Blanqueo de capitales
Los malayos
El desfile de ingreso en la Audiencia Provincial de Málaga de los procesados en el llamado «caso Malaya» es merecedor de una reflexión. Se oyeron hasta aplausos. La cantante Isabel Pantoja también recibió calor y apoyo, pero no pudo agradecer los detalles porque no estaba convocada al tinglado. Sonrisas y saludos de los acusados. En la sala, eran tantos los encausados que parecían dispuestos a oír una interesante conferencia. Una conferencia aburrida, porque todos aparecen en la fotografía –la portada de LA RAZÓN–, muy serios y concentrados. Reporteros del corazón y del chisme televisivo. Sonrisas coquetas y guiños de complicidad. Y la señora pesada que insistía una y otra vez en preguntar por su estrella favorita: –¿Ha entrado ya Isabel Pantoja?–.
Esa popularidad, ese acceso sonriente de la mayoría de ellos, me recordó una escena de un programa de televisión de esos que va gente horrible a contar extravagancias íntimas con un público dominado por el ayudante del realizador. Ella, la presentadora, se envaró con mucha trascendencia, y anunció lo siguiente. «Hoy tenemos aquí a José Luis Flonflán. (El apellido no corresponde a la realidad). José Luis Flonflán acaba de salir de prisión después de permanecer entre rejas quince años por haber matado a su novia. Está arrepentido de lo que hizo y nos quiere contar su experiencia. Un aplauso para José Luis Flonflán». Y ante mi estupor, entró el asesino Flonflán y fue recibido con una cerrada ovación por parte del público presente.
Que se sepa, estos procesados por el «caso Malaya» no han matado a nadie, pero entre unos y otros se llevaron más de dos mil millones de euros del Ayuntamiento de Marbella. Desde la prudencia que concede la edad, me atrevo a opinar que sobraban las sonrisas y los saludos de más de uno, y los aplausos que la masa curiosa dedicó a algún otro. Alguna encausada, como Marisol Yagüe, ex alcaldesa de Marbella, arribó a la Audiencia Provincial con un generoso escote que dejaba ver un prolongado canalillo interpectoral, de muy difícil admisión en una sala de justicia.
Parecióme que su intención no era otra que poner a cien por hora a los señores jueces y fiscales, los cuales, según tengo entendido, se comportaron con una mesura y distancia dignas de sus cometidos.
Lo único que rompía la estética de los banquillos de acusados –quince filas a razón de ocho asistentes por cada una–, era la presencia de tres policías uniformados que se sentaban en las inmediaciones de Juan Antonio Roca, el presumible cerebro del trinconazo, que miraba al suelo con resignación. Otros se cubrían el rostro con sus manos, mientras las televisivas estiraban el cuello para salir más monas y cobrar posteriormente la exclusiva del juicio.
En la calle, el batiburrillo del pueblo llano. Un batiburrillo sosegadamente enfrentado. Alguien comentó que los que había allí dentro eran una pandilla de ladrones, y voló un bolsazo contra su cabeza. Era la seguidora de Isabel Pantoja, que todavía no se había enterado de nada. Deprimente espectáculo.
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