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Eduardo de Inglaterra: el príncipe espía llega a Gibraltar

Eduardo de Inglaterra: el príncipe espía llega a Gibraltar
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El viaje de la polémica protagonizado por el príncipe más polémico. Éste podría ser un buen título para la visita del conde de Wessex y su mujer el próximo mes de junio a Gibraltar para celebrar el 60 aniversario del trono de Isabel II. Eduardo y Sofía, que así es como se llaman, no son muy conocidos fuera de sus fronteras, pero en las islas son famosos por sus escándalos, sus extravagancias y sus polémicos negocios privados, por lo que a nadie le ha extrañado que sean ellos los «embajadores reales» para un viaje marcado por la controversia. La soberana acertó de pleno cuando pensó en Guillermo y Catalina para que la representaran con un tour por Canadá y Estados Unidos. Repitió éxito al elegir al príncipe Enrique para las colonias en el Caribe, pero nadie sabe muy bien cómo valorar la elección de su hijo menor con el viaje al Peñón. Lo cierto es que el príncipe Eduardo y su mujer no son muy duchos en tareas monárquicas. Se puede decir sin miedo a equivocarse que llegaron de carambola y más que una vocación fue una alternativa forzosa a la que los expertos de Palacio tuvieron que recurrir para que dejaran de poner en evidencia a la familia real.
Fue la propia reina quien en 2002 tuvo que pagar de su bolsillo 250.000 libras para que dejaran sus ruinosos trabajos –especialmente la productora que Eduardo fundó– e hicieran algo de provecho, o al menos algo que dejara de ser la comidilla para la prensa sensacionalista. Porque tanto ella como él nunca han dejado de dar jugosos titulares. Antes incluso de embarcarse en su andadura profesional, el conde dio todo un bombazo cuando anunció –entre rumores de escándalos sobre su supuesta homosexualidad– que dejaba la carrera militar, algo nada propio para alguien en línea de sucesión. Se dedicó al mundo del arte y teatro y comenzó a salir con una actriz. Pero la relación terminó y fue jugando al tenis cuando conoció a su esposa.
Estuvieron saliendo seis años antes de comprometerse y la boda también brilló por su extravagancia, ya que rompieron la tradición y decidieron casarse en el castillo de Windsor y no en la Abadía de Westminster o en la Catedral de San Pablo como es habitual para los miembros de la realeza. La soberana también rompió la tradición al nombrarle conde, y no duque como se había hecho hasta entonces con cualquier hijo de un rey al contraer matrimonio. Sus hijos, por lo tanto, en vez de llamarse príncipes, se llaman Lady Louise Mountbatten-Windsor (nació en noviembre 2003) y James, vizconde de Severn (diciembre de 2007). Un rango inusual para una familia inusual porque, a pesar de las críticas recibidas, el príncipe Eduardo no paró hasta tener su propia productora de televisión privada y ella su propia agencia de relaciones públicas.
El trabajo del hijo menor de la soberana fue interpretado en varias ocasiones por la prensa sensacionalista como una «vergüenza» para la dignidad de la monarquía. Ardent Productions, nombre que tendía la productora, registró pérdidas todos los años excepto uno, en el que Eduardo decidió renunciar a su sueldo para vivir de la paga libre de impuestos que recibía de Palacio.
Peleas familiares
A pesar de que prometió que nunca haría documentales sobre la realeza, incumplió una tras otra vez su palabra. El caso más sangrante fue cuando intentó hacer un documental sobre el príncipe Guillermo durante sus años de universidad en Escocia, época en el que se prohibió a la Prensa acercarse al heredero para que éste pudiera disfrutar de su época de estudiante como uno más. El episodio que muchos consideraron como espionaje televisivo provocó un duro enfrentamiento con el príncipe Carlos y la propia reina.
Por su parte, su mujer Sofía tiene más complicado que le lluevan las ofertas. Su agencia RJH Public Relations se vio obligada a echar el cierre en 2006 con unas supuestas deudas de 2,55 millones de euros y una demanda de liquidación presentada por la editorial Reed Elsevier, a la que adeudaba presuntamente unos 37.500 euros. La condesa de Wessex se convertía así en el primer miembro destacado de la Familia Real británica sometido a procedimiento judicial empresarial por impago.
Su reputación por aquel entonces ya estaba por los suelos después de que una cámara oculta la grabara haciendo declaraciones confidenciales indiscretas referentes a su opinión sobre la esposa del primer ministro, Cherie Blair, y sobre varios políticos. Tras el escándalo, Isabel II resolvió que su nuera renunciase a una carrera comercial independiente y, como compensación, aumentó a unos 365.000 euros al año el estipendio anual para que la pareja trabajase a tiempo completo para la monarquía.

 

En segundo plano
Desde que contrajeron matrimonio en 1999, el príncipe Eduardo y su esposa manifestaron públicamente su deseo de tener descendencia cuanto antes. Pero no fue hasta 2003 no nació su primogénita, lady Louisa (en la imagen). Fue un parto complicado, incluso temieron por la vida de la madre y el bebé. En varias ocasiones les han acusado de querer mantenerla alejada de los focos ya que la pequeña tiene un defecto en la visión. Su segundo hijo, Jacobo, nació en 2007.

 

La «jequesa falsa» de Reino Unido
La condesa de Wessex no se detiene en miramientos a la hora de darse caprichos. El último, unas joyas procedentes de la familia real de Bahréin. Al parecer, Sophie fue obsequiada con un juego de gemas por el rey Hamad Bin Isa al-Khalifa. Sin embargo, este regalo puede costarle más de un disgusto a la mujer del príncipe Eduardo, ya que ha sido tachada en el Reino Unido como «la falsa jequesa» por haber aceptado estas piedras preciosas sin tener en consideración la delicada situación de dicho país. «Teniendo en cuenta el terrible sufrimiento y la represión del pueblo de Bahréin, sería un gesto apropiado subastar esas baratijas y distribuir el producto a las víctimas del régimen», declaró Denis MacShane, ex ministro de Asuntos Exteriores, al periódico británico «The Telegraph». No es la primera vez que se deja agasajar con «diamantes de sangre». En 2007 recibió tres aderezos de la familia real saudí valorados en más de dos millones de euros.