Tribuna
Suiza no es Yalta: la solución a la guerra en Ucrania saldrá de una cumbre en la que Kyiv y Moscú estén representadas
La solución de los dos años de guerra en Ucrania saldrá de una cumbre en la que Kyiv y Moscú estén representadas, pero no parece que vaya a producirse en los próximos meses mientras las potencias occidentales afrontan un ciclo electoral incierto
La Cumbre por la Paz en Ucrania celebrada la semana pasada en Suiza, a la que asistieron 52 líderes mundiales y altos funcionarios o representantes de otras 38 naciones, difícilmente puede calificarse de éxito. El Gobierno ucraniano ha hecho todo lo posible por reunir a una multitud internacional de renombre, pero se ha visto obligado a abandonar la mayoría de los puntos importantes de la Fórmula de la Paz del presidente Volodimir Zelenski. El comunicado conjunto estaba lleno de connotaciones bastante obvias, y ni siquiera lo firmaron varios enviados, en concreto los de la India, México, Arabia Saudí, Sudáfrica, Tailandia, Indonesia y los Emiratos Árabes Unidos. El siguiente encuentro, al que los organizadores dijeron que probablemente invitarían a Rusia, tiene pocas posibilidades de convocarse en los próximos meses. Parece que las potencias occidentales podrían estar ocupadas con sus propias elecciones y sus crecientes problemas internos.
Estos acontecimientos eran de esperar, y no sólo por el sabotaje de Rusia o las maniobras malintencionadas de China. Desde el principio de la guerra, Ucrania ha contado con el apoyo de lo que en Rusia se denomina «el Occidente colectivo», y si uno echa un vistazo a la lista de los 52 jefes de Estado y de Gobierno que asistieron a la Cumbre, se dará cuenta de que 38 de ellos representaban a la «Europa ampliada», Norteamérica, Japón y Corea del Sur. Además, a medida que estas naciones se consolidan detrás de Ucrania, el denominado Sur Global se muestra cada vez más escéptico a la hora de apoyar las pretensiones de Kyiv. Diría que nadie apoya directamente a Rusia, pero muchos creen que no pueden ponerse del lado de Occidente en una división que evoluciona entre las naciones desarrolladas y sus adversarios.
Esto apunta a una importante novedad en la política internacional. Parece que las dos alianzas –una dominada por Estados Unidos y otra ligeramente liderada por China– poseen enfoques significativamente diferentes sobre la guerra en curso en Europa, y dado que tanto Rusia como Ucrania apuestan por la continuación de los combates proclamando que cada una busca una victoria decisiva, las nuevas superpotencias deberían empezar a jugar su propio juego. En la actualidad, se anticipa ampliamente que Rusia se ha convertido en el Estado vasallo de China, dependiendo críticamente de Pekín en demasiadas esferas. Al mismo tiempo, pocos esperan que Ucrania pueda contrarrestar la agresión rusa sin depender de las armas, municiones y transferencias de dinero occidentales. Y dado que Estados Unidos y China son los principales interlocutores de ambos adversarios, sería sensato establecer líneas directas de comunicación entre ambos sobre el conflicto ucraniano con el objetivo de elaborar una solución que se convirtiera en un compromiso no tanto entre Moscú y Kyiv como entre «Occidente y el resto», un compromiso que más tarde sería «vendido» a los beligerantes por los líderes estadounidenses y chinos. Este cambio podría ser importante porque aliviaría la confrontación, evitaría más pérdidas de vidas humanas y establecería un nuevo tipo de cooperación entre los polos emergentes del mundo del siglo XXI.
La guerra de Ucrania parece un conflicto crucial entre las grandes potencias que puede compararse con la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Va acompañada de un aumento de la competencia entre las potencias occidentales y sus adversarios en África, Asia y América Latina. Y, por lo tanto, los estadistas de todo el mundo deberían –como hicieron durante los años de la Primera y Segunda Guerra Mundial proclamando los 14 Puntos o firmando la Carta Atlántica– preocuparse por esbozar los contornos y las bases de un nuevo orden mundial que pueda sustituir al que dominó el siglo XX. Por supuesto, nadie sabe cómo será, pero diría que tanto la Fórmula de Paz de Ucrania de 2022 como las pretensiones finales de Putin de 2021 y 2024 exigen la restauración de una situación anterior. La única diferencia es que Kyiv insiste en volver a instaurar la de, digamos, 2012, cuando Ucrania había controlado todo su territorio postsoviético, y Moscú la de 1993, cuando los Estados centroeuropeos no formaban parte de la OTAN y la Unión Europea no había iniciado su ampliación hacia el este. Pero a nadie le preocupa un orden futuro que durante siglos ha sido el resultado de grandes conflictos militares.
La guerra en curso pone de relieve los límites de la influencia que la gran potencia posee frente a una «secundaria» perteneciente al bloque político-militar opuesto. Las sanciones occidentales contra Rusia no minan su economía, del mismo modo que las sanciones estadounidenses contra Cuba desde los años sesenta carecían de importancia, ya que la URSS suministraba a la isla gran parte de los productos que necesitaba. Cuba no se ha desarrollado, exactamente igual que Rusia ahora, pero sobrevivió con éxito a la presión. Es hora de reinventar los hábitos de la Guerra Fría de resolver los conflictos regionales mediante conversaciones entre las naciones dominantes de las que dependían los beligerantes. Si se pone fin a la guerra en Ucrania mediante este tipo de esfuerzos, significa que se puede construir e instalar la nueva arquitectura para la seguridad mundial, porque si las grandes potencias fracasan esta vez, el mundo podría deslizarse hacia el caos y la imprevisibilidad.
La Cumbre de Paz fue la cúspide de lo que podría conseguir un grupo de naciones apoyando a una de las partes del conflicto ucraniano. Pero para ponerle fin, se necesita otro bando, y sorprendentemente no debería ser Rusia, sino más bien aquellos que ahora tienen el control efectivo sobre Moscú y los que están interesados en formalizar un nuevo orden global a través de conversaciones y negociaciones con los que habían viajado –en su mayoría sin sentido esta vez– a Bürgenstock.