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Conspiración

La CIA reconoce que quiso matar a Fidel Castro con la ayuda de la mafia

Documentos desclasificados relacionados con el asesinato de Kennedy confirman por primera vez que la Agencia contactó con el crimen organizado

Una imagen del líder cubano Fidel Castro, en La Habana (Cuba). PRENSA LATINAEFE

Es una de las grandes leyendas de la Guerra Fría, un secreto a voces que nunca se ha podido demostrar documentalmente... Hasta hoy. Entre los casi 1.500 documentos que acaban de desclasificar los Archivos Nacionales por orden del presidente Joe Biden y relacionados con el asesinato de John F. Kennedy se encuentra una verdadera bomba de relojería. Son los papeles en los que la CIA, por primera vez, confirma por escrito que trató en numerosas ocasiones de acabar con la vida del líder cubano Fidel Castro con el concurso de la mafia.

Redactado por la misma Agencia, en estas páginas, ahora accesibles a todo el mundo, se establece la cronología de los varias veces que se atentó contra Castro, así como los nombres de los responsables de las operaciones y los miembros del crimen organizado que participaron en ellas. Si bien la historia ha aparecido en reportajes periodísticos y fue analizado por el Senado de Estados Unidos entre 1975 y 1976 por el llamado Comité Church, no había papel oficial que avalara esta historia.

Gracias a la documentación interna de la CIA ahora podemos saber que todo empezó en agosto de 1960 cuando el presidente era Dwight Eisenhower. Fue en ese momento cuando el entonces director de la CIA, Richard Bissell, preguntó al director de Seguridad, Sheffield Edwards, «si podría establecer contacto con el sindicato de juegos de azar estadounidense que estaba activo en Cuba. Claramente el objetivo era el asesinato de Fidel Castro», tal y como indica este documento secreto con el número 80T01357A. La idea de Bissell había nacido de él y de J. C. King, jefe de la WH División. Por su parte, Edwards se puso en contacto con Robert Maheu, un oscuro investigador privado que «había realizado trabajo sensible para la Agencia». A Maheu se le preguntó si tenía contactos con la mafia, como así fue al facilitar que la CIA pudiera hablar con Johnny Rosselli, un gánster que tenía la concesión de las máquinas tragaperras en Las Vegas. Maheu se reunió con él como «representante de hombres de negocios con intereses en Cuba y que veían la eliminación de Castro como esencial primer paso para recuperar sus inversiones». La CIA pagaría 150.000 dólares por asesinar a Castro.

Rosselli facilitó, a su vez, el contacto con un tal Sam Gold, cuyo verdadero nombre era Sam Giancana, jefe de la mafia de Chicago. Nadie más en la Agencia sabía nada de este asunto. Posteriormente Allan Dulles, nuevo director de la CIA, fue informado y calificó el asunto como «una operación de inteligencia».

Los documentos apuntan que el arma adecuada para el crimen debía ser un veneno en forma de pastilla que podría ser disuelto en la bebida. Se llegaron a hacer varias pruebas para comprobar la eficacia del veneno hasta el punto de probarlo con conejillos de indias. Las pastillas resultaron ineficaces.

La mafia pudo convencer a Juan Orta, director general de la oficina de Castro, para que matara al dictador cubano. Se le entregaron las pastillas, pero Orta había caído en desgracia y ya no tenía acceso para poder acercarse a Castro.

En 1965, con Lyndon Johnson en la Casa Blanca, la CIA siguió conspirando por su cuenta para acabar con Fidel Castro. En esta ocasión el intento de asesinato se preparó en Madrid contactando con Rolando Cubela, quien entró en 1958 en La Habana junto con Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. En febrero de 1965 se le entregó a Cubela «una pistola con silenciador y un rifle FAL belga con silenciador». Ambas armas «vienen de Estados Unidos y ahora están en Madrid».

En un informe del 12 de febrero de 1965 se indicaba que Cubela «parecía satisfecho» al recibir los materiales con los que viajó en marzo a La Habana. Siempre según los papeles desclasificados, Cubela se unió con exiliados cubanos para preparar el atentado, entre ellos estaría Rafael García-Bango, un abogado que había representado legalmente en la isla caribeña los intereses de Santos Trafficante, el jefe de la mafia de Florida. En junio de 1965, desde el cuartel general de la CIA se aconsejaba romper relación con el grupo cubano.