Escándalo en EE UU
Las acusaciones de abuso sexual apagan la buena estrella de Andrew Cuomo
Pasión y (presunta) muerte política del gobernador de Nueva York, que llegó a sonar como posible candidato a la Casa Blanca
Fue el estandarte de los demócratas y ahora está cerca de desaparecer de la arena política. Andrew Cuomo, gobernador del Estado de Nueva York, ha sido acusado por tres mujeres de conductas inapropiadas y acoso sexual. La paradoja es que su carrera puede implosionar por su comportamiento privado, mientras que el escándalo de las residencias de ancianos apenas había logrado tocarlo… hasta ahora, que finalmente hay una investigación en marcha.
Pero durante meses, el ruido fue casi inaudible. Dista de ser una cuestión menor. El “New York Times” informa de que varios asesores muy cercanos a Cuomo ocultaron y posteriormente reescribieron un informe demoledor, donde los responsables de la salud del Estado elevaban de forma abrupta el número de muertes por coronavirus en las residencias de ancianos. Al final fueron 9.000 fallecidos durante los tres primeros meses de la pandemia. Un tercio más que las registradas en los asilos del siguiente Estado con más decesos por covid-19.
Todo esto mientras los expertos en salud le reprochaban la orden que obligaba a los asilos a no rechazar a los ancianos que hubieran dado positivo. El gobernador se escuda en que la decisión fue tomada en base a la mejor ciencia disponible en aquel momento. Pero la avalancha de muertos luce fatal junto al empeño por ocultar o maquillar las estadísticas. Tampoco parecen creíbles las disculpas.
La combinación de los escándalos ha propiciado que el Legislativo estatal de Nueva York haya acordado despojar a Cuomo de sus poderes extraordinarios. Fue investido con ellos durante lo peor de la pandemia. Los diputados estatales arguyen que las circunstancias son otras. Entienden que el descenso continuo de positivos, hospitalizaciones y muertes aconseja derogar las prerrogativas de emergencia. También la campaña de vacunación avanza a buen ritmo. Los números actualizados del sábado, fidedigna fotografía de los días previos, hablan de 4,86 millones de vacunas administradas, 134.000 durante las últimas 24 horas. 1,62 millones de neoyorquinos, el 8,31% de la población del Estado, ha recibido ya las dos dosis.
Por mucho que la ciencia disponible soporte las tesis de sus compañeros demócratas, la fragilidad de Cuomo resulta evidente. Proliferan las peticiones de dimisión. El fuego amigo avanza implacable. No está claro que las comunicados sirvan como parapeto. Si cae por los muertos en las residencias, será uno de los pocos líderes políticos que efectivamente paga por las negligencias y mentiras en los días de la epidemia. Si lo devora el fuego del MeToo, se convertirá en uno de los principales trofeos entre los demócratas.
Nada menos que el hombre transformado en faro ético nacional mientras Nueva York braceaba con cientos de muertos diarios. De la adoración que concitaron sus apariciones en televisión, verdaderos partes de guerra, auténticas sesiones de terapia colectiva, no queda nada. Que publicase un libro para piropearse, “American crisis: Leadership lessons from the Covid-19 pandemi”, asoma ahora como algo ligeramente grotesco.
Quién podría leerlo mientras resuenan las palabras de mujeres como Anna Ruch, que trabajó con Barack Obama y ha colaborado en la campaña de Joe Biden. Ruch sostiene que Cuomo flirteó con ella durante una boda en 2019. El aludido ha pedido perdón: «Entiendo que mis interacciones pueden haber sido insensibles o demasiado personales y que algunos de mis comentarios, dada mi posición, hicieron que otras personas se sintieran de una manera que nunca pretendí. Reconozco que algunas de las cosas que he dicho se han malinterpretado como un coqueteo no deseado. En la medida en que alguien se sintió de esa manera, realmente lo lamento».
Otra de las mujeres que lo acusan, Charlie Bennet, que trabajó con él, sostiene que «Los abusadores, particularmente aquellos con mucho poder, a menudo son delincuentes reincidentes que utilizan tácticas manipuladoras para minimizar las acusaciones, culpar a las víctimas, negar las irregularidades y escapar de las consecuencias». «Éstas no son las acciones de alguien que simplemente se siente incomprendido; son las acciones de un individuo que ejerce su poder para evitar la justicia».
Para entender mejor el fenómeno Cuomo, lo que fue hace un año, cuando la revista “Rolling Stone” le dedicaba su portada, y la actual caída a los infiernos, nada como atender a la CNN. Durante meses la cadena sostuvo un circo publicitario, “Keeping up with the Cuomos”. El maestro de ceremonias era el periodista Chris Cuomo, estrella del canal y hermano menor de Andrew. Más que entrevistas con el gobernador, olía a publirreportaje por entregas.
Hace unos días, la CNN prohíbe que Andrew toque los enojosos asuntos del hermano. Joe Concha, en “The Hill”, ha escrito sobre la paradoja de que «un canal de noticias cuyo eslogan es, literalmente, “los hechos primero”», se escude en un supuesto “conflicto de intereses” cuando en 2020 aquellas charlas le parecían estupendas. Como si el “conflicto de intereses” sólo fuera posible con la llegada de las malas noticias.
La confusión de los mentideros prolonga y acota la estupefacción del propio Cuomo, que jura que no piensa dimitir mientras afloran las noticias relativas a su inminente desaparición. El animal mediático, hijo del legendario gobernador Mario Cuomo, que echó los dientes trabajando con Bill Clinton y fue fiscal general de Nueva York, vive unas horas aciagas.
Sus enemigos, muchos dentro de su propio partido, lo tachan de napoleoncito. Brindan para que no repita por cuarta vez al frente del Estado. Él, de momento, resiste. Confía en que el tiempo diluya las habladurías y que las acusaciones no logren sustanciarse.
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