Terrorismo

Al Qaeda quería utilizar militares de EEUU musulmanes para detonar bombas atómicas en sus silos

Karatekas asiáticos y africanos entrenaron a los pilotos suicidas del 11-S

Imágenes de silos de misiles nucleares
Imágenes de silos de misiles nucleareslarazonZillow Homes

El atentado era tan audaz, como ¿irrealizable? (secuestraron cuatro aviones comerciales y tres los estrellaron contra sus objetivos), aunque, con menos pretensiones, les saliera bien en 2019, cuando un militar saudí mató el a tres de sus compañeros e hirió a otras siete personas en la base de Pensacola. Los planes iniciales de lo que, finalmente, fue el 11-S, consistían en captar a militares musulmanes pertenecientes al ejército USA con acceso al arsenal atómico que se alberga en silos y almacenes de este país, con el fin de hacer detonar una bomba. Una idea llevada al cine en la película “Objetivo: la Casa Blanca”, rodada en 2013.

Parecía, desde luego, un guion cinematográfico, pero los cabecillas de Al Qaeda lo pusieron sobre la mesa. Según cuenta el terrorista Abu Mohamed al Masri en su libro sobre el 11-S, distribuido a través de las redes de la banda yihadista, Estados Unidos tiene en su territorio un vasto arsenal de armas nucleares, “que se puede convertir en una debilidad importante si los grupos yihadistas pueden acceder a él y convertir el suelo estadounidense en un territorio no habitable”.

Masri consideraba que el plan no era descabellado porque en el ejército USA hay “miembros de la comunidad musulmana, así como africanos que se sienten humillados por las acciones incesantes de los supremacistas blancos; y podemos aprovechar estas almas cargadas (de odio) y alcanzar la meta”.

Finalmente, optaron por la utilización de aviones comerciales y, para ello, organizaron, a partir de diciembre de 1998, un curso intensivo que se desarrolló en las minas de cobre de Ainak, en la provincia de Logar, en Afganistán. Entre los adiestradores, había un asiático y un africano, cinturones negros de kárate y con otras habilidades que, además, dominaban varios idiomas.

Los entrenamientos consistían en el “combate cuerpo a cuerpo, habilidad en el uso de pistola y arma blanca, con énfasis en elevar las habilidades individuales de los participantes para poder calificarlos al final, si eran aceptados o no”.

Para que no supieran con antelación en qué tipo de atentados iban a participar, se les dijo que “necesitábamos elementos que pudieran trabajar y participar hábilmente en espacios confinados, como un ascensor”.

Masri describe el campamento de Ainak como “un gran área rodeada de montañas por todos lados, y con algunos restos de trabajos mineros. Edificios y equipos, adyacentes a una pequeña granja de almendros de no más de doscientos árboles”.

Además de las citada “habilidades”, se les adiestraba en tácticas de combate, explosivos, topografía, disciplina militar, guerra urbana, todo ello supervisado por un instructor, que dependía del director del campamento.

“Con el tiempo, los simulacros comenzaron a intensificarse en dureza y “algunos hermanos se disculparon y pidieron abandonar el curso. Afortunadamente, todos los que se convirtieron en mártires continuaron hasta el final y esto, en sí mismo, constituyó un éxito”.

Una vez seleccionados los terroristas suicidas, estaba lo de aprender inglés --no todos lo dominaban—y los cursos de aprendizaje para los que serían los pilotos de los cuatro aviones. También, debían dirigirse a países desde lo que era más fácil obtener la visa para entrar en Estados Unidos, descartados Afganistán y Pakistán.

Todo este ocurría bajo la atenta supervisión de Khalid Sheikh Mohammed (KSM), que “se encargó de hacer un seguimiento de los elementos seleccionados y de su capacitación general”.

Les dio información de los horarios de las aerolíneas, hizo reservas de viajes, usó palabras clave en las comunicaciones, alquiló apartamentos, les enseñó la mejor manera d entrar en las cabinas de vuelo y les hizo ver algunas películas que contaban cómo se secuestraron aviones”.

Llama la atención la extensión que dedica el terrorista a narrar en su libro las múltiples intentonas que varios países realizaron para acabar con la vida de Laden. Como si tratara de justificar la masacre que se cometió. Además de a los Estados Unidos, acusa a otros países.

Masri se refiere en varias ocasiones al piloto egipcio Jamil al-Batouti, cuyo avión (el vuelo 990 de EgyptAir) se estrelló en el mar, causando la muerte de todos sus pasajeros el 31 de octubre de1999. Asegura que no fue un acto deliberado sino que el aparato cayó debido a un mal funcionamiento técnico fortuito o provocado por los servicios de seguridad estadounidenses. El hecho de invocar a Alá en los últimos momentos –explica—es una cosa común entre los musulmanes ante la inminencia de un peligro o la muerte. Lo cuenta para dejar claro que, en ningún caso, fue la fuente de inspiración del 11-S.

El libro de Masri, en definitiva, es una especie de auto de inculpación que a él no le afecta –fue abatido por el Mossad—pero que lo le viene nada bien a los cabecillas de AQ que siguen vivos, entre ellos KSM, preso en Guantánamo. Es como si quisiera hacer un favor a los que los tienen encarcelado y, en definitiva, a la Justicia USA. A veces, lo que ocurre en el seno de los grupos terroristas es complicado de comprender...o muy fácil.