Conflictos

Las dos guerras silenciadas en República Democrática del Congo y Sudán

Números de fallecidos incompletos y millones de desplazados

Sudán.- EEUU teme que en torno a 150.000 personas podrían haber muerto ya en la guerra de Sudán
Sudán.- EEUU teme que en torno a 150.000 personas podrían haber muerto ya en la guerra de SudánEuropa Press

Dos guerras silenciadas. Dos guerras de objetivos difusos y mezclados. Dos guerras, a una la llaman “conflicto”, que representan respectivamente las mayores crisis de desplazados registradas en la actualidad. Dos guerras donde el número exacto de fallecidos se desconoce. Dos guerras que no aparecen en el televisor. Dos guerras que no lograron ponerse de moda y que no movilizan a millones en las concentraciones por la paz. Una es la guerra civil de Sudán, la tercera que viven desde su independencia; la otra es en República Democrática del Congo y la llaman “conflicto” por la multitud de actores e intereses cruzados que influyen en ella.

Sudán

La guerra en Sudán comenzó en abril de 2023, tras un golpe de Estado fallido conducido por el grupo paramilitar conocido como Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF por sus siglas en inglés). Las últimas cifras publicadas por Naciones Unidas, hace tres semanas, son descorazonadoras. Más de 24 millones de personas precisan de ayuda humanitaria. El 15 de abril de 2024 se contabilizaron más de 7 millones de desplazados internos y alrededor de 2 millones han entrado como refugiados en naciones vecinas. De los 2.700 millones de dólares solicitados por la ONU para prestar asistencia a 14 millones de personas, se han recaudado 434 millones, un 16% del total (frente a los más de 90.000 millones destinados a ayudas que había recibido Ucrania en febrero de 2024). Y nueve de cada diez personas en Sudán viven una situación de inseguridad alimentaria que eventualmente podría suponer una catástrofe humanitaria traducida en una hambruna que no se ha visto desde el siglo pasado.

Una búsqueda rápida en Internet permitiría comprobar que absolutamente todos los organismos humanitarios internacionales concuerdan en que la mayor crisis de desplazados que se desarrolla actualmente en el mundo es la de Sudán. Los números de fallecidos hace meses que se estancaron en 14.000, sin nuevas cifras a aportar por el enorme tamaño de un país con una multitud de zonas de difícil acceso. Debe comprenderse que en Sudán han muerto como consecuencia de la guerra muchas más de 14.000 personas y que, siguiendo las estadísticas a rajatabla, habría que creer que hace meses que aquí no muere nadie aun cuando 100 personas (islamistas según las RSF, civiles según el ejército regular) fueron asesinadas este jueves por las Fuerzas de Apoyo Rápido. Únicamente el enviado especial de Estados Unidos para Sudán, Tom Perriello, ha avisado que podrían haber muerto 150.000 personas en el último año de conflicto, si se consideran las víctimas de la limpieza étnica en Darfur.

Según señalan numerosos informes, las Fuerzas de Apoyo Rápido están participando en una campaña de limpieza étnica en colaboración con las milicias árabes de la región occidental de Darfur. Esta campaña, señalada por muchos como un genocidio en toda regla (los árabes han asesinado desde comienzos del siglo XXI a una cifra que ronda entre las 300.000 y los 500.000 personas) tiene como objetivo primario erradicar a las poblaciones negras de Darfur, con especial ahínco contra la etnia masalit. Se tienen informes de cientos de personas asesinadas en un único fin de semana, en una única localidad, mientras las imágenes satelitales de Geneina (capital de Darfur Oeste) muestran una ciudad absolutamente aplanada, después de meses donde se ha informado de matanzas indiscriminadas y ejecutadas con absoluta impunidad.

Los refugiados huyen al otro lado de la frontera chadiana, al desierto, a un territorio volátil y marcado por sus propios conflictos internos; a Sudán del Sur, uno de los países más pobres del mundo y donde son habituales los enfrentamientos entre grupos armados; a Egipto cuando consiguen atravesar miles de kilómetros de arena; a Arabia Saudí en el caso de las clases más pudientes; y a Etiopía, donde la reciente guerra de Tigray y el actual conflicto Amhara han convertido el país en un foco de inseguridad permanente e igualmente necesitado de importantes cantidades de ayuda humanitaria. Los refugiados huyen de una guerra para encontrarse en otra.

