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Ciberseguridad

Las sombras de Israel en el campo de batalla del ciberespacio

El Estado hebreo trabaja en la construcción del ‘Cyber-Dome’, un escudo de ciberseguridad similar a la Cúpula de Hierro que protege su espacio aéreo, para blindarse de los ataques en la red

Oficina de la Dirección Cibernética Nacional de Israel en Berseeba CERT-ISRAELCERT-ISRAEL

Los retratos oficiales del presidente Isaac Herzog y del veterano primer ministro Benjamín Netanyahu vigilan una de las salas de operaciones del cuartel general de la Dirección Cibernética Nacional de Israel (DCNI), levantada en el corazón del desierto del Néguev, en la ciudad bíblica de Beerseba, una isla tecnológica rodeada de un mar de arena a poco menos de una hora en coche de Tel Aviv, si respeta el tráfico, que hace las veces de capital de la ciberseguridad del Estado hebreo. La agencia, que responde sobre la naturaleza de sus actividades directamente ante el primer ministro, es uno de los actores que sostiene la siempre amenazada seguridad nacional en el campo de batalla digital. La nueva línea del frente virtual es inabarcable. Comprende servidores, rúters, software y las normas y protocolos que facilitan la comunicación y la transferencia de datos. Abarca también sitios web, plataformas de redes sociales, mercados en línea, servicios en la nube y un amplio abanico de programas y aplicaciones. La guerra 2.0 se libra en un terreno amplio y escurridizo, difícil de definir y acotar.

Israel es uno de los Estados que más ataques recibe en el ciberespacio. Unas 200 ofensivas diarias tienen su origen en servidores iraníes, según el rastreo de la Dirección Cibernética Nacional. La Guardia Revolucionaria Islámica emplea como mínimo a 15 grupos de «hackers» dedicados única y exclusivamente a desestabilizar a Israel en la red, denuncia el director ejecutivo del equipo de respuesta a ciberemergencias, Erez Tidhar, que recibe a LA RAZÓN en su impoluta sede de Beerseba, a las puertas de la decimotercera edición de la Cyber Week, uno de los mayores eventos mundiales de ciberseguridad con sede en Tel Aviv.

Tidhar asegura conocer el origen de las amenazas porque «cada atacante deja su huella». De acuerdo con la Dirección Cibernética Nacional, Irán tutela en el ciberespacio a las milicias palestina y libanesa de Hamás y Hizbulá, eternos aliados en la lucha contra Israel. «Es como un bufet libre, cada uno elige si dañar los sistemas o utilizar los ataques para actividades de espionaje», apunta Tidhar. Sin embargo, Irán no es el único actor estatal que les ataca. China es otro de los sospechosos habituales, aunque concentra sus esfuerzos en espiar «para conseguir información sensible».

Tidhar representa a un departamento vinculado al Gobierno que trabaja mano a mano con las distintas agencias que componen el elefantiásico aparato de seguridad del Estado: los servicios de inteligencia exterior, el Mosad; interior, el Shin Bet; y militar, Aman. Además del Ministerio de Defensa y las poderosas Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), la institución que vertebra la sociedad, por las que todo ciudadano israelí debe pasar salvo incapacidad física, mental u objeción religiosa. Hasta la fecha, los haredi o judíos ultraortodoxos han estado exentos de enrolarse en las filas del Ejército, una política duramente criticada desde los sectores más seculares de la sociedad que podría tener las horas contadas.

La inestabilidad institucional no pasa factura a la agencia, asegura Tidhar. Las dudas son razonables. Y es que Israel sufre una crisis de identidad inédita después de haber celebrado hasta cinco elecciones en menos de cuatro años. El turbulento ciclo político se cerró en falso tras los comicios del pasado mes de noviembre con la formación del Gobierno más escorado a la derecha de su historia. Netanyahu, embarcado en una reforma judicial a la húngara que amenaza con socavar la independencia de los jueces, tejió una mayoría en la Knesset con las habituales formaciones ultraortodoxas. Pero incluyó en la ecuación, por primera vez, a los radicales de extrema derecha de Sionismo Religioso.

