China

El narco, el británico y el nuevo imperio

Margaret Thatcher acordó con Jiang Zemin el traspaso de la colonia a cambio de que se mantuviera su régimen de libertades hasta 2047, China tiene prisa para recuperar su total soberanía

Una pareja pasea por el centro de la isla de Hong Kong
Una pareja pasea por el centro de la isla de Hong KongKin CheungAgencia AP

Si al lector le hablaran del narcotráfico, de sus vínculos con el Estado y de la promoción de la financiación de fines políticos con los beneficios sacados de la manufacturación y exportación de drogas, seguramente les venga a la mente el narco régimen de Maduro en Venezuela. La verdad es que no estaría equivocado. Pero si les dijeran que esa definición es perfectamente aplicable al Imperio Británico, más de uno arquearía una ceja.

Lo cierto es que, durante las últimas décadas del siglo XVIII, el Imperio Británico, a través de sus Fuerzas Armadas, y en apoyo de intereses coloniales y económicos se convirtió en el mayor cártel de la droga de la Historia. Verán, el Imperio Británico sufría de un déficit comercial con la China imperial de la dinastía Qing, ya que la sed de los ingleses por el té chino parecía insaciable, y el pago requerido por las autoridades chinas debía de ser siempre en plata. Esta situación se tornó en insoportable para los británicos que acusaban la constante salida de plata de su mercado en favor al chino. Pronto encontraron una solución.

Resultaba que el único producto por el cual se estaba dispuesto a pagar en plata en China, si bien en el mercado negro, era el opio. Esta droga fue introducida en China por mercaderes británicos desde sus posesiones territoriales en India, y pronto se propagó por todo el territorio, llegando a convertirse en una verdadera epidemia. Cuando las autoridades chinas decidieron actuar contra los narcotraficantes, la Armada Británica entró en juego protegiéndoles de las represalias chinas. En este contexto, William Jardine, el mayor traficante de la historia (quizás incluso más importante que Pablo Escobar), fundó un puesto avanzado de operaciones de su cártel en una isla del Mar de la China Meridional. Esta isla no es otra que Hong Kong.

Así pasó Reino Unido a controlar durante más de 150 años una ciudad que, hoy en día, es uno de los más importantes centros financieros del mundo. Cabe destacar que la mayor compañía de Hong Kong es Jardine Matheson Holdings, la compañía institucionalizada del cartel de William Jardine. Después de la Segunda Guerra Mundial, Hong Kong se convirtió en uno de los puntos estratégicos del sureste asiático, siendo no solo el refugio de muchos refugiados, empresarios, y capital chino que huyó del comunismo, pero también un centro neurálgico de servicios financieros. Esta realidad se mantuvo hasta 1997, año en el que Margaret Thatcher acordó con Jiang Zemin el traspaso de la soberanía de la isla a la República Popular de China.

Este acuerdo incluía una previsión que permitía a los habitantes de la antigua colonia británica mantener sus libertades, tanto políticas como económicas, dentro del país comunista. Esta situación vino a ser conocida como la excepción de “un país, dos sistemas”, que marcaba la autonomía de Hong Kong frente al dominio de Pekín. Este acuerdo tendría una duración de 50 años, y permitiría a la población de Hong Kong un periodo de transición para adaptarse a la nueva realidad política.

Pekín, sin embargo, parece tener prisa, y quiere socavar el acuerdo de autonomía con Hong Kong para conseguir la soberanía total sobre el territorio antes de que el acuerdo caduque en 2047. Ya en 2019 Hong Kong copó los titulares de la prensa internacional al ser escenario de una serie de protestas populares que denunciaban los planes de la República Popular de China de imponer una nueva ley de extradición que permitiría a Pekín juzgar a opositores al régimen en suelo chino, donde no gozan de los mismos derechos ni garantías que en la, todavía, democrática Hong Kong. Tras meses atrincherados en universidades y edificios públicos, los críticos con esta ley fueron desalojados por las autoridades de Hong Kong. La llegada de la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 supuso la desaparición de toda resistencia por parte de la población, que se concentró en mitigar la propagación de la enfermedad. O eso parecía.

Pekín ha vuelto a dar una vuelta de tuerca en su relación con la antigua colonia británica. La Asamblea Nacional Popular de China, acaba de aprobar una nueva ley de seguridad nacional con 2.878 votos a favor, 6 abstenciones, y un voto en contra. Esta nueva ley permite al Gobierno chino aplicar en suelo de Hong Kong las más restrictivas medidas en contra de la disidencia, y dando poderes especiales a las Fuerzas de Seguridad de la República Popular para luchar contra lo que denominan como secesión, subversión del poder del Estado, terrorismo, e intervención extranjera. Con esta nueva ley, Pekín deja de manifiesto sus intenciones. Hong Kong es China.

En las últimas semanas, la relación entre la República Popular de China y Taiwán (aunque su nombre oficial sea el de República de China) ha cobrado protagonismo, en particular por la exitosa respuesta a la crisis del coronavirus por parte del Gobierno en Taipéi, y por el veto de Pekín a su entrada en la OMS. Los eventos en Hong Kong son significativos, ya que la solución de “un país, dos sistemas” también ha sido puesta sobre la mesa para Taiwán. Taiwán tiene ante sí un reto que no es nuevo, y es la de resistir el envite de Pekín en Hong Kong. No les quepa duda que el órdago sobre Taipéi está al caer.

*Profesor de Relaciones Internacionales