El miedo reina en Birmania

«Llegaron armados hasta los dientes. Abrieron, al menos, tres rondas de disparos»

Salir a la hacer la compra o ir a sacar dinero es una misión sólo apta para valientes en el país asiático

Varios antigolpistas queman la Constitución de Myanmar, ayer, en Mandalay
Varios antigolpistas queman la Constitución de Myanmar, ayer, en MandalaySTRAgencia EFE

Inmensas columnas de humo se elevan sobre la mayor ciudad de Birmania, que se ha convertido en una zona de batalla, con barricadas en llamas y Fuerzas de Seguridad disparando contra manifestantes anti-golpistas desarmados para imponer la ley marcial. Han transcurrido dos meses desde que el general de división Min Aung Hlaing tomó el poder en el país, y las imágenes de soldados y policías disparando, golpeando y deteniendo a manifestantes han inundado las redes sociales y los medios de comunicación internacionales.

Hasta ahora, las fuerzas del régimen han matado a más de 510 personas y han herido gravemente a muchas más, según la Asociación de Asistencia a los Presos Políticos (AAPP). La Junta también ha detenido cerca de 3.000 personas, algunas de las cuales, como U Zaw Myat Lynn, han muerto bajo custodia. Los residentes traumatizados han huido del barrio industrial de Rangún, que se ha convertido en uno de los focos de la revuelta nacional contra el golpe de Estado de los militares hace ocho semanas.

Con la esperanza de alcanzar una vida mejor destruida, y con la incertidumbre sobre el futuro creciendo cada día que pasa, A. L. M. llegó hace casi dos años a Rangún con su mujer y su hijo de 4 años. Ahora, en modo supervivencia, espera angustiado que un vuelo humanitario le devuelva a su país de origen, India.

«En Rangún la mayoría de las tiendas están cerradas y muchas calles están vacías. El humo negro cubre el cielo por la quema de neumáticos y hace el ambiente irrespirable, y en la mayoría de las intersecciones las barricadas sirven como recordatorio de que esta es una zona sitiada», describe agobiado a LA RAZÓN. «Miles de habitantes de nuestro área han abandonado, buscando seguridad en sus ciudades de origen. La mayoría son migrantes, atraídos por las fábricas de las zonas industriales del municipio donde vivimos. Ahora que se ha convertido en una zona de guerra, hay pocas razones para que se queden», aseguró A. L. M. que desempeña la labor de técnico de calidad en seis fábricas europeas de calzado y complementos.

Los que permanecen tras el éxodo de los últimos días desconfían de los extraños, ya que el miedo persiste incluso después de que haya pasado lo peor tras el reciente derramamiento de sangre. «En mi barrio, la Policía vino y allanó varios edificios vecinos. Los soldados llegaron completamente armados, creemos que debido a que intentaban detener a uno de los miembros del partido NLD. Abrieron al menos tres rondas de disparos. Nosotros vivimos en un piso 17, por lo que estamos a salvo. Pero los de las plantas bajas tuvieron que apagar las luces rápidamente, cerrar las puertas y asegurarse de que no les vieran», relató la fuente, que no ha salido de su casa en días y prefiere no dar su nombre completo.

Teme que puedan convertirse en víctimas de la violencia con tan sólo ir a comprar alimentos o sacar dinero de un cajero (que sólo abren dos horas algunos días y que han sido foco de algunos asaltos). La comunicación entre los residentes o la información sobre las detenciones y la violencia ha ido fluyendo desde las zonas de conflicto a través de las redes sociales, pero el flujo se ha ralentizado debido a la restricción de los datos móviles por parte de la Junta. «Algunas noches, entrada la madrugada, estallan granadas de advertencia frente a nuestras casas.

Pocos pueden dormir sabiendo que el sonido podría cambiar fácilmente a algo aún más nefasto, si los soldados vuelven a abrir fuego con munición real. Los niños están devastados psicológicamente y corren aterrorizados a esconderse bajo los muebles mientras oyen los disparos», se lamenta A. L. M. Pero los soldados no son los únicos que inspiran miedo e ira. También están los vecinos que vigilan a otros y los delatan a la Policía, extraños que hacen que sea especialmente peligroso permanecer fuera cuando oscurece.

No obstante, no todos permanecen tras las puertas cerradas por la noche. Algunos, en su mayoría jóvenes o de mediana edad, vigilan sus calles desde rincones seguros para poder advertir a los demás de cualquier peligro que se acerque. Permanecen cerca de sus barricadas y, cuando se acercan los camiones militares que patrullan, apagan todas las luces y se retiran a la oscuridad para evitar cualquier señal de vida que invite a una descarga de balas.