y mientras Rusia trabaja en desestabilizar la alianza que forjó la OTAN para defenderse de su expansionismo en la época comunista, o sea, el vínculo entre Estados Unidos y Alemania, Merkel, última esperanza junto a Macron del europeísmo, lo ha explicado sin subterfugios. El viejo continente viaja solo.
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