Benedicto XVI
El amigo perfecto
Juan Pablo II estará en la JMJ. Me ha alegrado saber que la madrileña plaza de Colón le estará dedicada esos días y que, en el centro cultural, se podrá disfrutar de una exposición sobre su persona y un musical sobre su vida. Todavía recuerdo aquella noche de un 2 de abril, cuando ese espacio se llenó de gente joven coreando el nombre de Karol Wojtyla. Es curioso que donde aparece Benedicto XVI, surge siempre el recuerdo de su mentor.
En términos mundanos, un hombre tan inteligente y completo como Joseph Ratzinger podría considerar humillante haber terminado como epígono de Juan Pablo el Magno. La cabeza del concilio, el teólogo que marcó el pontificado anterior, ha aceptado dedicar sus últimos años a sustituir lo insustituible y suceder al que no tenía sucesión. La tarea es aparentemente ingrata, pero sólo aparentemente. Porque lo que para el siglo es «menos», puede ser «más» en la Iglesia. Precisamente por este gesto de humildad en la vejez, Benedicto XVI ha revelado una grandeza excepcional. Coger la cruz a los 80 años, abandonar el sueño de una jubilación merecida y empeñarse en una labor cansada, en la que el pontífice previo siempre estará presente, demuestra mucha nobleza. Ratzinger ha sido el amigo bíblico, el amigo perfecto. El que da la vida por guardar la viña cuando tú te ausentas. Lo que nos queda a los demás es el espectáculo de una amistad que ha superado a la muerte.
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