Testigo directo
24 horas en el campo de entrenamiento donde los civiles ucranianos se preparan para ir a la guerra
LA RAZÓN asiste a un campo de instrucción en Inglaterra. "Lo que a algunos les puede faltar en forma física y vigor juvenil, pero lo compensan con determinación para luchar por su patria. Están muy motivados", explica un preparador
Las ráfagas de fuego de ametralladora son ensordecedoras y los rostros de los reclutas reflejan su ansiedad. Cuando se da la señal, se tira la primera granada. El humo apenas ofrece unos segundos para poder moverse sin ser localizado. En una guerra, no sólo hay que moverse rápido, hay que pensar rápido. Un fallo y estás muerto. «Vamos, vamos, vamos…. deprisa… corre… corre», grita un soldado británico mientras la unidad se mete en un hotel tomado por el enemigo. Las órdenes son traducidas al ucraniano por una intérprete. Aunque es difícil escucharla con los gritos de un hombre que acaba de perder una pierna por la explosión. Hay que realizar un torniquete para salvarle la vida.
La escena no tiene lugar en Ucrania, sino en una localización en medio de la nada en el norte de Inglaterra. Por motivos de seguridad no pueden revelarse más detalles porque se trata de uno de los campos de entrenamiento donde centenares de civiles ucranianos voluntarios se están preparando para convertirse en soldados y luchar contra el ejército de Vladimir Putin, tal y como pudo ver LA RAZÓN, uno de los pocos medios internacionales que ha tenido acceso a estas instalaciones militares.
En apenas cinco semanas tienen que aprender a utilizar un kalashnikov, hacer un torniquete cuando alguien pierde una extremidad o construir una trinchera. En definitiva, cinco semanas para aprender a mantenerse con vida en el frente y, ante todo, matar al enemigo.
Normalmente, estos cursos duran siete meses y están diseñados para jóvenes de 16 a 23 años. Pero se han tenido que adaptar a un grupo muy diferente de reclutas. Los hay de todo tipo de edades (hay gente de más de 50 años) y condiciones físicas. Hay jardineros, banqueros, profesores, mecánicos o bibliotecarias como Angelica. Tiene 28 años. Antes de la invasión rusa trabajaba como profesora de informática para escolares. Pero ahora está preparada para ir a la guerra.
«Claro que eres consciente de que puedes morir. Muchos de mis amigos ya lo han hecho. Pero no tengo otra opción. Si nosotros no luchamos por la libertad de nuestro país, ¿quién lo va a hacer?», dice. El año pasado, fueron entrenados 10.000 civiles. Este año, ya son 25.000. Para diciembre se quiere llegar a los 50.000. Las mujeres representan apenas el 2%.
Hay cuatro campos de entrenamiento de este tipo repartidos por Reino Unido. «Lo que a algunos les puede faltar en forma física y vigor juvenil, lo compensan con determinación para luchar por su patria. Están muy motivados», matiza un instructor. No todos son británicos. Los ucranianos reciben formación tanto de países de dentro como fuera de la OTAN. Entre otros, hay soldados de Suecia, Finlandia, Noruega, Estonia, Canadá, Nueva Zelanda. En definitiva, una particular Torre de Babel con un único objetivo: terminar con la invasión del Kremlin.
«Con una herida de bala, nueve de cada diez veces se tendrá dificultades para respirar, es el shock», dice uno de los instructores. «¿Alguien recuerda lo que tienes que hacer después de revisar la respiración?», pregunta. Los escenarios son hiperrealistas. Y los sonidos de ametralladora también. «La idea es inocularlos. Familiarizarlos para que no entren en pánico luego en el combate», asegura uno de los militares.
Algunos de los edificios están abandonados. Otros han sido construidos para la misión simulando escuelas u hoteles tomados por el enemigo. Dentro hay especialistas metidos en el papel de los rusos y también actores amputados que interpretan a víctimas a las que les han volado las extremidades. Algunos son ex soldados británicos que perdieron las piernas en Afganistán. Uno de los ejercicios más complicados es precisamente la entrada en edificios porque el enemigo te puede disparar desde cualquier punto y uno nunca sabe qué va a encontrarse cuando entra en una habitación.
