
Sudán del Sur
Crece el temor de una nueva guerra civil en Sudán del Sur
La escalada de violencia entre facciones leales del vicepresidente y del presidente en el estado del Alto Nilo acercan al país a un punto de no retorno

Hay guerra en Sudán desde 2023. En Somalia se suceden los conflictos desde 1990. El conflicto en Ahmara, Etiopía, continúa, tras el desastre acontecido en Tigray entre 2020 y 2022. Hay guerra en República Democrática del Congo y se retuerce la yihad en Mali, Níger y Burkina Faso; esto sin contar con los grupos rebeldes que se enfrentan desde hace años a los gobierno de Chad y de República Centroafricana. Ahora, Sudán del Sur enfrenta su peor crisis de seguridad en años. De cumplirse las previsiones más pesimistas, una escalada en este último país implicaría en definitiva que nueve países africanos colindantes entre sí de forma consecutiva se encontrarían este 2025 en una situación de conflicto.
Las tensiones llegaron a un punto álgido el pasado viernes. Ocurrió en Nasir, una ciudad cercana a la frontera con Etiopía en donde el Ejército Blanco, una milicia étnica nuer aliada al vicepresidente Riek Machar, se ha enfrentado con las fuerzas del presidente Salva Kiir en las últimas semanas. Ante el creciente número de heridos como consecuencia de los combates, se estableció una operación de evacuación ejecutada por Naciones Unidas y para la que, según el gobierno sursudanés, se recibieron garantías de seguridad por parte de Machar. El resultado, sin embargo, fue el contrario a lo previsto: un helicóptero de la ONU fue atacado a tiros por las fuerzas afines a Machar y terminó por estrellarse, resultando en la muerte de 26 soldados sursudaneses, un miembro de la tripulación de Naciones Unidas y el general Majur Dak, comandante de las fuerzas gubernamentales en la zona. La ONU calificó el ataque como “un posible crimen de guerra”.
Tras el ataque, el gobierno ordenó el arresto de varios funcionarios próximos a Machar (incluyendo el ministro de Petróleo y un alto general del ejército), acusándolos de complicidad en la escalada de violencia. En Juba, capital de Sudán del Sur, la tensión es tan palpable que pincha. El vicepresidente Machar se encuentra bajo vigilancia de las fuerzas del presidente Kiir, y algunos de sus principales aliados han desaparecido en los últimos días.
Todo esto ha ocurrido en apenas una semana. El origen del conflicto, que se remonta a décadas atrás, alcanzó nuevas líneas rojas el pasado 4 de marzo, cuando combatientes del Ejército Blanco tomaron una base militar en Nasir. Según Machar, esto ocurrió en respuesta a un ataque previo del ejército de Kiir contra sus fuerzas en el condado de Ulang el 25 de febrero. Los enfrentamientos en el Alto Nilo han ido en aumento desde entonces, lo que ha llevado a algunos analistas a advertir que Sudán del Sur se encamina hacia una nueva guerra civil.
Los antecedentes de esta crisis, que ya se dijo que vienen de largo, pueden hallarse en la guerra civil de 2013-2018, en la que murieron más de 400.000 personas y 2.5 millones de sursudaneses se vieron obligados a abandonar sus hogares. El acuerdo de paz de 2018 puso fin a los combates a gran escala y estableció un gobierno de unidad entre Kiir y Machar, pero la desconfianza entre ambos nunca desapareció del todo, tal y como se comprueba en los últimos acontecimientos. La violencia había persistido a nivel local, aunque sin una ruptura total del acuerdo.
Habría que añadir el contexto de la guerra civil en Sudán, que comenzó en abril de 2023 y que ha agravado la situación de seguridad en la región. La guerra en el país vecino ha afectado directamente a Juba en dos frentes: por un lado, el conflicto ha interrumpido la exportación de petróleo sursudanés a través de Sudán, causando una crisis económica para el gobierno de Kiir; por otro, tanto el ejército sudanés como las RSF han buscado influir en Sudán del Sur, apoyando distintas facciones en el país para su propio beneficio. Algunos sospechan que el ejército sudanés ha reactivado sus viejos vínculos con milicias nuer en el Alto Nilo, lo que podría explicar (en parte) el estallido de los combates en la región.
El impacto de un conflicto a gran escala se adivina devastador. Malakal, la capital del estado del Alto Nilo, se trata de una ciudad multiétnica cuya captura por parte de las milicias nuer podría provocar represalias contra grupos dinka leales a Kiir, desencadenando a su vez masacres étnicassimilares a las de la última guerra civil. Ante el riesgo de un colapso total, diferentes líderes africanos han intentado mediar en la crisis con un éxito relativo. El presidente de Kenia, William Ruto, ha mantenido sendas conversaciones con Kiir y Machar, mientras que Sudáfrica y Etiopía podrían posicionarse como posibles mediadores. La ONU ha exigido una desescalada inmediata y ha advertido sobre el peligro de una nueva catástrofe humanitaria si la violencia continúa escalando. Nicholas Haysom, jefe de la misión de la ONU en Sudán del Sur, no dudo en afirmar que "la comunidad internacional debe actuar ahora para evitar un desastre".
Sudán del Sur se encuentra en una encrucijada peligrosa. La violencia en el Alto Nilo podría convertirse en el detonante de una nueva guerra civil. Las masacres podrían repetirse. Los desplazados se encontrarían acorralados por una región en guerra con un escaso espacio de huida. Nadie duda de que, si las tensiones se mantienen, Sudán del Sur corre el riesgo de convertirse en el próximo escenario de una guerra prolongada con repercusiones devastadoras. La pregunta clave es si los líderes nacionales y regionales podrán evitar que el país vuelva a sumergirse en un conflicto del que apenas había comenzado a recuperarse. No lo consiguieron con Sudán, no lo consiguieron con Somalia, no lo consiguieron con República Democrática del Congo y no lo consiguieron con Etiopía. Y no son buenas noticias.
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