Nueva York
Silvia Abascal y Carmelo Gómez: de un trago
Adicciones. Alcohol. Amor. Un trío de ases que en una misma mano resulta explosivo. Se han rodado pocas películas sobre los efectos del alcohol tan poderosas como «Días de vino y rosas» (Blake Edwards, 1962). Ahora les toca a Carmelo Gómez y Silvia Abascal, desde el escenario, y a la directora Tamzin Townsend, desde fuera de él, demostrar que la historia tiene el mismo gancho en un teatro. De hecho, el montaje que estrenan en el madrileño Teatro Lara, y que los tendrá un año ocupados por toda España, parte, más que del filme, de la versión teatral que se estrenó en 2005 en Londres (en una producción de Sam Mendes). De hecho, lo primero que deja claro el equipo, a través de su directora, es que «no hacemos la película, sino la verisón teatral inglesa. David serrano ha cogido esto y lo ha hecho español».
La pareja, sola en escena, dará vida a Luis y Sandra, dos españoles que se conocen en Nueva York. Al principio, su relación es un torbellino, «están llenos de adrenalina, son escenas eufóricas: se conocen, es un flechazo inmenso, en dos meses y once días están viendo juntos y en la siguiente escena tienen un hijo. Los dos van muy rápidos, son bastante kamikazes», explica Townsend. Hasta que la botella se cruza en su camino y comienzan a vivir un infierno.
Sorprende oír a Townsend asegurar: «Si el público se ríe al principio y llora al final, vamos bien». Y es que no hay que olvidar que, aunque la historia se ha hecho famosa por el vino, también tiene las rosas: «Hemos trabajado muchísimo la comedia, y aprender a hacer reír a tu pareja. Porque creo que hoy en día no puedes aburrir en el teatro a tu público. Si algún día hago una obra que la gente diga "qué rollo", dejo de dirigir».
Silvia Abascal ve esta función fundamentalmente como «una historia de amor, por eso hay conflicto. Si no se amaran tanto, no sería tan difícil el abandono o tan dolorosa la destrucción. La herramienta que los destruye es el alcohol. Pero lo que sostiene la función es la relación que se ha creado entre dos personas diferentes que comparten una adicción». Hay, como en la vida, formas diferentes de afrontar el problema. «Mi personaje –sigue la actriz– se enfrenta a ello, lo reconoce; el de Carmelo está más en la negación».
Interpretar a un borracho puede ser un tobogán o una trampa para un actor: el histrión acecha, y es fácil dejarse llevar por la sobreactuación. Pero, corrige Carmelo Gómez, en este caso fue casi al revés: «Nosotros siempre hemos sido muy pudorosos los dos, y Tamzin nos ha metido caña para que diéramos un poco más, un poco más... Porque hay hacer de dos alcóholicos y eso requiere echarle narices». Además, dice el intérprete, «el público tendrá que ayudarnos: no abundamos mucho en eso, pero obviamente estamos borrachos en un par de ocasiones».
Y aunque la película deriva incluso en camisas de fuerza, en la función, explica el actor, «no llegamos al delirium tremens porque realmente no lo necesitamos: estamos contando una historia de amor en la que se mete, en medio de dos personajes encantadores, un problema enorme pero evitable».
alcohólicos anónimos Una lucha para la que se han preparado visitando a Alcóholicos Anónimos. «Estuvimos más de un mes reuniéndonos con ellos y se lo tenemos que agradecer, porque no han podido ser más generosos con nosotros», cuenta Abascal. «Y no sólo dejándonos asistir, sino pasándonos todo tipo de películas, documentación, libros... Ha sido muy interesante: hablando de las borracheras hay un cliché, el prototipo del borracho con la lengua fuera que va dando tumbos, pero hay muchas fases dentro del alcohol». Durante esas sesiones aprendieron que en la asociación no se permiten sermones de ninguna religión, y sentencia Gómez que «los alcóholicos no han visto a Dios, pero sí el infierno. Hay que salir como sea y la única manera es uno mismo».
Silvia Abascal reconoce que toma una copa de vino «cuando salgo a cenar», pero todo está bajo control: «No lo echo de menos, no lo necesito y lo disfruto como un placer más». Y Tamzin se declara amante del néctar de la uva: «Me encanta... cuando es con moderación». Carmelo, bebedor en el pasado, ha sido más extremo y lo ha abandonado: «Lo dejé por las excusas que he visto a lo largo de la función, y al hablar con Alcohólicos Anónimos y ver que uno se dice a sí mismo los mismos pretextos: "Si sólo bebo un poco, con amigos..."». Así las cosas, en escena, no había otra: agua y Nestea.