El genocidio yazidí
Lamia Haji Bachar: «Espero que un tribunal juzgue a los yihadistas. No olvido sus caras»
Tras arrasar su pueblo, los islamistas la capturaron cuando era adolescente. Esta activista yazidí fue una esclava sexual durante 20 meses.
Traducir a Lamia Haji Bachar del kurdo al castellano no es nada fácil. El vocabulario que utiliza esta joven yazidí de 19 años es un auténtico suplicio. Palabras como muerte, violación, maltrato, suicidio, humillación... se repiten a lo largo de su testimonio, que por desgracia no es el único. El autodenominado Estado Islámico (EI) la mantuvo secuestrada durante un año y ocho meses. Ella logró escapar, pero aún hay más de 3.200 yazidíes (la mayoría menores y mujeres) en manos del grupo yihadista a los que Bachar quiere poner voz y rostro. Un rostro marcado de por vida por su cautiverio: al huir junto a otras dos chicas del último hombre (el quinto) al que la vendieron como esclava sexual pisaron una de las muchas minas que el EI suele poner alrededor de sus ciudades conquistadas. Sus dos amigas fallecieron en el acto. Ella sufrió graves heridas y se le quemó la cara, perdió un ojo, pero pudo llegar hasta el Kurdistán iraquí, donde un médico de una ONG germana la atendió y valoró que era mejor trasladarla a Alemania para tratar sus heridas.
Allí no tiene el estatus de refugiada, «porque si lo fuera no podría viajar, salir y entrar del país tan fácilmente, y yo lo que quiero es ser activista y ayudar a mi pueblo y llevar mi voz a todo el mundo», reconoce la joven, quien el año pasado recibió el premio Sajarov junto a la también activista Nadia Murad.
Ayer atendió a LA RAZÓN durante su ajetreada visita en Madrid para seguir luchando por su causa y hoy dará una conferencia en Casa Árabe sobre el calvario de los yazidíes.
«El 3 de agosto de 2014 los yihadistas bajaron de la montaña a Kocho (mi pueblo) y comenzó el asedio. Una semana después, tras tomar el municipio, nos dijeron que o nos convertíamos al islam o nos matarían. Al alcalde le dieron tres días. Entonces, a las 12:00 del 15 de agosto, a algunos de los que no nos convertimos, nos llevaron a todos a una de las escuelas. A otros directamente los mataron. Asesinaron hasta a mujeres embarazadas, las que no servían. En una planta encerraron a las mujeres jóvenes, para vendernos y usarnos como esclavas sexuales. Nos arrancaron las joyas y nos quitaron los móviles. En otra, a los hombres, a los que mataron. Seguramente entre ellos estaría mi padre. Es la última vez que lo vi».
Bachar no sabe nada ni de su padre ni de su madre. Sólo en la región de Sinyar, el EI asesinó a unos 3.200 hombres y raptó a 6.800 mujeres. ¿Se trata de un genocidio? «Claro que sí. Sin duda», afirma la adolescente.
A Bachar se la llevaron a Siria. Primero la vendieron a un saudí con quien estuvo tres meses. Después pasó por las manos de dos iraquíes. Con uno estuvo dos meses en Mosul junto a su familia haciendo de todo. Luego la vendieron a un emir experto en explosivos. «Este príncipe se dedicaba a hacer los cinturones. Yo estaba casi siempre con él en la sede de Mosul donde el EI elaboraba las bombas».
De ahí se la llevaron a Hauiye, donde fue comprada por otro iraquí. «Era un médico. Trabajaba como director en un hospital especializado en la cirugía de los islamistas que habían perdido alguna extremidad». Por último, “un doctor egipcio me compró y entre otras cosas, le ayudé en el quirófano». Bachar confiesa que siempre les suplicaba que la dejaran marchar o que al menos no la forzaran sexualmente, ella hasta les besaba los pies por compasión. «Ni caso». La usaban y la vendían.
Al preguntarle si espera que algún día sean juzgados por los crímenes que el EI ha cometido, la joven asiente, aunque es escéptica de que algún tribunal internacional llegue algún día a hacerlo. «Aún no se ha abierto ningún expediente, estamos esperando». Bachar no tendría miedo de señalar a sus captores y denunciar todo a lo que la sometieron. «No se me han olvidado sus caras».
Ahora la joven vive en Alemania, donde de vez en cuando, algún miembro del EI ha conseguido atentar en los últimos meses. “A mí me dominaron, no les tengo miedo. Pero yo quiero que en Europa, estas ideas y estos fanáticos, se les denuncien. Porque se sabe perfectamente quiénes son”. Pero también reconoce que “yo lo que quiero es que nadie más vuelva a sufrir lo que yo viví. Ningún ciudadano del mundo merece un trato como el que yo recibí. Lo que me hicieron es horrible”.
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