Estados Unidos
El aura
Reiteremos una verdad que proclaman los arcángeles y no deja de centellear en el ambiente: Obama es buena gente, ni más ni menos. Falta por saber si, como Norman Bates, es él o su otro yo, el que, «incapaz de matar a una mosca», guarda a su madre amojamada en una mecedora del desván, entre una Fender Stratocaster y un bate de béisbol. Quiero decir si, como águila bicéfala, el presidente sólo admite ser enjuiciado porque ha abierto el turno de preguntas en internet para los americanos que se colocan con latas de cerveza y, sin embargo, no es posible «meterle mano» tras haber extendido el «conflicto armado» hasta Pakistán y dar dos tazas más de plomo en Afganistán. En palabras de Gregorio Marañón, el poder conduce, por distintos caminos, a la santidad, a la perversión sexual o a la hoguera; el nuevo presidente de los Estados Unidos ha nacido subiendo a los cielos. Su «santo súbito» me recuerda cuando Jaime Peñafiel aceptó el encargo de escribir la biografía de Felipe Juan Froilán de Todos los Santos y, después, en un brote de confusión porque el hijo de Marichalar apenas era un bebé, acabó rellenando el libro hablando de Alfonso XIII y otros ilustres antepasados.El legado de Obama es, por ahora, un pálpito, un rayo de buenas vibraciones engrandecidas tanto que la bola extra de suceder a Bush le ha procurado un bonus de100 siglos de confianza en vez de los estrechos 100 días con los que se despidió Napoleón. Ungido, da pudor preguntar por qué Estados Unidos ha ensanchado el mapamundi de la guerra sabiendo que algún asesor sobrado pueda proponerle citar a Groucho y encima se le rían las gracias: «¿Qué ha pasado aquí?». «Una pequeña discusión. Él sacó un cuchillo y yo le pegué un tiro».
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