Relevo real en Dinamarca
De Federico X algunos consideran que debe moderar su soltura para no comprometer el prestigio de la monarquía
El nuevo monarca tendrá que revalidar el enorme respeto que siempre ha despertado su augusta madre la reina Margarita II
Los monarcas de la dinastía real danesa van alternando sus nombres con dos posibilidades onomásticas: Federico y Cristián. El hecho de que el rey Federico IX, abuelo del actual monarca, solo tuviera hijas hizo que –gracias a un cambio normativo realizado en 1953– pudiera reinar la mayor de ellas, Margarita II, madre del recién entronizado rey Federico X, Frederik André Henrik Christian, nombres que evocan sus ancestros franceses y daneses.
Cuatro siglos antes, otro Federico, esta vez Federico I, sucedió al anterior monarca Cristián II a causa de su abdicación en 1553. Es claro que la monarquía danesa goza de buena salud gracias a una reina carismática y original que ha sabido ser respetuosa garante de la constitución. Ahora Federico X tendrá que revalidar la buena fama de la que siempre ha gozado y el enorme respeto que siempre ha despertado su augusta madre la reina Margarita II.
Federico X se caracteriza por una forma de ser alegre y desenvuelta, con notable facilidad para hablar en público. Algunos consideran que debe moderar tanta soltura para no comprometer el prestigio y dignidad de la monarquía. Esa dignidad no solo se sustenta en unas formas cuidadas, en unas ceremonias solemnes y en cierta prosopopeya conductual que suelen caracterizar los actos en los que participan reyes y príncipes, sino, sobre todo, en un comportamiento ejemplar que, desde luego, no está reñido con mantener la propia forma de ser, siempre que ésta no choque con las obligaciones del ser monarca.
Federico ama el deporte –ha corrido varios maratones importantes– y la música pop, y es sensible y de lágrima fácil, como confirmando que los daneses son los «latinos» de Escandinavia. Lloró el día de su boda al ver acercarse a su futura esposa al altar y lo ha hecho ahora de nuevo al oír, ante la muchedumbre presente frente al balcón del palacio de Christiansborg, la declaración de la primera ministra danesa Mette Frederiksen, pronunciada repetidamente y a los cuatro vientos y en la que ha agradecido la devoción de Margarita II en todos estos pasados años.
Desde 1648 los reyes de Dinamarca ya no se coronan al antiguo estilo. Se proclaman y ni siquiera se «entronizan». Pues bien, tras su proclamación, en el saludo al pueblo danés desde ese balcón, y como para reafirmar que uno y otra están unidos a pesar de críticas y maledicencias, Federico X y María, que han estado largo tiempo cogidos de la mano, se besaron ante toda la nación como si estuvieran celebrando su boda, acontecida el 14 de mayo de 2004. Casi dos decenas de años después, los nuevos reyes están más que entrenados en el arte y la ciencia de reinar. Han tenido una magnífica maestra y ahora tendrán que poner en práctica tan buen ejemplo.
Federico, hombre no muy religioso, a pesar de encabezar ya oficialmente la Iglesia Evangélica Luterana de Dinamarca, ha tenido a lo largo de su vida dudas acerca de si debía o no aceptar ser proclamado rey. Hoy parece que esas dudas se han disipado, al menos «pour la galerie», y asume la corona real en un momento complejo de su recorrido vital y en el que algunos se preguntan por las finanzas de la Corona, pero con la confianza de tener un príncipe heredero, Cristián, en vías de preparación para poder, algún día, suceder a su padre. Y de no estar solo, como ha dicho, asumiendo la corona «con respeto, orgullo y mucha alegría».
No será fácil reinar sobre esta nación de seis millones de habitantes tras los 52 años en el trono de alguien de tanto peso específico y que tan buena estela deja como la reina Margarita II, pero así como ella tenía sólo 32 años cuando fue proclamada, su hijo ha tenido más tiempo para prepararse para este momento, aunque su madre le supere desde siempre en intereses intelectuales y sensibilidad artística.
Ha dicho a su pueblo que estarán unidos y comprometidos por el Reino de Dinamarca y que aspira a ser el rey del mañana. Pero es ya el rey de hoy. Y es hoy cuando, paso a paso, deberá demostrar que el principio hereditario de las monarquías tiene un valor y una utilidad que van más allá de historias y genealogías. Con «la ayuda de Dios, el amor del pueblo y la fuerza de Dinamarca», deberá llevar con mano firme en guante de terciopelo las riendas de una monarquía de muchos siglos de existencia. Es innegable que, como sus colegas de otras naciones es un ejemplo de lo que Fisichella llamaba «educazione al ruolo», de preparación para el papel que tiene que desempeñar. Interno en un colegio en Francia, formado en Ciencias
Políticas en Aarhus y en Harvard, hablando perfectamente danés, francés, inglés y alemán, entrenado en los tres ejércitos, habiendo sido primer secretario de la embajada danesa en París –siguiendo en eso los pasos de su padre– tiene los mimbres suficientes para ser un buen rey.