Emiratos Árabes Unidos se ha convertido en el principal valedor de las RSF. Numerosos cargamentos de armas emiratíes han sido interceptados en dirección a Sudán, igual que las RSF controlan los territorios fértiles al sur de Jartum que, casualmente, se conoce (es información pública) que más de un 40% de sus cultivos sirven para alimentar a EAU. La relación entre el líder de las RSF, Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, y Emiratos Árabes Unidos, ha sido igualmente confirmada por sus visitas a Abu Dabi y por fuentes diplomáticas de la región.

Rusia es, por otro lado, la mejor ayuda disponible hasta la fecha para el ejército regular que lidera el general Abdel Fattah Abdelrahman Burhan. Los vínculos entre Moscú y Al Burhan se remontan hasta el golpe de Estado que depositó al general en el poder en 2019. Poco antes del inicio de la guerra, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, visitó el país para acordar la construcción de una base naval con capacidad nuclear a las orillas del mar Rojo. Y, recientemente, se ha repetido la posibilidad de construir dicho puerto; el ministro de Finanzas sudanés, Jibril Ibrahim, comunicó esta semana que a su país no le importa compartir la costa del mar Rojo con "amigos y socios", en referencia a Moscú. La posición de Rusia desde el inicio del conflicto ha sido de oposición a las RSF, y las tropas rusas sobre el terreno, inicialmente destinadas a la protección de minas, han participado de forma esporádica en combates junto al ejército regular. En Sudán, incluso elementos de las fuerzas especiales ucranianas han sido filmados en operaciones dirigidas a eliminar a las fuerzas rusas en el país.

República Democrática del Congo

República Democrática del Congo sobrevive en una situación aún más caótica. Alrededor de 120 grupos armados se enfrentan en las provincias orientales del país por el control de los recursos naturales, donde los discursos de sus líderes mezclan elementos étnicos y religiosos, según convenga. Las Fuerzas de la Alianza Democrática (ADF) conforman un grupo de carácter islamista radical que ataca a poblaciones cristianas en la provincia de Ituria; el M23, financiado según Naciones Unidas por la vecina Ruanda, basa su discurso en la precaria situación que atraviesa la etnia tutsi en República Democrática del Congo y se anuncia como un movimiento de liberación para rescatar al pueblo congoleño de la corrupción del Gobierno.

Números al azar. Un incendio en el campo de desplazados de Lushagala (Kivu Norte) arrasó el 5 de junio las viviendas de 240 personas. Las ADF asesinaron a 18 civiles el 4 de junio. Se informó de un número indeterminado de civiles muertos y heridos tras la caída de un proyectil del M23 en Lubero (Kivu Norte), el 5 de junio. El 2 de junio se encontraron 3 cadáveres en estado de descomposición en el río Maliongo, y se piensa que eran víctimas de un secuestro realizado recientemente por las ADF. Cuatro civiles heridos el 1 de junio por disparos de mortero contra la localidad de Sake (Kivu Norte). Son muertes con cuentagotas pero no terminan. El último informe de la Oficina Internacional de las Migraciones (OIM) contabiliza 1.5 millones de desplazados internos en Kivu Norte (son 6 millones en todo el país). Y, sorpresivamente, no existen datos de ninguna organización relevante que cuantifiquen el número de personas muertas.

Porque, en este contexto de guerras de guerrillas y de actores que salen y entran, ¿dónde empezar la cuenta? ¿2000, 2010, 2020? ¿Cómo cuantificar la violencia en un lugar donde la violencia se ha vuelto norma? ¿Dónde queda la excepción? ¿Cómo identificar las causas que llevaron a cada asesinato? Si no se considera la situación como una guerra propiamente dicha, con dos bandos delimitados y fijos, ¿qué grupos armados se deberían incluir entre los asesinos? ¿Los ciento veinte? ¿Y cuántos son exactamente, 120, 123, 118 grupos armados? ¿Y cómo saber quién murió en una localidad alejada del aeropuerto más cercano por más de seis horas por carreteras de tierra? ¿Cómo saber que el cadáver descompuesto que se encuentra en la orilla de un río murió a manos de los grupos armados y no fue asesinado por una disputa amorosa? Esta es la realidad de las cifras: que es imposible en la actualidad delimitar un sistema fiable y de patrones fijos.

Los periodistas que viajan al terreno se limitan a narrar historias puntuales, vivencias de individuos y escenas que son como destellos que se juntan en un batiburrillo de reportajes escritos y audiovisuales que generan una sensación de caos y de violencia inexacta. En Occidente, donde los números son sagrados, esta falta de cifras invisibiliza en cierta medida la situación. Así ocurre que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha tuiteado en el mes de mayo 22 veces sobre Gaza y 0 sobre República Democrática del Congo. Invisible, que no inexistente.