Rodrigo Rato
Guerra económica: el final de esta globalización
Comenzó entre los años 1970 y 1980 del pasado siglo, incluso antes con el inicio de las Rondas Uruguay y Kennedy, en plena Guerra Fría
Coincidiendo con la emisión del estupendo documental “la primera globalización” de José Luis Linares, donde se analiza la unión económica de China con España en el siglo XVI, a través de la plata del Nuevo Mundo y unos navegantes prodigiosos, asistimos al fin de la más reciente globalización, la actual que empezó entre los años 1970 y 1980 del pasado siglo, incluso antes con el comienzo de las Rondas Uruguay y Kennedy, en plena Guerra Fría .
Final no quiere decir desaparición. Muchas cosas de esta época van a perdurar, pero el predominio del libre comercio, del que se esperaban tantas cosas, ha quedado sometido no ya al proteccionismo, sino a la seguridad nacional. Cuando Donald Trump empezó a invocar este argumento casi todos los expertos alzaron ojos y brazos para denunciar su exageración. Sin embargo, estos días las democracias del mundo utilizan activos financieros y comerciales, públicos y privados, para enfrentarse a un adversario, la Rusia de Putin que por primera vez desde 1943 ha atacado militarmente las fronteras de un Estado europeo.
Sin duda los valores de defensa de la libertad, integridad e incluso la vida de los ucranianos justifican las medidas. Los cambios en las reglas de relaciones económicas tendrán importantes consecuencias, a corto y a largo. Ya vemos unas subidas de precios energéticos de la intensidad y velocidad de las crisis del petróleo de los años 1970. Las tensiones inflacionistas, que, ya llevan un tiempo con nosotros, sea acrecentaran reduciendo aún más las rentas disponibles de los ciudadanos. Las recuperaciones materiales sobre los efectos de la covid se harán muy difíciles para aquellos países que aún no las hubieran conseguido. Retomar el nivel de expansión anterior a 2020 se ha vuelto casi imposible para todas las economías.
La última globalización trajo crecimiento y empleo, menores costes y precios, con el incremento de la inversión y el comercio. Disminuyó la pobreza a nivel mundial, aunque la mano de obra industrial de los países desarrollados padeció una competencia en los salarios. Multinacionales y consumidores fueron los grandes beneficiarios, junto con la llamada economía financiera que se desarrolló varias veces por encima de la real. China y Estados Unidos comenzaron las primeras rondas proteccionistas a partir de 2017, centradas en subidas mutuas de aranceles. Ahora en un paso más se han introducido la guerra económica y Financiera sobre individuos y Estados, como alternativa a la utilización de las armas, desde luego mucho menos cruenta, pero con efectos transcendentales.
Energía, finanzas, agricultura, inversiones y capitales han sido sometidas en días a las exigencias de seguridad nacional. Las economías desarrolladas parecen haber llegado a la conclusión de que el intercambio creciente de bienes y servicios resulta peligroso con determinados países con regímenes totalitarios. Según esta lógica el gas, el petróleo, el trigo o el girasol rusos engordan a un régimen amenazante, como también lo hacen sus inversores y turistas. Es más que relevante que las opiniones públicas occidentales han reaccionado de la misma manera que sus gobiernos, incluso se podría decir que estos se han visto forzados a actuar al ver a decenas de miles de votantes en las calles a favor de los ucranianos. Lo que no paso con georgianos, chechenos o sirios ha pasado ahora. La Rusia de Putin se ha convertido en el enemigo de los europeos, cuando hasta hace días nadie le prestaba atención, reconociéndole incluso fama de gran estratega. Las voces que argumentaban a favor de las demandas rusas han quedado anuladas ante las imágenes de guerra agresora y cruel por parte de los rusos sobre los ucranianos, quienes no dejan lugar a dudas de su firme deseo de ser independientes.
Cabe la tentación de limitarnos a medir quien perderá más, partiendo de la base que serán los ucranianos. Es difícil saber si a los gobernantes rusos les importa la ruptura económica y financiera con Occidente, si la previeron, pero prefirieron actuar con la lógica de Catalina la Grande. Caben todas las opiniones, pero si el ministro francés de Economía tiene razón y 1.000 billones de dólares rusos se han visto afectados estamos ante un castigo económico muy considerable, para un país con una renta per cápita de 8.000 dólares anuales, que en 30 años desde la caída del comunismo se ha convertido en un gigante en la venta de materias, pero de poco más. Rusia no es China.
Es difícil separar todo esto de la decidida decisión de los gobernantes chinos de convertirse en la primera potencia mundial, tecnológica, económica y política e incluso financiera en los próximos decenios. Si Putin busca depender más de China que de la Unión Europea nadie nos lo ha dicho, pero es la dirección de los acontecimientos. La venta de energía y otras materias primas rusas sólo puede ir en esa dirección. El rublo no es ni será una moneda reserva, el renminbi quiere serlo respaldado por la primera economía del mundo medida en precios relativos. Los inversores rusos, grandes y pequeños, habían apostado sin embargo por Europa para invertir, acomodar sus ahorros, comprar sus casas y viajar. ¿Pensarán lo mismo de las oportunidades y garantías chinas?
Otros aspectos, los militares y los energéticos, también han variado. Alemania ha anunciado que invertirá más que Rusia en defensa cada año, los países europeos del Este harán lo que puedan y abrirán aún más las puertas a los soldados norteamericanos, con gastos pagados. China habla de 200 mil millones de dólares a invertir en defensa. La UE tendrá que desarrollar una política energética mucho menos dependiente de materias rusas, los inversores europeos en ese país tienen ya pérdidas considerables con el abandono de participaciones y redes comerciales como para volver en el corto plazo. Rusia no tiene ni el capital y ni los conocimientos para compensar en solitario estos abandonos. Los chinos podrían ser una ayuda, con dependencias políticas y económicas fáciles de imaginar, pero difíciles de entender. Mucho es ya inevitable. La guerra no ha acabado pero los costes económicos se están materializando muy deprisa. Nuestros modernos mercados financieros lo anticipan todo, esto también.
La libertad económica mundial ha quedado supeditada a la seguridad nacional de los Estados antes de que los ucranianos hayan perdido la suya, que esperemos que para ellos no sea así. Para la economía mundial más inflación y menos crecimiento nos devuelve a los 1970. El Banco Mundial avisa de 57 millones más de pobres en el mundo. Nuestras políticas monetarias expansivas con muy bajos intereses y compras masivas de deuda pública, 12 billones durante la pandemia, aterrizan de repente en el más complicado escenario posible. Subir tipos aparece suicida mientras los precios sobrepasan en mucho los objetivos. Dejar de comprar deuda pública empujará a políticas fiscales restrictivas mientras nuestras economías padecen crecimientos débiles. Los grandes cambios políticos y sociales siempre se producen cuando las contradicciones económicas resultan insolubles. Todo apunta a que febrero de 2022 será un antes y un después de nuestra realidad.