Pío Baroja
Marañón el último liberal
Una biografía con abundante material inédito desentraña la personalidad insobornable y la valía intelectual del médico, ensayista, historiador e investigador.
Nadie puede apropiarse de la memoria de Gregorio Marañón. Igual que no pudo ni la República ni el Franquismo. En un gesto inconcebible hoy, el médico rechazó puestos de Estado bajo ambos regímenes, a los que encontró razones para apoyar en momentos puntuales y también para condenarlos públicamente. «Marañón creía en que hacía España investigando, escribiendo, en el laboratorio, en el hospital. Llega a ser diputado, pero sigue yendo al hospital a trabajar. Ahí es donde hace España», asegura Antonio López Vega, autor de una intensa biografía sobre el personaje, que ha ampliado tres veces sucesivas con el descubrimiento de nuevos documentos como cartas de su juventud.
El prestigio internacional de Marañón en la Medicina es reconocido. Se cartea con los más grandes, es doctor honoris causa por la Sorbona, donde le permitirán ejercer en el exilio sin más exigencias que su carnet de identidad. Su prestigio como médico alcanza cotas internacionales con sólo 28 años, pero el joven doctor entiende la medicina como una responsabilidad, como un servicio a la sociedad. Comparte la idea de «faro» con Ortega y cree en un proyecto común de los españoles. Se produce una conexión entre su forma de entender la medicina y los problemas de España. Para Marañón, más que el tratamiento de esta o aquella patología, lo decisivo es que el cuerpo humano sea un todo armonioso. Para tratar al enfermo hay que conocer su historia, sus antecedentes, el entorno en el que vive. «No hay enfermedades, sino enfermos», escribe. Como si se tratara de un síntoma, López Vega revela el decisivo viaje del médico a Las Hurdes. «Si queremos ser una variable en Europa, en Europa esto no sucede», dijo Marañón. «Ahí se descubren sus firmes creencias sociales, el componente de justicia y de dignidad humana que reivindica, cercano al socialismo. Él es un liberal convencido, pero para él, el liberalismo tiene que tener conciencia», dice López Vega, que cree que este hecho le pone en conexión generacional no sólo con Ortega, sino con la tradición liberal desde Jovellanos a Cánovas.
Demócrata convencido
Marañón se opone a la dictadura de Primo de Rivera y sus artículos en la prensa le cuestan la cárcel a pesar del enorme prestigio que tenía entonces. «Aunque muchos veían en Primo el cirujano de hierro de Joaquín Costa, Marañón se opone desde el principio y defiende el sistema parlamentario. Más que dejar de creer en la monarquía, la monarquía le le abandona a él. Abraza la idea de una república de intelectuales», señala el historiador. Su papel en la proclamación del régimen del 14 de abril es decisivo. Tanto, que la reunión entre el monárquico Romanones y el futuro presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en la que daba comienzo el gobierno provisional tras la salida de Alfonso XIII, se celebró en el salón de su casa de la Calle Serrano de Madrid.
«Marañón creía ciegamente en la necesidad de una reforma agraria, territorial, del Ejército, y la separación entre Iglesia y Estado: «¿Pero no estaba de acuerdo con la aplicación sectaria que se hizo de ellas. Aunque en realidad defendió la República casi hasta el estallido de la Guerra Civil. «Decía que eran desmanes propios de la inmadurez e inevitables, dada la magnitud de la empresa. Fue un optimista compulsivo, incluso cuando Ortega escribe su famoso ‘‘No es esto, no es esto'', él sigue confiando», apunta el biógrafo. Le ofrecieron ser dos veces presidente de la República, pero en la primera ocasión no aceptó y en la segunda no hubo acuerdo. Fue diputado aunque su ocupación principal seguía siendo la Medicina, los estudios históricos, el debate político. Publica libros que van desde «Amiel. Un estudio sobre la timidez» (1932) o «Raíz y decoro de España"(1933) hasta «Las ideas biológicas del padre Feijoó» (1934) y su espléndida obra sobre «El conde duque de Olivares» (1936), piezas maestras en campos diversos.
Ciencia y catolicismo
Se distancia de la República cuando ve cómo asesinan a discípulos suyos y atacan a sus familiares. Es el Madrid de las «checas». Marañón era un católico convencido y descubre cosas que detesta. Se marcha de la capital y apoya el levantamiento militar. «Pensaba que, entre una dictadura filocomunista y otra militar semejante a la de Primo, era mejor lo segundo. Siempre imaginó que el Régimen de Franco sería transitorio. Veía en él un mal menor autoritario, pero interino. Así lo dice en todas sus cartas», explica este experto.
Marañón vive el exilio modestamente gracias a su prestigio. Acoge a republicanos y concibe una obra que nunca logrará terminar: «La historia del exilio español», desde el siglo XV hasta su propia generación. Nunca olvidará esta experiencia. Rehace su vida y salva la del propio Ortega, que ingresa en 1938 en su hospital y que habría muerto si no es por la pericia de Marañón en quirófano. Pero decide regresar a España para no caer en la «muerte moral». Sigue concibiendo su país como un deber. El Franquismo tampoco le compra. No acepta cargos oficiales salvo la cátedra y la dirección del Centro de Investigaciones Biológicas. Su discurso insobornable le empuja a defender el conocimiento y la historia científica frente al dogma de fe y la historiografía oficial. «Él es católico y liberal y eso no se entendía bien en ese tiempo. El catolicismo es fundamental para él y para España, aunque él cree que no es la única tradición, que se puede construir un proyecto común de los españoles otra vez», dice López Vega.
Más allá de su aval científico, en 1956 ingresa en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia porque durante el franquismo es referente de la libertad en España. «Le nombran junto a Winston Churchill e Eisenhower nada menos». Marañón se implica en todas las contestaciones y sigue reivindicando el exilio. «Se lo consienten porque es una eminencia y da prestigio y apertura al régimen», dice el autor. Y escribe «Españoles fuera de España» y «Ensayos liberales», dos mensajes claros e incómodos. El historiador zanja: «Concebía el liberalismo no sólo como desregulación económica, que es lo que hoy interesa. Fue un precursor del Estado del bienestar. Él defendía la conciencia». Y siempre fue libre, nunca le sometieron.
El detalle. Los grandes «amigos»
Un ejemplo del puesto que ocupaba Marañón en la vida pública española es el cuadro inacabado que dejó Ignacio Zuloaga con el título de «Mis amigos». En el boceto, el lugar central lo ocupan Ortega y Marañón, rodeados de Pérez de Ayala, Blasco Ibáñez, Maeztu, Valle Inclán, el Duque de Alba, Azorín, y Pío Baroja. Unamuno no aparece, pero, en su lugar, había unas pajaritas de papel, un divertimento «muy unamuniano».
Un país en reformas
Marañón fue un visionario. No es una opinión. Dejó escritas urgencias de un país que han terminado por hacerse cumplir. La reforma agraria la vio en vida, pero anticipó el Estado de las autonomías. «Era un madrileño que amaba a Cataluña y a los vascos que se echaban el país a la espalda», dice el historiador. También la reforma religiosa, que llegó después con el Concilio Vaticano II, y personajes como Tarancón. «Y la reforma del Ejército, que se hizo mucho más tarde, con Felipe González». Todo, dice su biógrafo, en favor de la concordia y el proyecto común.
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