Reino Unido
Las urnas castigan a Johnson por el “Partygate”
El premier asumió ayer la responsabilidad tras la derrota de los conservadores en bastiones en Londres
El consistorio inglés de Wandsworth, situado al suroeste de Londres, siempre fue el favorito de Margaret Thatcher. O, al menos, eso cuenta la leyenda en el Partido Conservador. La Dama de Hierro lo admiraba por la forma en la que, en la década de los 80, lidió con los sindicatos, fue pionero en la reducción de costes y mantuvo bajos los impuestos. Llevaba en manos de los tories desde 1978. Era tan simbólico como el de Westminster, administrado por los conservadores desde 1964. Pero ambos han pasado ahora a los laboristas.
Las elecciones locales han supuesto un auténtico varapalo para el premier Boris Johnson. Y ya no solo por la cantidad de escaños perdidos -más de 250 en Inglaterra- sino por el gran simbolismo que representaba para la formación determinados ayuntamientos. Perder la confianza en distritos claves de la capital británica no solo es doloroso, sino realmente preocupante ante las generales previstas para 2024.
El aumento del coste de vida ha llevado a muchos ciudadanos a castigar a la formación del Gobierno. Pero esa no ha sido la razón por la que los tories han perdido consistorios históricos. El gran problema está asociado directamente a la figura del primer ministro, cuya popularidad se ha desmoronado por el escándalo de las fiestas ilegales celebradas en Downing Street en pleno confinamiento.
A pesar de que algunas voces, como Tobias Ellwood -responsable del comité de Defensa- pidieron públicamente la dimisión del primer ministro, de momento, se antoja complicado que los rebeldes vayan a conseguir celebrar a corto plazo un desafío a su liderazgo. Pero el Partygate tiene aún mucho recorrido. La investigación de Scotland Yard todavía continúa y para final de año podrían cambiar mucho las cosas.
En las locales de 1990, Thatcher vivía también sus horas más bajas. Consiguió retener Wandsworth y Westminster y ganó algo de tiempo. Sin embargo, sus filas no tuvieron luego piedad alguna en forzar su dimisión para buscar otro candidato para las generales de 1992. Johnson, por tanto, tiene motivos por los que preocuparse.
Los comicios tuvieron lugar el jueves en 144 de las 333 autoridades locales de Inglaterra -donde muchos de los votos de los conservadores fueron a manos de los liberal demócratas-; las 32 escocesas -donde dominaron los independentistas-; y las 22 de Gales -gran protagonismo de los laboristas-. Al cierre de esta edición, el lento recuento electoral aún no había terminado. No es que la oposición laborista lo hiciera extremadamente bien. Con todo, de celebrarse ahora unas generales, las filas de Keir Starmer serían la fuerza más votada. Según la proyección a nivel nacional elaborada por la BBC, los laboristas obtendrían el 35 % de los votos, frente al 30 % del Partido Conservador y el 19% para los Liberal Demócratas.
El premier asumió la responsabilidad por el retroceso de su partido y sostuvo que los resultados envían un “mensaje claro” de los votantes de que quieren que el Gobierno se centre “en los grandes problemas que les afectan”. “Hay que centrarse en las cuestiones importantes como la recuperación económica tras la pandemia, solucionar los problemas de suministro de energía que están llevando a la inflación y seguir con nuestra agenda de generar empleo”. Johnson avisó de que la situación para los ciudadanos “será difícil” a corto plazo, pero insistió en que el Gobierno, con él al frente, “está absolutamente decidido a seguir adelante con cada pizca de compasión e ingenio” que tiene para ayudarles.
Por su parte, en las autonómicas de Irlanda del Norte -que se celebraron también el jueves, pero cuyos resultados no se conocerán hasta este sábado- los católicos del Sinn Fein van camino de hacer historia al convertirse, según los sondeos, en la formación más votada por primera vez desde la partición de la isla en 1921.
La victoria sería tremendamente simbólica porque el objetivo de los nacionalistas siempre ha sido la reunificación con la República de Irlanda, con la que ahora están precisamente más alineados que nunca debido al Brexit. El divorcio europeo ha dejado a la provincia británica con un estatus diferente al del resto del Reino Unido, por lo que Belfast más cerca de la normativa de Dublín que de la de Londres.
Desde 2003, el todavía mayoritario Partido Democrático Unionista (DUP), fundado por el histórico reverendo Ian Paisley, ha ganado todas las citas autonómicas, pero está ahora al borde de una derrota que le obligaría a un papel secundario. Los unionistas- protestantes-monárquicos se sienten completamente traicionados por las negociaciones del Brexit de Johnson y todo apunta a que no formarán parte del Gobierno de coalición que ambas comunidades deben respetar por el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 que firmó la paz en el Ulster, lo que augura una larga crisis. Esto podría servir a Downing Street de pretexto para romper unilateralmente una parte clave del acuerdo de divorcio firmado con la UE, suspendiendo los controles que hay que realizar ahora en los puertos norirlandeses, desencadenando así una guerra comercial con el bloque.
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