Roma
Bono apadrinó el libro de la Campos porque se lo pidió Natalia Figueroa
Se nota que estamos de feria librera, aunque para leer no deberían existir programaciones ni ritual. «No se habla de otra cosa», que diría el maestro Anson. Mañana recibe homenaje en las teatralizadas cenas organizadas por Enrique Cornejo sobre el escenario del Reina Victoria –allí estarán desde Enrique Ponce con Paloma hasta la entrañable Lina Morgan– ahora abarrotada con la danza de Sara Lezana mientras la Montiel va desfogándose ante el escaso público generado por su decepcionante debú como directora escénica. Tarde y mal. Despertó expectación, prometía y resultó un fiasco donde sólo salvamos a los veteranos intérpretes, aunque en verdad Máximo Valverde sigue tan verde en el recitado como los brotes políticos.
Novedades literarias
Sorpresa literaria por las exhumaciones de Salisachs y adhesión con devoción ante la ya estabilizada María Teresa Campos en la presentación de su libro. Pilar de Arístegui también destaca con resurrección histórica sobre La Roldana, una escultora del siglo XVIII, anticipando el enlace de su hija Pilar Abella, un bellezón aquí desaprovechado como actriz. «Se casa con un italiano en Roma, donde fuimos embajadores ante la Santa Sede. Deja el cine y vivirá allí», contaba, y aseguraba que también pospone sus cuadros «naif» por la literatura. Lo decía próxima a una Paloma Fierro aún de alivio tras la desaparición de su hermano Jaime. Fue confidente, amigo y consejero estético de la Infanta Doña Elena.
«Mamá todavía no se ha enterado del fallecimiento de mi hermano, vive en otro mundo, mejor así», me descubrió Paloma muy sensible porque estas semimemorias profesionales de Campos están dedicadas a él. Un merecido homenaje porque también le descubrió muchos arcanos del refinamiento decorador. Lo subrayaban ante Marili Coll, eternamente emparejada con la pimpante María Rosa, muy cerca de la entregada María Antonia Iglesias, una reaparecida Isabel Pisano y Natalia Figueroa, conseguidora de que su consuegro Bono presentara el volumen.
No perdieron detalle del tono vocal de la Campos, tampoco de su estilización. «Me permite una talla 40. Del mal, el menos», bromeaba ante la ternura abnegada de su hija Carmen y la prepotente Terelu, que no aprende de equivocaciones. Vistió como para «¡Mira quién baila!», pero sin enseñar muslamen. Paco Valladares presumía de «haber sido el marido televisivo de Teresa» mientras la Campos lanzó algún alfilerazo a la cadena en que no triunfó, pero obvió a Vasile. Era tarde de gratitudes y lealtades. Por eso no asombró la ausencia de Cuca García de Vinuesa, antaño sombra protegida de la malagueña que a todos nos marcó profesionalmente.
Silvia Tortosa pasmaba con sus sesenta y pico enredada con treintañero y Carmela Rosso presumía doblemente: de hijo y de haber comprado un palacio en las afueras de Viena –«cosas de mi marido»–, mientras el argentino Gustavo Manilov rebosaba ternura ante el éxito de su pareja. Ahora llena a María Teresa. Es el hombre de su vida.
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