Literatura

Atenas

Las vidas paralelas de Murakami

La Razón
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unque parezca extraño, Haruki Murakami jamás pensó que tenía talento para la ficción. Aún así, desde que a los veintinueve se hizo escritor, su obra no ha parado de crecer. Hasta ahora los lectores españoles sólo habíamos tenido ocasión de leer sus novelas. Sin embargo, la obra de este escritor de culto, también estaba compuesta por cuentos. «Escribir novelas es como plantar un bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un jardín», dice Haruki Murakami en el prólogo de «Sauce ciego, mujer dormida», un libro que reúne por primera vez en castellano veinticuatro de los muchos cuentos que el escritor japonés ha escrito desde 1980 hasta ahora y que, sí, parecen un jardín, sólo que un jardín donde habitan los sueños más terribles y las plantas del pánico florecen a su antojo; una pesadilla frondosa de senderos que se bifurcan hasta los confines del yo.
Extraños, terroríficos, fantásticos, en los que la realidad a menudo puede llegar a confundirse con su representación y viceversa, en estos cuentos el autor de «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» presenta una galería de personajes que se hallan perdidos en sí mismos, como si de pronto una oscura melancolía les iluminara el rostro por dentro y les interrogara por el sentido más profundo de sus vidas. Un señor que recorre los zoológicos los días de viento y lluvia con unas cuantas cervezas y afirma sentir el latido del pensamiento animal, un joven cuyos amigos se han muerto en accidentes fatales durante un año fatídico, un niño que vio cómo su amigo era arrastrado por una ola gigantesca, una mujer que se ha ido a vivir a Atenas con su amante y no piensa regresar a Japón, una muchacha que se casa con un hombre de hielo y acaba en los brazos gélidos de su propio pasado. Todos parecen moverse por los caminos de la normalidad y la discreción, pero sin embargo, el suceso más nimio les revela que se encuentran sometidos a las leyes del azar, a la pura contingencia.
Murakami se sumerge en los mundos paralelos que gobiernan las vidas de sus personajes, en universos fabulosos que se hunden en el vacío, que se encadenan como actos perpetuos de un sueño atroz y recurrente, una temática que ha recorrido en gran parte de su obra y que hasta ahora sólo había plasmado en sus novelas pero que en sus cuentos funciona de manera más condensada y, tal vez por eso, algunos sean brutales y asfixiantes.
En cualquier caso, como señala el escritor en el prólogo, sus cuentos, en varias ocasiones, son el laboratorio de sus novelas, como si en ellos pudiera experimentar con formas que el formato novelesco quizás no permita. Muchos de estos cuentos pueden ser leídos como novelas atomizadas o como el comienzo de un texto más extenso, como es el caso de «La tía pobre», en la que un escritor se siente invadido por una idea que se le ha ocurrido para un libro, un libro sobre una tía pobre que acaba vaciándolo de su yo más íntimo ; o «Los gatos antropófagos», breve cuento perfecto de terror psicológico y que más tarde, de hecho, le sirvió de base para la novela «Sputnik, mi amor».
De Chejov a Carver
Aunque Murakami se considera novelista, lo cierto es que en «Sauce ciego, mujer dormida» se muestra como un perfecto ejecutor de tramas excelentes, como un cuentista capaz de mezclar toda clase de influencias, desde maestros como Raymond Carver –al que ha traducido– y Anton Chejov, la literatura infantil nipona, el arte pop, la música, el jazz, Kafka, Henry James e incluso el existencialismo. En ese sentido, no es extraño que el título de uno de sus cuentos posea reminiscencias sartreanas, «La Náusea, 1979», donde la presencia del otro se torna amenazante para el personaje, que no siente culpa al acostarse con las mujeres de sus amigos. Cuando alguien, un desconocido, al otro lado del teléfono, le recuerda quién es, comienza a tener vómitos diarios que concluyen el 14 de julio.
Cinco relatos breves, que Murakami escribió entre 1981 y 1982, tal vez sean lo mejor de «Sauce ciego, mujer dormida», pequeñas fábulas, estampas de la vida cotidiana en la que se respira un ambiente agobiante, textos breves que recuerdan al Henry James de «Otra vuelta de tuerca», como «El espejo», donde el narrador cuenta una historia de terror en una ronda de amigos; el kafkiano «Somorgujo», una reescritura de «Ante la ley», con pájaros que ofrecen trabajos y exigen una entrega absoluta; el «El año de los espaguetis», una especie de texto cómico con ingredientes surrealistas; el hemingweyniano «La cría de los canguros», donde una mujer se estremece con esos pequeños animales; y el paródico «Conitos», en el que describe, en tono humorístico, su lugar en el ambiente literario.
Hasta el 2000, año en que publicó un libro de relatos cortos, «Después del terremoto», relacionados con el terremoto de Kobe de 1995, Murakami dejó de escribir cuentos, pues la década del 1990 lo mantuvo ocupado pergeñando su grandes novelas: «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo», «Al sur de la frontera, al oeste del Sol», «Sputnik, mi amor» y «Kafka en la orilla».
Sueños y «surfing»
Tras la publicación de aquel libro, escribió cuatro cuentos más: «La chica del cumpleaños», concebido para formar parte de una antología de historias sobre cumpleaños; «Los gatos antropófagos»; «El séptimo hombre», inspirado en su época de aficionado al surfing; y «El hombre de hielo», escrito a partir de un sueño de su esposa. Los últimos cuentos de «Sauce ciego, mujer dormida», como por ejemplo «Hanalai Boy», en el que una mujer contempla el cadáver su hijo atacado por un tiburón, o «Viajero por azar», donde dos hermanos, enemistados desde hacía diez años, se reconcilian gracias a la simple casualidad, nacieron en 2005, cuando, según el autor, sintió, por primera vez después de muchos años, un deseo irrefrenable por volver a escribir relatos breves. «No podía pensar en nada más que en esos cuentos».