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Brexit

El muro europeo: Los Veintisiete han dado una lección de unidad

Han amparado a Irlanda en el Ulster y España en Gibraltar y tanto Macron como Merkel rehusaron coger el teléfono a Johnson en la recta final

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a la izquierda, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel en la sede del Consejo Europeo en Bruselas Johanna GeronAP

“Va a haber un chorro de agua fría y después otro caliente. Como una ducha escocesa, nunca mejor dicho”, aseguraba con preocupación un diplomático europeo antes de que comenzasen las negociaciones con Reino Unido sobre el Brexit. Un periodo en el que las islas seguirían participando en el proceso legislativo europeo mientras pactaban el divorcio, una doble vertiente que podía ser utilizada por Reino Unido de manera desleal con el objetivo de obstaculizar la puesta en marcha de algunas decisiones y también de acabar creando discrepancias entre los Veintisiete de cara a la salida del bloque.

Pero el miedo cerval precisamente a que las islas acabaran dividiendo y venciendo es el que ha ocasionado que el club comunitario haya mantenido una sintonía a prueba de bombas tanto en la primera fase del divorcio como en las negociaciones sobre la relación futura. Porque nada une más que un enemigo común.

En estos años, las relaciones no han sido idílicas en el bloque comunitario. Ha habido profundas tensiones Este-Oeste debido a las heridas ocasionadas por la crisis de refugiados en 2015 y la deriva autoritaria en Hungría y Polonia; los países del Norte han boicoteado cualquier progreso hacia la unión bancaria e iniciativas fiscales como la tasa Google y el eje franco-alemán no siempre ha mirado en la misma dirección. Aunque a veces ha habido ciertas diferencias en cuánto al Brexit, han sido menores comparado con todo lo anterior. Las aguas siempre han vuelto a su cauce, había demasiado en juego para dejarse embaucar por cantos de sirena.

La primera prueba de fuego de los Veintisiete llegó con la publicación de las directrices negociadoras, el texto en el que debía basarse el mandato del bloque comunitario otorgado a Michel Barnierpara negociar en nombre de todos los países europeos sin que los intereses de unos primasen sobre los de otros.

El documento publicado el 19 de abril de 2017 hacía mención a dos aspectos especialmente incendiarios ya que atañían a temas de alta sensibilidad política para dos Estados miembros: Irlanda y Gibraltar. En las dos situaciones, el bloque comunitario decidió cerrar filas con los dos países y darles la última palabra. En el caso de Dublín, la isla tendría la llave para cualquier acuerdo, con el objetivo de encontrar una solución para evitar un frontera dura en el Ulster que pusiera en peligro la paz alcanzada entre las dos Irlandas el día de Viernes Santo tras décadas de terrorismo del IRA.

En el caso español, el epígrafe número 24 aseguraba que “después de que Reino Unido abandone la Unión, ningún acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido debe aplicarse al territorio de Gibraltar sin el acuerdo entre el Reino de España y Reino Unido”. Unas palabras que desataron la furia de la prensa británica destacada en Bruselas, ya que por primera vez un estado miembro pasaba a estar amparado por todo el club comunitario en un contencioso histórico frente al que el resto del club siempre había mirado para otro lado. “Sinceramente tampoco pensaba que lo que habíamos conseguido fuera para tanto , se ve que sí”, se felicitaba de manera irónica un diplomático español tras comprobar la ira al otro lado del Canal de la Mancha.

El revés de la moneda a esta unidad llegó cuándo la delegación española se percató de que esta misma referencia sobre Gibraltar no aparecía en las directrices sobre el periodo transitorio del acuerdo de divorcio, el célebre en su momento artículo 184. Moncloa temió que esto acabase siendo aprovechado por Reino Unido en su propio beneficio – una opinión no compartida por los servicios jurídicos del Consejo-y España amagó con vetar el acuerdo de salida. Quizás haya sido la crisis más grave atravesada por las cancillerías europeas durante el Brexit, aunque todo se solucionó con un enjuague legal al que España acabó no poniendo demasiados reparos. “Creo que hay alguien que no ha hecho bien su trabajo”, profirió el presidente de España, Pedro Sánchez, en referencia a Barnier en la única crítica pública realizada al francés. Tras solventarse este rifirrafe, Barnier calificó como un “malentendido” esta pequeña crisis y Sánchez volvió a piropear al negociador europeo. La sangre no llegó al río.

En cuánto al dosier irlandés, se convirtió en el gran obstáculo durante la firma del acuerdo de divorcio. El famoso “backstop” (red de seguridad para Irlanda, ideado por los Veintisiete y Theresa May ) fue rechazado hasta tres veces por Wetsminster. Hasta el punto de que algunos temieron que el apoyo a Dublín acabara flaqueando entre los Veintisiete, ante el peligro de un Brexit caótico.

Peo las cancillerías europeas nunca quisieron ser responsabilizadas de la vuelta del terrorismo entre las dos Irlandas, a pesar de que una frontera dura en el Ulster nunca fue un problema para los Veintisiete que siempre consideraron esta posibilidad como una garantía para preservar la integridad del mercado común. Fue un encuentro bilateral entre Boris Johnson y el entonces jefe de Gobierno de la República de Irlanda, Leo Varadkar el 10 de octubre de 2019 el que consiguió desatascar el acuerdo de divorcio que se anunciaría días después.

Sería falso asegurar que durante este periodo no ha habido diferencias de matices entre los Veintisiete que Londres ha intentado explotar sin demasiado éxito. Francia ha sido el poli malo y Alemania el poli bueno. Pero como nos enseñan las películas, siempre están conchabados. Emmanuel Macronha liderado el ala dura, fue el que exigió planes claros a cambio de las diferentes prórrogas a las negociaciones frente a un pragmática Ángela Merkel y también el que en la recta final batalló para un acuerdo pesquero lo más beneficioso posible para su sector.

Objetivo: Dividir y vencer

Londres ha intentado dividir y vencer hasta el final, con el objetivo también minar el liderazgo de las instituciones europeas. Han sido constantes los rumores malintencionados cada cierto sobre la posibilidad de que Barnier no contara con el apoyo de todas las capitales y fuera “puenteado” por sus superiores. Pero en este tiempo, el político francés ha tenido que lidiar con hasta cuatro negociadores británicos diferentes, - David Davis, Dominic Raab, Steve Barclay y David Frost- que se unen a la cascada de dimisiones que se llevó por delante incluso a dos primeros ministros: David Cameron tras el triunfo del referéndum de salida y Theresa May tras los tres “noes” a su acuerdo en Westminster.

En los últimos compases Johnson tampoco ha conseguido que los Veintisiete se enzarzasen en discusiones internas. Antes de la cena el 9 de diciembre entre Johnson y Von der Leyen en Bruselas se había especulado con que el primer ministro intentase quedarse al día siguiente para participar de alguna manera de la cumbre presencial de los Veintisiete. Aunque esta hipótesis parecía algo descabellada a muchos, después se supo que el inquilino de Downing Street intentó ponerse en contacto esos días con Angela Merkel y Emmanuel Macron y que estos declinaron ponerse al teléfono y le instaron a hablar directamente con la presidenta de la Comisión Europea.

El 1 de enero comienza una nueva etapa en las relaciones entre Londres y Bruselas marcada por la incertidumbre, pero los Veintisiete han aprendido que la unidad da sus frutos.