«Somos profesionales», insiste el jefe del equipo de respuesta a ciberemergencias. La agencia, explica a este periódico, trasciende de la refriega política y queda bajo las órdenes de un juez especial asignadoen periodo electoral. No hay riesgo de que el primer ministro en funciones utilice en su favor el trabajo del departamento.

Las distintas ramas de seguridad del Estado hebreo cuentan con la asistencia multimillonaria del sector privado. Transatlánticos de la talla de Google, Amazon o Microsoft toman partido en la cruzada contra los peligros cibernéticos que enfrenta Israel, y han establecido sus respectivas bases de operaciones en Beerseba. Las grandes empresas tecnológicas quieren formar parte del oasis digital en pleno desierto del Néguev por los generosos incentivos fiscales y las jugosas oportunidades de negocio que ofrece el mercado israelí. Las FDI, por su parte, también empiezan a instalar en la zona al C41, su unidad tecnológica de élite. Ambos cooperan con la mira puesta en apuntalar el Cyber-Dome, un férreo escudo en el ciberespacio para blindarse de los ataques en la red; término que hace analogía con el famoso Iron-Dome, la Cúpula de Hierro que protege el cielo de Israel de los misiles enemigos.

Una «start-up nation» con sangre militar

Todos ganan en el negocio de la ciberseguridad. En Israel, reconocido a escala global como «la nación de las empresas emergentes», un caso que los autores Dan Senor y Saul Singer analizan en su obra «Start-up nation: La historia del milagro económico israelí» (Warner Brooks, 2016), la simbiosis entre el Ejército y la empresa privada es uno de los factores que explican el frenético crecimiento económico de un país que nació hace apenas 75 años y que genera en la actualidad másstart-upsque otras potencias económicas como Japón, China, Corea del Sur, Canadá o el Reino Unido.«Pares a quien pares en la calle, está preparado para emprender y tiene experiencia militar», explica a este periódico el presidente de la Agencia Espacial Israelí,Isaac Ben-Israel, el asesor de cabecera de Netanyahu en materia de ciberseguridad. Pero la denominada «culturastart-up» tiene trampa. «El porcentaje de éxito, en realidad, no supera el 4%. Son los denominados unicornios», reconoce este condecorado general de división en la reserva. «Pero justifican el 96% de los fracasos».

CyberArk es uno de estos famosos «unicornios» a los que hace referencia Ben-Israel. Esta compañía privada, fundada hace poco más de 20 años en Estados Unidos por oficiales israelíes de las ramas de informática e inteligencia, y hoy una de las más importantes del sector, nutre sus filas de perfiles como el de Omer Grossman. Este antiguo jefe del Centro de Operaciones de Ciberdefensa de las FDI, previamente a los mandos del Mamram, la unidad del sistema informático central del Ejército, decidió quitarse el uniforme y dar el salto a la empresa privada como si fuera «el último trozo de pizza» hace apenas dos años. «Sentí que era el momento ­–confiesa a LA RAZÓN–, sobre todo por mi familia». Fuera de las FDI se vive más tranquilo, aunque sea en la reserva.

Omer Grossman, director de Información Global de CyberArkCyberArkCyberArk

Los 25 años de experiencia militar al más alto nivel de Grossman marcan la diferencia en el sector de la ciberseguridad. En las empresas privadas se rifan perfiles como el suyo, en parte porque han tenido acceso a los sistemas tecnológicos más sofisticados y, además, porque están curtidos en escenarios de crisis. En este negocio, pasar por las FDI es un valor seguro. Pero el camino de Grossman no es el único posible. Otros como Aviv Mussinger deciden dar el paso y, con toda esa experiencia acumulada en el Ejército y después en la industria del hi-tech, montar su propia empresa. Mussinger, que sirvió como analista de inteligencia en su paso obligatorio por las FDI años antes de recalar en el controvertido NSO Group, desarrollador del spyware Pegasus, fundó hace apenas unos meses su start-up, Kodem.