«No, ahí no te pongas. Ahí te conviertes en un blanco fácil. Tienes que cubrirte desde otro punto», grita el inspector. Para la gran mayoría de nuevos reclutas, esta es la primera vez que cogen un arma. Se han despedido de sus familias sin saber si las volverán a ver. Tras el entrenamiento, irán directos a una guerra. Y allí ya no hay opción de repetir nada. Si uno está en la posición incorrecta, está muerto.
En la última semana del entrenamiento, los kalashnikov ya no llevarán seguro. Se utilizarán balas de verdad. Algunos terminan siendo capaces de alcanzar un objetivo a 180 metros. «Si aprenden a manejar un kalashnikov, luego les será más fácil utilizar armas más modernas», asegura un instructor. Las AK-47 no son las armas británicas estándar, pero el ejército del Reino Unido ha adquirido más de 2.400 de ellos -no especifican de dónde- para que los ucranianos puedan entrenar con el rifle que se usa en su país.
Andrii, de 42 años, era taxista. Está casado y tiene tres hijos. «Lo hago por mi familia. Para que puedan ser libres. El curso es duro, pero es lo que esperas porque si no, no sería efectivo. Y hay que aprender todo lo que puedas para mantenerte con vida», matiza. Fedir, 33 años, reconoce que tiene miedo. «Yo era carpintero y ahora me meto en una guerra. ¿Cómo voy a tener miedo? Pero lo suples con la fuerza que te da el saber que estás protegiendo a tu gente. Esto no es una guerra entre dos ejércitos. Es un ejército que está matando a civiles, entre ellos niños».
Sólo el 16% de los civiles que llegan al campo de entrenamiento sabe inglés por lo que la labor de los intérpretes es crucial. La gran mayoría son mujeres que llegaron al Reino Unido como refugiadas y ahora quieren ayudar al ejército de su país. «Se establecen lazos muy estrechos. Pasas mucho tiempo con ellos. Te cuentan sus historias personales. Tienes que traducirles las instrucciones, pero también animarles cuando la moral decae. Es muy duro. Sobre todo cuando les tienes que decir adiós. Porque sabes que muchos no volverán a casa», explica Arina. Ella y su hijo están viviendo con una pareja de jubilados cerca de la base. «Tratan a mi hijo como si fueran sus abuelos. Son increíbles», relata.
Los reclutas tienen pocas oportunidades para hablar con los suyos. Parte del entrenamiento consiste precisamente en quitarles acceso a las comodidades o líneas de comunicación. Los rusos además son maestros en el uso de las redes sociales y fabricación de noticias falsas para socavar a sus enemigos. Los instructores tratan de explicar todas las razones de seguridad para no abusar de los teléfonos. Pero no siempre es fácil. Cuando los ánimos decaen, uno quiere hablar con su familia. Más aún cuando quizá sea la última oportunidad que tienen para escuchar su voz.
Uno de los oficiales asegura que, a medida que avanza la guerra, la formación de los propios soldados rusos es menos profesional porque cada vez hay más bajas y van tirando de reserva. En cualquier caso, reconoce que las cinco semanas de entrenamiento es un tiempo «limitado». «No hay mucho margen para repeticiones. Pero no hay muchas más opciones. Las guerras son así. Brutales en todos los sentidos».
Como parte del entrenamiento, también se imparten clases de legalidad para conocer los Convenios de Ginebra. Es complicado seguir las reglas cuando el enemigo no las respeta, pero, como dice un instructor, “eso es siempre lo que ha diferenciado siempre a los buenos de los malos”. Una vez los reclutas terminan el curso es el ejército ucraniano quien determina sus posiciones. Los que tienen actitudes pueden recibir más formación para llevar, por ejemplo, tanques. Son muchos los civiles que quieren convertirse luego en soldados profesionales. Antes de comenzar la ofensiva rusa, el 24 de febrero de 2022, las fuerzas ucranianas contaban con 200.000 militares en activo. Ahora, según oficiales consultados, superaría el millón.
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