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Mortaja
Hace unos días, mientras la gripe seguía su curso habitual de pandemia desenfrenada con permiso de Carmen Chacón, se moría, pero no de gripe sino de viejito, Mario Benedetti. Motivo suficiente, el de que se muera alguien con cierto fuste, digo, para que las portadas obvien el estornudo en pos de una foto necrófila: el ataúd a cuerpo descubierto, el rictus del adiós como gancho noticioso y una cola interminable de plañideras lirio en mano para dar fuste a la estampa. A mí Benedetti, que en gloria esté, me parecía un cursi de tomo y lomo, cuestión que quizá no debiera decir porque ciertas cosas sólo merece soltarlas Antonio Gamoneda o si acaso Belén Esteban.Ya saben, en estos tiempos mediáticos y chapuceros, lo mismo cuentan las altas esferas que las barriobajeras. Lo que alegó Gamoneda lo suscribo, lo de la Esteban lo desconozco porque procuro esquivarla con cierto éxito, pero, de todas formas, insisto: a mí don Mario Benedetti me parecía un cursi que te rilas, en parte porque de su obra apenas conozco esos poemillas que lee Trinidad Jiménez cuando oficia bodas molonas en su despacho. Versos de adolescencia atormentada que provocan en mí el mismo escozor cerebral que ciertos autores, algunos de ellos españoles, que viven y colean por otros periódicos, de ahí que no demos nombres porque quien mea hacia arriba acaba meado. Reconozco la cobardía por opinar sobre alguien que ya no levantará cabeza, pero supongamos que el gusto es libre. Tanto, que José Miguel Ullán es desde anteayer otro poeta cadáver y sus plañideras no salieron en portada. Pero con una diferencia: él no era cursi. Él era un tipo listo y quebranta palabras del que desde aquí, para darle un adiós sin lirio en mano, recomiendo que lean «Mortaja». Y pasando de Benedetti, que en gloria esté.
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