Literatura

Valencia

Cervantes: Un curioso lugar en Australia

Casi al lado contrario del mundo hay un pueblo que lleva el nombre del autor más universal, con permiso de Shakespeare. Entre sus otras curiosidades están un peculiar desierto, un barco hundido, la más antigua forma de vida y que nadie ha leído El Quijote

Cervantes: Un curioso lugar en Australia
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Cervantes es un lugar. Y está en Australia. Curioso, ¿verdad? Pues tiene más. Australia es un país de maravillas naturales; la mayor parte de ellas, tan escondidas y raras como que haya un pueblo así llamado casi en las antípodas del país de infortunio del autor.
En realidad, Cervantes pueblo toma su nombre de una hilera de tres islas visibles desde su Thirsty Point, bautizadas así por un barco ballenero americano que embarrancó ridículamente en ellas en 1844. Ése sí llevaba el nombre del escritor. Pero nadie da razón de por qué.
Ancló entre las islas para pescar en julio de 1844, invierno austral, y un golpe de viento lo arrojó contra los bancales. No lo dañó espectacularmente, pero su capitán decidió venderlo cuando consiguió llegar, caminando, a Perth. Quien lo compró por 155 libras esterlinas de la época lo subastó por piezas. Sólo dejó el casco, que se hundió en la bahía.
Otra de las sorpresas que da Cervantes es que no tiene ni 50 años. Se quitaron 505 hectáreas a las más de 17.000 del Nambung National Park para construir un pueblo de pescadores de langosta, a 245 km al norte de la ciudad más aislada del mundo, Perth, capital de Western Australia.
Siguiente curiosidad: sus 750 habitantes se desparraman por dos docenas de calles nombradas con topónimos españoles. Se puede recorrer la interminable Corunna Road, dejar a mano derecha Talavera Road y tomarse un refresco en lo más parecido a un chiringuito que hay en Cervantes: la recepción del Pinnacles Caravan Park.
Por la playa se llega hasta los muelles y se regresa por las calles Madrid, Catalonia y Aragon hasta alcanzar el también único bar, la Ronsard Bay Tavern, en la «zona comercial» de Iberia y Cadiz Streets.
Allí se arraciman la tienda de alimentación, la de bebidas, el videoclub, la de ropa playera, el recomendable y modestísimo Seabreeze Café y el kiosko-ferretería-souvenirs-oficina de Correos y turismo, cuya coordinadora confiesa que algún turista hispánico le ha regalado monedas con la efigie del escritor.
Hay dos docenas de calles más con placas como Valencia, Pamplona, Castilla, Seville, Leon, Lerida, Cordoba, Majorca, Douro, Evro, Balboa, Picasso, Goya o Sanchez, que allí se escriben con sufijos como street, avenue, place, creek, way o road. Lo que no deja de tener su gracia.
Por lo demás, apenas nadie sabe quién es el escritor. La mayor curiosidad del pueblo de Cervantes (pronunciado «servenris», con erre suave, en inglés) es que sólo por muy poco le debe su nombre al autor del libro más importante de la Historia de la Literatura Universal (lo dijeron en 2002 cien escritores a pregunta del comité de los Nobel).
El Quijote (dígase «quíote») sólo lo han leído un par de personas allí (en proporción, una estadística tampoco muy distinta de la española). En febrero de 2009 estaba apalabrada la construcción de un pabellón para albergar una cándida pero completa exposición del cuarto centenario, celebrado en 2005, en el Centro Cívico y polideportivo de la localidad, cuya entrada está marcada (originalidad número equis) por banderines de bailaores a tamaño natural a los que el viento marca el compás.
También contiene una biblioteca rural sin una sola copia del libro; hay una adaptación infantil que comienza «Once upon a time». La expedición de Telemadrid y Alcalá de Henares que visitó el pueblo en 2002 sólo dejó como regalo una completa colección de folletos turísticos.
Además de todas estas curiosidades, Cervantes alberga algunas otras de esas extrañezas de la naturaleza más prehistórica de las que rebosa Australia.
La más explotada turísticamente está a 17 km: el Pinnacles Dessert, una especie de cementerio gótico de torrecillas de caliza quebradiza formadas durante millones de años gracias precisamente a lo que las amenaza: la arena de las dunas que el viento del océano Índico empuja desde la playa.
Además es sede, a un kilómetro y medio, del lago Tethis, al que le están construyendo una pasarela para apreciar una maravilla tan importante que originó la vida en la Tierra, nada menos. Los estromatolitos son los fósiles más antiguos del mundo. En vida soltaron moléculas de oxígeno que poco a poquísimo cocinaron el caldo para que seres más desarrollados pudiéramos respirar.
Para continuar con los atractivos naturales de la zona, la Tourquoise Coast abierta al océano Índico donde está Cervantes favorece la práctica del windsurf.
El penúltimo de los encantos de Cervantes es llegar a sentirse en medio de la nada, lo que no es poco cuando cae la noche y se contempla a ojo de buen cubero la Cruz del Sur, equivalente a la Estrella Polar, sin «skyline» urbano que interrumpa la tortícolis.


Cómo llegar: En coche desde Perth, unas tres horas; el único autobús diario es de la empresa Greyhound.

Imprescindible: Ver las sombras del Pinnacles Dessert con la puesta de sol.

Qué comer: La temporada de langosta va de mediados de noviembre a junio.

Dónde dormir: Hay un motel (Pinnacles Hotel Motel), un albergue (Cervantes Lodge & Pinnacles Beach Backpacker, con el restaurante Don Quijote), caravanas de alquiler (Pinnacles Caravan Park) y dos casas de veraneo (Cervantes Holiday Homes y Beachfront Unit).

Conviene saber: Se aconseja conducir un 4x4; no se permite la acampada libre en la zona; llevar agua; en primavera (septiembre-diciembre) florecen 1.600 plantas autóctonas distintas; todo cierra a las cinco, menos el bar, que lo hace sobre las nueve.

Más información: www. visitpinnaclescountry.com