París
Capa entre bombas y champán
Por partida doble. «Ligeramente desenfocado» y «Esperando a Robert Capa» coinciden estos días en las librerías.
La de Robert Capa es una de las biografías más fascinantes que ha dado el siglo XX. Tuvo una vida de película y un personalidad excesiva y literaria. Fue a adicto a la aventura y al riesgo, a las mujeres, al póquer y al champán. Pero por encima de todo amó su cámara y su oficio, el de corresponsal de guerra, un trabajo que, según muchos, inventó el propio Capa de la mano de la que fue su primer gran amor, la también fotógrafa Gerda Taro. Con poco más de veinte años, ambos estuvieron fotografiando los primeros meses de la Guerra Civil española, donde ella murió en 1937 aplastada por un tanque.
De aquel golpe no se llegaría a recuperar del todo, tal y como escribió el biógrafo de Capa, Richard Whelan. Algo parecido piensa la escritora Susana Fortes, autora de la novela «Esperando a Robert Capa» (Planeta), que aparece esta misma semana después de haber ganado el Premio Fernando Lara.
Fortes relata en su libro la intensa y corta relación que ambos mantuvieron desde que se conocieron en París en 1935 hasta la prematura muerte de la valiente y hermosa Gerda. «Después de aquel terrible suceso Capa se convirtió en un alérgico al compromiso», comenta Fortes, hasta el punto de que llegó a rechazar un posible matrimonio con Ingrid Bergman.
Un nómada sin patria
Capa en realidad nació como Endre Friedmann en 1913 en Hungría, en el seno de una familia judía de clase media. De su padre heredó la afición por el juego. Tan pronto como pudo, huyó de su país y desde entonces se sintió un nómada apátrida. Con Gerda Taro se inventó el falso personaje de Robert Capa. Era una triquiñuela para vender mejor sus fotos en las redacciones de las revistas y periódicos, donde ella ofrecía el trabajo del gran fotógrafo estadounidense Capa. Durante un tiempo firmaron ambos sus fotos bajo este seudónimo. Cuando se descubrió la treta él decidió adoptar el nombre, y también algo de la personalidad.
Capa le enseñó a ella todo lo que sabía de fotografía. «No era un teórico; sin embargo tenía una gran intuición en la mirada», comenta Fortes. «En la guerra nunca corría riesgos inútiles, si merecía la pena se arriesgaba para tomar una foto. Ella, en cambio, era más planificadora, por algo era alemana».
La otra novedad editorial es «Ligeramente desenfocado» (La Fábrica), el relato escrito por Capa sobre su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, que ha sido traducido al castellano por primera vez. En sus páginas se ve al hombre de acción, romántico y divertido, pero también al fotógrafo de guerra sensato y descreído que le quita todo brillo de heroicidad a su trabajo. De sus primeras fotos en el frente en el norte de África dice que «eran sencillas y mostraban lo terribles y poco espectaculares que son los combates en realidad».
Capa solía decir que «si haces fotos que no son lo suficientemente buenas es porque no estás lo suficientemente cerca». Pero también era capaz de reconocer lo contrario. En una nota a los editores de «Life» escribía: «En las situaciones más peligrosas se obtienen las fotos menos impresionantes».
Alma de novelista
«Ligeramente desenfocado» nació por encargo. Iba a ser la base de un guión que nunca llegó a materializarse. Quizá eso explique las licencias novelescas que se permite en el relato de algunos hechos. Su biógrafo Richard Whelan matiza algunos de ellos. Capa escribe que se lanzó en paracaídas sobre Sicilia cuando en realidad llegó a la isla en un barco de suministros. Él mismo advierte al lector al decir que «escribir sobre la verdad es muy difícil, así que me he tomado en su honor la libertad de a veces traspasarla y otras no llegar a ella».
Algunos oficiales creían que Capa les daba buena suerte, admiraban su capacidad de supervivencia. Así que muchas veces dejaron que los acompañara en misiones peligrosas. Una de ellas fue el desembarco de Normandía. Capa fue el primer fotógrafo en captar imágenes en la playa de Omaha el célebre día D, cuyo aniversario se celebró precisamente ayer. Las prisas hicieron que la gran mayoría de los negativos se estropeasen en el laboratorio. Sólo sobrevivieron once imágenes, convertidas en documentos de un valor excepcional. Después de la Segunda Guerra Mundial, Capa se apuntó a otras. En una de ellas, la de Indochina, murió en 1954 al pisar una mina. «Nadie ha fotografiado jamás la guerra con tanta valentía ni tan intensa compasión», dejó dicho su biógrafo Richard Whelan.
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